Cuando se cumplen cien días desde la toma de posesión del Gobierno, su presidente ha demostrado trágicamente la certeza de una conocida advertencia popular: “Ten cuidado con lo que deseas porque podría convertirse en realidad”.
Al margen del precio que tuviera que pagar para alcanzar la presidencia, Sánchez deseaba tanto llegar a la Moncloa que, en el tortuoso camino que hubo de recorrer para culminar su patológica ambición, se le olvidó pararse a pensar en lo más fundamental: en qué quería hacer desde el Gobierno.
Así se explica la imagen lamentable de un Ejecutivo sin cabeza, que marcha a la deriva. Sánchez, a quien compete tal función directiva, es incapaz de cumplirla porque, obsesionado primero con que Rajoy no repitiera mandato (“No es no”) y luego con echarlo fuera como fuera, gobernar pasó a ser para él lo de menos. Gobernar, es decir, dirigir políticamente el país es algo muy distinto de estar en el Gobierno esperando a que por esa sola razón, mejoren las encuestas.
Pues dirigir un país es lo contrario de no saber qué hacer con el IRPF (si subirlo a partir de 60.000 euros anuales, de 120.000, de 150.000…o dejarlo como está), con el impuesto de sociedades y con esa tasa a la banca que como el Guadiana desaparece y reaparece. Es lo contrario de no tener ni idea sobre qué hacer en Cataluña: si plegarse vergonzantemente a los separatistas o pedir a los partidos, como exigió en Galicia la vicepresidenta, que “arrimen el hombro” ante la crisis catalana para hacer nadie sabe qué ni para qué. Es tener una política inmigratoria en lugar de dar bandazos entre todos para dentro y todos para fuera. Es tener claro que cualquier gobierno digno de tal nombre está obligado defender su soberanía jurisdiccional en lugar de dejar tirado a un magistrado del Supremo, tal y como pretendía Sánchez y su ministra de Justicia, hasta que se vieron obligados a una rectificación que los ha dejado en ridículo no sólo a ellos sino a España entera. Dirigir un país es, en suma, tener en la cabeza un proyecto de futuro que vaya más allá de intentar estar en el machito para lograr seguir en el machito.
Ocurre, claro, que tenemos un presidente del Gobierno al que gobernar le importa un pito. Él, ganado el cargo, aunque haya sido de la mano de unos aliados golpistas que no habría aceptado ningún partido democrático europeo, solo trata de hacer lo que aquellas pilas que anunciaba un conejito: durar, durar y durar.
Sin duda las limitada capacidades de Pedro Sánchez -eso que, traduciendo del inglés, se llama, en fino, perfil bajo- ayudan a explicar que el país esté desgobernado. Pero lo fundamental no es eso, sino que Sánchez ha descubierto en el poder que gobernar resulta mucho más difícil, fastidioso y estresante que llegar a la presidencia del Gobierno. Y él, en su obcecación, no tuvo en cuenta, ¡ay!, que lo segundo lleva aparejado lo primero.
Roberto L. Blanco Valdés