Me sorprende la normalidad con que los medios en general abordan o pasan de la oratoria palurda, medio beoda y delictiva del diputado rufián durante la sesión de investidura del señor Rajoy como presidente del Gobierno de España.
Delictiva por cuanto las injurias vertidas por el rufián, de serlo por cualquiera de nosotros sin el amparo inexplicable del paraguas del Congreso, nos llevaría sin duda a rendir cuentas ante algún que otro tribunal de justicia y a pagar las consecuencias.
Y más me sorprende, por más grave, cómo pasan de soslayo los citados medios en general por las palmaditas del “amado líder” en las traseras del rufián, aprobando con su gesto y haciéndolos suyos los eructos ofensivos en que consistió la dicha deposición en la Cámara en tan solemne día.
A más abundamiento, no puedo entender cómo todavía hoy, personas a las que respeto por su integridad –como es el caso de un admirado columnista de este mismo medio–, pueden referirse a un gobierno de la mano de Podemos como a un “Gobierno de progreso”. Aun así, mi admiración por el columnista citado sin citar sigue intacta.
Porque la conducta de un rufián, cuya representatividad queda reducida a que una reforma de la ley electoral –muy posible, por cierto– la haga tender a cero, no pasa de ser una anécdota. No así la del “amado líder” y con él la tropa iconoclasta que por mor de cinco millones de votantes alucinados –mejor iluminados o, como dice mi amigo Pedro Ramos “alumbrados”– ocupa en el Congreso la “bancada del cambio” con todas las de la ley.
Yo creo que ya está bien de aceptar sin rechistar el que “los derechos humanos” y “la defensa de los más desfavorecidos” cuelguen patrimonialmente y sin pudor de esta patulea o caterva de “jóvenes universitarios” verdaderamente alucinados –estos sí: alucinados– que han visto cómo sus decimonónicos enredos ideológicos se han proyectado sobre una parte de la sociedad –caso verdaderamente insólito: ayer enseñando las mamblas[1] en jolgorio fascistoide y dando coscorrones a los demócratas y hoy gobernando a millones de ciudadanos–, no dando ellos mismos crédito a tamaño despropósito.
Y hay que rechistar porque tales supuestos-verdades son una burda mentira. Y frente a su fascismo de idea única –o de partido único por etapas, dispuestas milimétricamente por el “amado líder” y su politburó ¿?– estamos y somos muchos millones de ciudadanos españoles de diferentes “colores”, demócratas, pluralistas, multiculturales y un largo etcétera de virtudes fetén, proyectados hacia el futuro y no hacia el pasado –vade retro–, que no hay quien pueda ni dé más.
Pues eso: ¡que ya es hora de rechistar!
Juan Manuel Martínez Valdueza
2 de noviembre de 2016
[1] Aportación lingüística de mi amigo Flames, recuperador de términos castellanos sin par.