Cuatro semanas en las regiones andinas del Perú permiten descubrir los 4.000 metros de altura del cañón más profundo del mundo, visitar granjas de alpacas en poblaciones de áreas rurales sin agua corriente ni electricidad o degustar el cuy, una especie de cobaya cuya carne es de las pocas con las que se alimentan las familias de la zona. Además de todo eso, José Luis Rodríguez, trabajador de la Fundación Bancaria “la Caixa” en Ponferrada, aprovechó su estancia en la región de Apurimac para negociar con las cooperativas de crédito locales una bajada de los tipos de interés que conceden a los cultivadores de quinoa, como parte del programa de voluntariado internacional de la entidad bancaria. “Se trataba de demostrar con números que podían cobrar tipos de interés más baratos y que los productores, teniendo esos préstamos, podrían tener dinero para cultivar y devolver las deudas”, explica.
En ese sentido, el principal objetivo del proyecto era “impulsar la actividad y producción de quinoa”, un vegetal similar a un cereal cuyas semillas sirven de alimento en la región desde hace más de 7.000 años y cuyo consumo se ha extendido por todo el mundo desde la década de 1980. En Perú, según datos del Ministerio de Agricultura del país, la producción de quinoa en 2016 -últimos datos publicados- rozó las 80.000 toneladas, lo que representa más de la mitad del total mundial. En cambio, su valor de mercado alcanzó sólo los 95 millones de dólares, equivalente al 0,5 por ciento de los ingresos del sector agrario nacional.
La zona de Apurimac, situada en la región andina del país, es uno de los 25 departamentos que conforman Perú. Entre sus 450.000 habitantes, el 70 por ciento son agricultores y la misma proporción se mantiene con respecto a los hablantes de la lengua quechua. El escarpado territorio está surcado por un río del mismo nombre, cuyo significado en quechua es “el dios que habla”, y la zona constituye uno de los pasos fronterizos más importantes para la droga que vieja de Chile a Ecuador, controlado décadas atrás por el desarticulado Sendero Luminoso.
La única salida profesional para los jóvenes de la zona es la ingeniería agraria aunque José Luis reconoce que “la realidad en Perú es que muchos niños no van a salir de allí y van a enfrentarse a jornadas de 14 horas de trabajo a cambio de 150 dólares al mes”. Gran parte de estos agricultores no conoce el beneficio neto que les queda tras el cultivo, explica el cooperante, que asegura que “miedo a la mora” es la única frase en español que entienden muchos de ellos. “No saben cómo funciona una cooperativa de producción, que si unen sus fuerzas pueden conseguir mejor precio con los compradores. Además, les faltan conocimientos comerciales, no saben negociar y los bancos y las cooperativas de crédito hacen lo que quieren con ellos”, relata.
Como ejemplo,explica que algunos productores tienen concedidos préstamos personales al 25 por ciento y préstamos hipotecarios al 40 por ciento de interés. “Queremos que no les extorsionen con los tipos de interés que les clavan”, asegura José Luis, que compara la situación con la que viven los productores de leche españoles. Para acabar con este modo de “usura”, el proyecto destinó un total de un millón de dolares, de los cuales La Caixa se encargó de financiar 750.000, mientras el resto corrió a cargo de la ONG madrileña Cesal, que a lo largo de sus 30 años de vida ha ayudado a más de dos millones de personas en más de 500 intervenciones en 25 países del mundo. Del dinero aportado por la fundación bancaria, una tercera parte iba a fondo perdido, mientras el resto se concedió a la cooperativa bancaria Los Andes, a un tipo del 7,5 por ciento, a cambio del compromiso de que estos lo hicieran llegar a los productores a un tipo no superior al 24 por ciento.
La diosa de la tierra
En una zona en la que los agricultores siguen rezando a la Pachamama, la diosa de la tierra, la estrategia que adoptó José Luis consistió en “tirar del sentimiento”. “Les dije que tienen que defender las culturas inca y quechua, que tienen que luchar por lo que es suyo”, explica el cooperante, que recuerda que “la quinoa andina es la original”. Con ese discurso, las puertas del despacho del presidente de la cooperativa se abrieron y el equipo de cooperantes pudo iniciar las negociaciones. “Le dije que yo no hacía 10.000 kilómetros para perder el tiempo y que no queríamos que ellos perdieran, sino que arriesgaran el dinero para fomentar la economía local y recuperar la cultura tradicional de la quinoa andina del sur del Perú”, recuerda.
El resultado: un incremento del periodo de carencia para la devolución del crédito desde los ocho hasta los 11 meses y una rebaja del tipo de interés que, gracias a los numerosos cálculos con los que los cooperantes convencieron a los responsables de la cooperativa, se sitúo finalmente en el 14 por ciento. “Misión cumplida”, celebra José Luis, que recuerda que “a más agricultores, más oferta y más exportaciones”, para un cultivo que envía al exterior el 95 por ciento de la producción del país y que puede representar uno de los activos más importantes en el despertar económico de la zona.
Un periplo de cuatro semanas
El cooperante partió de la capital berciana el pasado 10 de junio junto a dos compañeros del departamento de riesgos y un jubilado. Hasta el 2 de julio, los cuatro vivieron “ una experiencia impagable e inolvidable” en un proyecto al que destinaron su mes anual de vacaciones. “No todo el mundo tiene la oportunidad de participar en un proyecto de cooperación internacional”, afirma José Luis, que explica que lo que más valora de su estancia es “la sencillez de personas que son felices con muy poco”. “Los que hemos tenido la gran suerte de nacer en un país desarrollado vivimos en un mundo irreal y miramos hacia otro lado cuando quien lo necesita pelea por sus derechos humanos. Estos agricultores valoran solamente el hecho de que te sientes a escucharles”, relata.
Tras 10 años como voluntario en la Obra Social de la entidad, ésta ha sido su primera cooperación en el extranjero. Antes de partir, todos los trabajadores elegidos reciben formación y sensibilización tanto sobre cooperación internacional como sobre el contexto político, económico y social del país de destino. “Son realidades que aquí no vemos habitualmente y pueden impactar mucho”, reconoce José Luis, que explica que “la situación económica allí es muy distinta, con pocas alternativas”. “Parecía la España de los 70”, resume.
Además, en el proceso de selección se tienen en cuenta tanto el perfil como la experiencia de cada candidato. “Va en función de dónde puedes apoyar más”, valora José Luis, que explica que el idioma del país de destino es otro de los condicionantes. En su caso, su experiencia en el campo del comercio internacional lo dirigió hacia este proyecto en concreto. Además del Perú, la undécima edición del programa de voluntariado internacional de La Caixa, en el que participarán este verano un total de 40 trabajadores de la entidad, llegará a países como Mozambique, la India, República Dominicana, Gambia o Ecuador. En Castilla y León, sólo José Luis y otro trabajador de Burgos que viaja durante el mes de agosto a Colombia han sido seleccionados para estas estancias de voluntariado técnico.
De vuelta en Ponferrada, el cooperante asegura que la “satisfacción personal” es uno de los regalos que se ha traído en su maleta desde los Andes aunque espera que su ejemplo llegue a más personas. “El hambre en el mundo tendría que estar erradicada, no se acaba con ella por motivos políticos y económicos. Poner voz a lo que no se dice es lo que nos ayuda a luchar contra las injusticias”, concluye.