PREMIOS MUJER 2024

Tortura

Vacaciones es la palabra sortilegio de la época. Borra ansiedades y angustias acumuladas once doceavas partes del año. Hipnotiza su salida de la boca. A todos pone cachondos y ansiosos cuando se olfatea el turno de asueto. Da lo mismo que los agoreros dramaticen con otoños calientes, un tópico que no puede faltar al cerrojazo de la ociosidad al libre albedrío. Es el poder irrefrenable de una cultura anclada en el carpe diem. Liquidado ese presente emergen los síndromes del después

Agosto es el sinónimo de las vacaciones. Es el mes de los excesos y de los defectos. Los primeros, para los que se van. Los segundos, para los que se quedan. Irse es llegar a la marabunta. Antes  era la playa de moda. Hoy, no se libra pueblo alguno con mínima simbología naturalista, artística o gastronómica. Son moscas acudiendo a la miel. Hordas de veraneantes al botín de folklorismos que apestan a artificiosidad. Paellas de plástico, sangrías aguadas o cabezonas, tipismos inventados, servicios insuficientes para las demandas y prisas de clientela desbocada en fagocitar en treinta días la penalidad acumulada en trescientos treinta y cinco; he ahí la comanda del calendario más esperado. Guiris ya somos todos, hasta el más castizo.

Y el que se queda, ¡¡ay del que se queda!!  Primero, seducido por la soledad deseada, los amplios espacios, los silencios, la cronología como detenida. Terrateniente de gran hacienda, casi amo del mundo. Poco tiempo después,  al albur de la fortuna, porque un contratiempo, algo fuera de programa, es transporte instantáneo al desamparo del desierto. Los que se fueron se lo llevaron todo, hasta el botiquín de urgencias. Que no les pase nada. Todo cerrado (a cal y canto) por vacaciones. ¿Y las llaves?: las llaves  en el fondo del mar, matarile, rile, rile.

Los ciudadanos invadidos pechan con su ración. Tranquilidad violentada. Espacio comprimido. Espera, mucha espera, paciencia a raudales en bares, restaurantes, supermercados, ambulatorios. Un perfecto elogio del desequilibrio. Se acabó la paz de la conversación en tienda o barra de bar, el paseo mecido por el gorjeo de los pájaros, el chato de vino a la sombra arbórea, el silencio, ahora mutado al rugido del turismo de plaga.

¿Agosto, igual a vacaciones? Agosto puede ser una tortura.

ÁNGEL ALONSO