Es costumbre en cualquier discusión, civilizada o energúmena, elevar el tono del que tendría que ser sano debate con el consabido: “¡Y tú mas!” En la pasada contienda electoral, tuvimos la ocasión de escuchar en debates radiofónicos, cortes y declaraciones de los prohombres políticos y hasta en el ya famoso enfrentamiento televisivo a cuatro, la manida muletilla exclamativa.
Bajo esa exclamación, evidentemente retórica maniquea, falta de toda base argumental inteligente e incluso recurso final del acorralado en la supuesta situación de riña hablada; no cabe otra interpretación que la del deseo de finalizar esa línea argumental lanzando el “¡Y tú mas!” para salir corriendo esparciendo una bomba de humo, tinta de calamar y pies para que os quiero.
El corruptómetro a nivel nacional es denso y presenta unas cifras escalofriantes. Pero a decir verdad, no hacen sino corroborar que el sistema de partidos en España, tras cuarenta años de ejercicio, merece unos retoques legislativos y unos ajustes en el modo de elección final de alcaldes y presidentes.
A este periodista le parece bien que puedan conformar candidaturas todo bicho viviente: los amantes de tomar el sol en pelota picada al caer la tarde, los vendedores de humo, los sanadores de nuestros males con recetas mágicas y hasta los telepredicadores que afirman en su programa electoral copia de IKEA: “repartiremos la Justicia social cuando ocupemos el poder”. Mamita, repartir Justicia, como Dios o como jueces. Ocupar el poder, como aquel eslogan bolchequive: ¡todo el poder para los soviets! A la carga! que diría Chiquito de la Calzada.No puedor, no puedorr…
En fin. Pero que haya segundas vueltas con los dos más votados para presidir corporaciones, presidencias y demás. Que esto de los pactos, comienza a oler a navajeo, trilería y mercadería de votos que apesta. Ya no hay caballeros en este juego, ni palabra dada palabra empeñada y demás.
Lo cierto es que la corrupción peor, la más dañina para nuestro sistema de gobierno, el menos malo que hemos encontrado de momento, es la corrupción social, la mentalidad de que ese es el método normal de funcionar. Toma, trae, quita, pon, teje, maneje, que Dios te crió. Y así, ayuntamientos como los de Astorga o Ponferrada, que conocemos más por la cercanía de nuestras cabeceras periodísticas, sufren acoso y derribo de gansters empresariales que utilizan a sus medios y a sus periodistas -amordazados- para garantizarse contratos públicos, manejar voluntades institucionales y mangonear en vidas ajenas. Eso sí, nadie que sepa de qué va esto les cree ya, salvo los políticos o los lugartenientes de nuestro gremio que tienen “en cartera”. Lejos de temor, al resto, nos comienzan a dar pena, lástima y no sé que será peor.
No quedan limpios de polvo y paja los funcionarios de alto copete, en especial aquellos que se llevan buena parte de los presupuestos municipales por lo abultado de sus salarios, en un contexto semirural donde el mileurismo impera; pero ellos cuentan con nóminas a veces más altas que las de los cargos más altos del Gobierno nacional. Son los que se quedan en la barrera y ven pasar a los toros políticos año tras otro, legislatura tras legislatura, y ellos o a sestear o a montar el chiringo paralelo de por las tardes o del familiar o incluso del socio de turno. Así va todo más deprisa y veloz.
Si no podemos remedio, todo esto, señores, es la antesala de la crisis moral y social, que es lo que destruye a un país, hace caer imperios y no permite levantar cabeza. La historia, esa gran maestra, así lo demuestra.