De todas estas historias de espionaje, secretos oficiales, ataques directos a las instituciones, chantajes políticos, cordones político-sanitarios, corrupciones varias, sentencias variopintas y otras menudencias, con las que nos torturan a diario, se infiere que, aunque los ciudadanos españoles seamos gente normal, con los defectos y virtudes propios de nuestra idiosincrasia, una porción de nosotros, no muy numerosa pero por mor de nuestras leyes muy poderosa, que es la clase política, anda con las neuronas sueltas. (…)
… Si el circo del actual Congreso de los Diputados fuera solo eso, un circo, la cuestión tendría solamente gracia y todos contentos con tanta payasada. Pero no. En el actual Congreso se define y decide nuestro presente, nuestro futuro… y hasta nuestro pasado, que –suavizando el lenguaje– ya es el colmo. Y lo que es más grave, pienso yo, es que ese circo actual da por asumido que el conjunto de sus señorías es un reflejo de la sociedad española. Nada más lejos de la realidad.
La sociedad española mayoritariamente aborrece lo que representan todas las minorías antisistema juntas presentes en el actual Congreso y, sin embargo, esas minorías dirigen en medida no despreciable la orientación ideológico-legislativa de nuestro Gobierno y confunden, eso sí plenamente, a los ciudadanos de a pie. Valgan como ejemplos la implantación radical de la ideología de género; la concepción ecológico-adanista de nuestros hábitos de vida; la concepción ecológico-feminista de la Naturaleza y de los seres que la conforman, vivos y no vivos; la inversión –que no inmersión– de nuestros valores arraigados y sustentados por el derecho natural… Y así un largo etcétera cuyo conjunto es la sociedad que el circo del actual Congreso cree ver reflejada en su peculiar espejo.
Pero los ciudadanos no debemos preocuparnos demasiado. Desde nuestra sociedad real sabemos que tenemos el poder de revertir tanta necedad oportunista con el simple gesto de colocar nuestro voto corrector en una urna, eso sí, cuando nos toque. Y tampoco podemos quejarnos demasiado porque, a fin de cuentas, somos nosotros quienes hemos permitido que las leyes sean como son y que, gracias a ellas, el Congreso de los Diputados se haya convertido en un circo.