Hace unos días me dio por revisar la agenda de teléfonos guardados en mi móvil y me quedé un tanto sorprendido. Algo estupefacto, evidencié que varios contactos habían ya fallecido: Tomás Villanueva, Isabel Carrasco, Juan Morano y otros más. El hecho en sí me hizo pensar no sólo lo pronto que se han ido las vidas de estas personas, sino que el tiempo va inexorablemente transcurriendo sin apenas darnos cuenta enfrascados en nuestro acontecer diario, frenético y urgente, olvidando lo importante para más tarde.
Este artículo puede parecer un tanto melancólico por aquello de las fechas en las que nos encontramos y porque en la ciudad que habito ya han hecho presencia las famosas nieblas emanadas del caudaloso río Sil que la baña. Románticos empedernidos como Gil y Carrasco ya sucumbieron siglos atrás a un paisaje otoñal digno de las mejores postales turísticas y fuente de inspiración para escritores y poetas de postín.
Pero volviendo a los teléfonos, también hallé muertos en vida, esto es, personas que aún siguiendo con sus quehaceres en algún momento fueron noticia y hasta ostentaron cargos y poder y que ahora duermen retirados de la actualidad informativa por voluntad propia o forzados por las derrotas electorales, partidistas e incluso los escándalos de corruptelas que se los llevaron por delante desapareciendo para siempre de la prensa y de nuestro interés.
Confieso que, a veces, contacto con algún protagonista jubilado de los medios por aquello de la empatía que se estableció entre nosotros y especialmente con algunos en los que la injusticia del sistema se cebó en demasía con su persona y no con el cargo que ostentaba.
En casos así, siempre recibo con creces el agradecimiento de la persona y detecto la pena en el personaje. Esferas distintas que pocos saben diferenciar como a cuando el fantasma que abunda se le llena la boca vociferando y presumiendo de amistad, cuando en realidad es trato ocasional.
ABC