Este es el juicio de las emociones. Es lo que tienen los juicios con Jurado. Hay que impresionar a los ciudadanos que han asumido la responsabilidad de dictar los grados de culpabilidad o de inocencia de los acusados. Y a fe que esta mañana han quedado impresionaos y emocionados los nueve miembros del Jurado. Los médicos forenses han detallado con todo lujo de detalles la lenta y cruel agonía de Isabel Carrasco, el 12 de mayo de 2014, cuando recibió, a corta distancia, tres disparos de un revólver, dos de ellos mortales de necesidad.
El dato relevante de las conclusiones de la autopsia es que Isabel Carrasco tardó entre seis y diez minutos en morir, lo que supone una agonía terrible. El primer disparo le destrozó parte del corazón; otro, la mandíbula y el cuello; y el tercero, el cerebro. A pesar de ello, Carrasco, que era mujer enérgica y combativa, luchó por sobrevivir. Se aferró a la vida hasta el último instante. Pero las heridas eran letales, mortales de necesidad. Y allí quedó sesgada su vida en una tarde primaveral en una pasarela peatonal que salva el río Bernesga de la ciudad de León. Un crimen atroz.
El forense que explicó con todo lujo de detalles los efectos desgarradores de los disparos en el cuerpo de Carrasco escenificó, valiéndose de una silla, el momento del asesinato. Qué buen actor se ha perdido con este forense; por cierto, muy profesional y científico en todas sus expresiones. Qué pena, además, que no estuviera ayer presente en la sala la jueza que instruyó el caso para que viese la importancia pericial de la reconstrucción de los hechos. Con una silla, un puntero laser, imaginación, dotes de actor y mucha creatividad, el médico forense reconstruyó a la perfección delante del Jurado los últimos diez minutos de la vida de Isabel Carrasco. Un relato impactante y emotivo, que incita a la solidaridad y a la piedad.
Mientras el forense pormenorizaba todos los datos resultantes de la autopsia, a poco menos de dos metros de distancia, la asesina confesa, Monserrat, distraía la mirada en un hipotético lejano horizonte. Como si lo que allí se decía y se mostraba en imágenes no fuera con ella. Las manos, como siempre, cruzadas en el regazo; vestida a lo franciscano, de color marrón oscuro y el pelo recogido en una coleta. Como si nunca hubiera apretado un gatillo. Como si nunca hubiera segado la vida de una persona totalmente indefensa. Por la espalda. Sin dar la más mínima posibilidad de reacción.
El forense, aunque su misión no es precisar a qué distancia disparó la asesina, sí dejó claro que el primer disparo era mortal de necesidad y que el fallecimiento era cuestión de minutos; así y todo, la asesina tuvo la sangre fría y el control mental necesario de ponerse al lado izquierdo del cuerpo de Isabel Carrasco, cuando éste ya caía al suelo, y rematarlo con dos certeros disparos. A sangre fría. Con mentalidad de sicario, de matón profesional.
La defensa trata de demostrar precisamente lo contrario, es decir que Monserrat tiró al bulto y que esta manera de asesinar tan de cerca no requiere una preparación previa ni una profesionalidad acreditada. Débil argumento.
A Monserrat le va a caer la pena máxima, atenuada, eso sí, con una rebaja de unos pocos años por pagar durante el juicio las indemnizaciones a la hija de Carrasco, a su pareja y al Partido Popular. Pero nada más. Sin duda, el Jurado quedó ayer no sólo impresionado sino emocionado, desencajado, desgarrado y acongojado por las imágenes que vio de la autopsia y por la excelente puesta en escena del asesinato por parte del médico forense.
Ubicuidad tecnológica
La segunda parte de la sesión de esta mañana se ha centrado en el informe de los peritos sobre los posicionamientos de los teléfonos móviles de Isabel Carrasco y las tres acusadas de su crimen entre el 15 de abril y el 12 de mayo de 2014. Para decirlo de una manera suave: la defensa de Raquel Gago ha rebatido con contundencia el citado informe y, sobre todo, los criterios que han usado para su elaboración. No se puede hacer un informe con el objetivo de demostrar el presunto seguimiento que las acusadas hicieron a Isabel Carrasco antes de su asesinato sin tener en cuenta factores claves como la ubicación del domicilio de las personas investigadas o sus horarios laborales, factor muy determinante en el caso de la policía local, Gago, continuamente en movimiento.
O los peritos se han explicado mal o la base para el estudio era defectuosa, pero lo que no puede ser es que en un momento dado el teléfono móvil posicione a una persona en Madrid, Benavente o en Santa María del Páramo y segundos después en el centro de León. La ubicuidad física es imposible, pero parece ser que a nivel tecnológico es posible. Cosas de las antenas y de los misterios tecnológicos que son incompatibles con la física y con la lógica.
Al final, y tras un arduo debate con el abogado defensor, los peritos han tenido que reconocer que en su informe sólo buscaban coincidencias de posicionamiento de los teléfonos, que no han destacado las no coincidencias y que hay errores entre los gráficos del informe y su literalidad. Y, por si fuera poco, han reconocido que ellos sólo han trabajado con los listados de las compañías telefónicas, por lo que reconocen que les han faltado otros datos para hacer más eficaz el informe. Lo dicho: este informe no vale para demostrar que Raquel, Monserrat o Triana siguieran durante semanas los pasos de Isabel Carrasco para buscar el mejor momento para su asesinato. Más dudas razonables sobre las acusadas.
Por último, destacar y ya fuera de la sala de la Audiencia Provincial de León, las declaraciones del actual presidente de la Diputación, el popular Juan Martínez Majo, antiguo y reconocido crítico de la gestión de Isabel Carrasco, en las que ha manifestado su asombro y sorpresa de que ahora nadie de los políticos o altos funcionarios de la Diputación que han declarado en el juicio reconozca que conocían a Triana. Él ya reconoce que fue su asesor fiscal y que, como político, la conocía perfectamente. Por eso le da risa –afirmación textual- la falta de memoria que ahora asola a sus compañeros políticos y a los altos cargos de la Diputación. Pues, eso, de risa. Menos mal que hay alguien que aún ejerce con sentido común y lógica. La falta de memoria, pues, no es una epidemia o un virus grave en la Diputación. Es sólo un estado de ánimo y, quizás, de cobardía o falta de coraje.