Imagino si en otra vida pude ser un guerrero. Puedo sentir la oscuridad del casco sobre la cabeza que sólo me permite ver por una mirilla recta de un ojo al otro. Sólo logro darme cuenta de toda la dimensión de la realidad cuando todo ha pasado y en el campo de batalla parezco quedar yo solo con vida. Miro con extrañeza mis manos ensangrentadas como garras que despedazan. No hay ni donde clavar el estandarte porque todo está lleno de cadáveres humeantes. La sensación de deshumanización y sin sentido es abrumadora, el pecho se me aplasta con el dolor, quiero darme de cabezazos contra los árboles sin volverme a quitar nunca este casco que me mantiene en la penumbra, siempre ya en la sombra. Estoy vivo, pero ¿cuánto vale ahora la vida? Ya nada volverá a tener sentido, preferiría estar muerto.
La diferencia crítica por la que somos seres humanos, sería la conciencia de poder concebir un mundo mejor y transformar el que vemos. Esto puede usarse con plena consciencia, o con inconsciencia y consecuencias catastróficas.
Ya antes había escrito sobre la persona perpetradora como “una de las nuestras”, pues “volver a hacerlo nuestro” es la forma de deshacer el error original de las guerras, consistente en externalizar la culpa y lo que no nos gusta en el otro, y esta es la manera de acabar con la cadena de violencia.
Las guerras, o el más simple conflicto, sólo sirven al ego externalizandolo que no nos gusta, a menudo externalizando la culpa, demonizando al supuesto enemigo, a través de una construcción. Ahí las palabras y los símbolos demuestran sus plenos efectos. Así lo concibo mediante representaciones, símbolos o palabras; así lo hago realidad. Cuanto más se separan los bandos o las facciones, o los grupos, más podemos ver que, más allá de sus pretendidas diferencias, en lo único que difieren es en su apariencia, pero en el fondo funcionan de la misma manera y ambos sostienen el conflicto con presupuestos similares en su representación y su concepción del mundo (fragmentado, basado en la separación y la externalización), lo que puede hacer que el conflicto se reproduzca y se perpetúe.
Elaboramos la construcción de que en justicia tenemos un enemigo de quien vengarnos y para ello necesitamos fabricar muchas justificaciones. Pero esta – mal llamada – justicia que se trata de venganza, se basa en la carencia, el entrar en competencia, la maldad inherente, el pecado, la culpa, la amenaza constante, y la necesidad permanente de defensa; pues las “luchas bizantinas” crean su propia necesidad y son siempre interminables. No hay nada que obtenido por la violencia, no deba ser mantenido así mismo por la violencia. Vemos violencia y generamos violencia porque desconfiamos de nuestra propia sombra y volcamos sobre el otro nuestra sombra. Es la misma muralla de la separación la que provoca lo que tememos. Es la propia violencia, con origen en las neuras y mecanismos de defensa del ego, en lo que se basa la creación de esa realidad propagandística que se hace insostenible sin la violencia, y aún sin la violencia también se hace inhabitable. Si acabáramos con todos nuestros enemigos comprenderíamos nuestra sin razón. La única manera de terminar realmente con ello es deshacer el error de la supuesta enemistad. Mientras tengas un enemigo no descansarás en paz.
Porque “NO TIENE POR QUÉ SER ASÍ”, podría ser diferente. Y ello significa que de hecho no es así de por sí, y este enunciado sirve para deshacer todas las realidades que creamos. Es algo que lo hemos hecho ser así y todo lo que hemos fabricado, o construido de alguna manera, lo podemos deshacer o concebirlo de otra forma.
Las guerras se terminan cuando las dejas sin su base que es la separación, la externalización, la culpa y la venganza. Se terminan cuando concibes la justicia como la igualdad en el compartir la abundancia de un mundo próspero, la equidad de reconocer a todos por igual con sus supuestos defectos y virtudes (según nuestro juicio). Y esto no significa consentir los errores que todos cometemos, sino en vez de pelearnos con los errores, compartir las soluciones a unos errores que de alguna manera también son compartidos.
La única vía para acabar con las guerras, es poder ver eso en mí sin pelearme con ello, si no entenderlo como un error humano mejorable, y como un error compartido, del que yo también puedo aprender y tengo mi parte que mejorar, o al menos gracias a ese error puedo ampliar mi conciencia, pues nada del género humano me es ajeno. Sólo me acepto, me reconozco y amo como tal, cuando lo hago con mis luces y sombras; sólo nos amamos realmente cuando nos reconocemos en el otro y nos amamos en nuestras múltiples esferas: como individuos, como género humano, como género animal y como parte del universo.
La sanación de nuestra sociedad enferma, completamente neurotizada, depende de superar esta división de la mente, esa demente conciencia de la sociedad llena de excepciones, contrasentidos, diferentes raseros… Pues “demente” significa exactamente eso: mente dividida, fragmentada, rota.
¡NUNCA MÁS VERÉ BANDOS! LA VIDA ES UNA, Y ES DEMASIADO VALIOSA.
Margarita Camba Fontevedra