En el pequeño pueblo berciano de Fresnedelo, Rosalía Isabel Caro ha pasado los 95 años de su vida. Nacida en 1929, esta berciana ha vivido una existencia marcada por el trabajo duro, la pérdida y las adversidades. A día de hoy, sigue allí, aferrada a sus raíces. “Ya soy mayor. No quiero dar guerra”, comenta la mujer con una mezcla de resignación y ternura.
Los recuerdos de su niñez están llenos de anécdotas que reflejan la dureza de la vida rural en aquella época. “Íbamos a apañar la hierba a las dos de la mañana. Caminábamos dormidas y, al pasar por el arroyo, el agua fría nos despertaba”, relata Rosalía. Los viajes se hacían en carro, con el riesgo constante de caer. “Uno tenía que ir delante arreando y otro detrás. Siempre había peligro”.
Las jornadas laborales eran interminables. Desde bien pequeña, Rosalía aprendió que la vida en el campo era un trabajo sin descanso. “Trabajábamos todos los días como esclavas. No había tiempo para más”, dice. Aun así, aquellos momentos no estaban exentos de pequeñas alegrías. Recuerda las meriendas, que marcaban el final de la jornada; los bailes o ir a tomar el café.
Cuando Rosalía llegó a la edad de buscar pareja, su carácter decidido ya se hacía notar. “Yo quería un novio guapo. Los novios o los hermanos llevaban a las chicas a tomar café, y a mí nadie me invitaba. Así que decidí buscarme un novio que me pagara el café y las pastas”, cuenta con una sonrisa.
Uno de sus pretendientes fue un hombre diez años mayor que ella. “Era muy charlatán, pero no me convencía. Al final no me casé con él”. Pasaron los meses, y en una festividad de San Antonio, otro chico, Rutilio, le propuso formalizar su relación. Al principio, Rosalía se mostró reacia. “¿No estás con mi prima? Ella es mejor moza que yo”, le dijo. Pero Rutilio insistió: “No, yo quiero estar contigo”.
Los padres de Rosalía no aprobaban la relación, pero ella tenía claro lo que quería. “Mis hermanos me preguntaron qué pensaba hacer con Rutilio, y yo les dije que iría con él hasta el fin del mundo”. La oposición de su familia no fue suficiente para detenerla. “Mi padre no lo aprobaba, pero yo le dije: ‘Tú te casaste con quien quisiste. Pues yo haré lo mismo’”.
Finalmente, Rosalía y Rutilio se casaron. Él demostró ser un hombre trabajador y dedicado. “No teníamos para vestir, pero Rutilio se encargaba de todo. Arregló la casa, trajo lo que necesitábamos. Fue el mejor hombre que pude encontrar”, asegura.
La vida matrimonial no fue fácil. Rutilio trabajaba en la mina, pero cuando perdió su empleo, la familia sufrió mucho. Rosalía trabajó en el campo de sol a sol: centeno, hierba, leña, y cuidado del ganado. Su economía era de pura subsistencia. “Si tenía dinero, compraba pan. Si no, no compraba”, afirma con una franqueza que refleja las dificultades de la época.
A pesar de la dureza, Rosalía asegura que nunca pasaron hambre. Su padre tenía capital y criaba cabritos, y vendiendo algunos, compró una finca que les permitió subsistir. Sin embargo, la desigualdad dentro de la familia también le dejó cicatrices. “Mi hermana era más guapa que yo, y mis padres le daban los vestidos buenos. Los guardaban para que yo no los viera”, recuerda.
Incluso en la adversidad, la creatividad y la autosuficiencia se abrían paso. “Una vez, mi madre, que era analfabeta, como yo, me quiso hacer una falda. Agarró un paraguas y, con la tela, me la hizo. Así nos las arreglábamos”, cuenta Rosalía.
Rosalía y Rutilio tuvieron cinco hijas, pero la vida les arrebató a la primera y la última. Aun así, siguieron adelante. Durante los partos, Rosalía se encontraba en el campo, cumpliendo con sus labores. “Con la segunda hija, estaba con las vacas cuando empecé a parir. Casi no llegué a la cama”, recuerda.
Su penúltima hija, Sinda, nació en agosto, y apenas dos meses después, Rosalía ya estaba recogiendo castañas. Las hijas pequeñas quedaban al cuidado de la hermana mayor, que con solo ocho años, se encargaba de ellas. “Era una vida dura, no había opción”, explica Sinda.
En 2013, Rutilio falleció, dejando un vacío enorme en la vida de Rosalía. Desde entonces, ha seguido viviendo en Fresnedelo, rehusando salir del pueblo, ni siquiera para ir al médico. “No quiero salir. Aquí es donde quiero estar”, afirma con firmeza. A sus 95 años, Rosalía sigue recogiendo castañas, como ha hecho durante toda su vida. “Lo pasé muy mal, pero nunca dejé de luchar”, concluye.
Rosalía es testigo de un tiempo que ya no existe. Su vida, llena de sacrificios y momentos de amor y lucha, es un reflejo de la historia de Fresnedelo y de lo que vivieron la mayoría de mujeres bercianas en aquella época. Hoy, sus hijas y nietos son su legado, un testimonio de la fuerza de una mujer que nunca se rindió.
Premios Mujer 2024
El Ayuntamiento de Peranzanes, con la alcaldesa Henar María García Ramón al frente, ha propuesto a esta berciana nonagenaria como nominada a los Premios Mujer 2024 que organiza El Bierzo Digital. Estos premios buscan reconocer y galardonar a la encomiable labor de todas las mujeres y, especialmente, a las de nuestra comarca.