PREMIOS MUJER 2024

Ritos de paso

El Ayuntamiento de Arganza aprobará estos días, tras un periodo de alegaciones, unas normas reguladoras de lo que llama Acogimiento Civil, es decir, una especie fiesta a los nacidos en el municipio, sustituto laico del bautismo católico, por lo que algunos lo denominan bautismo civil. ¡Qué manía la de utilizar nombres impropios sólo por fastidiar a los católicos! Parece que en dicho acto, como ya se practica en algunos otros municipios españoles -creo que también en La Bañeza, en nuestra provincia-, se leerán los derechos del niño y el Ayuntamiento públicamente se comprometerá a cuidar del nuevo vecino recién nacido “velando por su educación y defendiendo y garantizando sus derechos”. En definitiva, como dice su alcalde, el socialista Luis Manuel González, será un acto muy bonito, una fiesta entrañable y cariñosa.

El compromiso público de defender y garantizar los derechos del niño, lo que es bueno y positivo, me suscita el interrogante de si los niños que se bauticen por el rito católico no van a contar con esa misma defensa y garantía, porque con los tiempos que corren todo es posible, por aquello de la discriminación positiva que tanto gusta a los socialistas. En realidad, la pregunta que me hago es si los Ayuntamientos, que se supone que por ley están obligados a defender los derechos del niño, están para perder el tiempo en estas ceremonias o, lo que es peor, el dinero en ellas. Al parecer, fue la petición de alguna persona en particular la que llevó al Ayuntamiento a tomar esta insólita iniciativa; insólita y extravagante porque Arganza es un municipio que cuenta con menos de 900 habitantes, cuya tasa de natalidad no debe superar el 4 por mil.

Creo que más que de los niños, de los que debería de preocuparse el Ayuntamiento es de los ancianos; pues a tenor de los datos publicados esta misma semana, España es ya un país de viejos, con una esperanza de vida que supera los 80 años en los hombres y 85 en las mujeres. Hay cada día menos nacimientos y, para colmo, los jóvenes emigran porque en nuestro país no encuentran trabajo pese a su buena formación. Mejor, se van porque están formados y algunas economías europeas, como la de Alemania, reclaman mano de obra cualificada, muy diferente a la emigración española de los años sesenta y setenta del siglo XX. Este es el problema que nos acucia, pero algunos, como el calamar, inundan de tinta la realidad para ocultarlo. ¡Dejémoslo!

No voy a perder el tiempo haciendo ninguna lectura crítica de algo que personalmente no me parece mal, excepto en el nombre, ni hablar del laicismo rampante de algunos sedicentes socialistas, que sólo hablan de derechos de las minorías cuando les sirve para cuestionar o atacar los derechos de las mayorías católicas. Podría hacerlo y este discurso daría mucho juego en algunas partes de España, donde se ataca con cualquier motivo las prácticas religiosas si son católicas; pero no creo que sea esa la intención del alcalde de Arganza. Sencillamente, se trata de una moda que hay que seguir, quizá porque da un cierto aire progre a un municipio que envejece y se despuebla.

El caso es que el asunto me recuerda cómo ciertas creencias y ritos que se abandonan o se echan por la puerta de atrás, entran luego por la ventana de adelante. Ninguna cultura carece totalmente de creencias y prácticas religiosas organizadas de forma comunitaria, lo que conlleva, como dice Marvin Harris, ritos de solidaridad y ritos de paso. Estos últimos se relacionan con los cambios que, a lo largo de la vida, sufre el individuo, como el nacimiento, la imposición del nombre, la pubertad, el matrimonio, la enfermedad y la muerte. Tales ritos son siempre comunitarios, pues afectan no sólo al individuo que los sufre, sino al conjunto de la comunidad, y se manifiestan normalmente como actos festivos que refuerzan la solidaridad social.

Uno de ellos es, sin duda el nacimiento, cuyos ritos podemos seguir en cualquier antropología cultural. Así en Roma, por poner un ejemplo bien conocido, al recién nacido se lo ponía a los pies del padre. Si lo tomaba en brazos, quería decir que lo reconocía como hijo suyo (susceptio), y lo admitía con todos sus derechos en la familia. Si se negaba a hacerlo, el niño se convertía en un proscrito, sin familia, por lo que era expuesto o llevado por un esclavo al campo donde lo dejaba abandonado. Al que se reconocía como hijo era objeto de varias ceremonias religiosas, la más importe, al noveno día, era la imposición del nombre (praenomen). Se ofrecía un sacrificio y una ceremonia de purificación. Ese día (dies lustricus) era de alegría y felicitaciones entre familiares y amigos, de regalos y comidas.

El cristianismo, en cierto modo, integró tal rito en el del bautismo, aunque en su origen fueran ritos diferentes; pues el bautismo es el sacramento de la iniciación cristiana. La ablución con agua es una práctica de algunas religiones antiguas, e incluso el bautismo era conocido por los judíos como medio para purificarse; de hecho Juan el Bautista bautizaba, es decir sumergía -que es lo que significa- en las aguas del Jordán a los que buscaban purificarse y cambiar de vida. También el cristianismo adoptó ese rito. Primero lo realizaban los adultos como acto voluntario por el que los catecúmenos entraban en el seno de la Iglesia. Para el creyente era un acto sacramental y no una simple formalidad simbólica. San Pablo dirá que por la inmersión en el agua, el catecúmeno muere para renacer en Cristo. Luego, desde el siglo III, varios Padres de la Iglesia defendieron el bautismo de los niños, que desde el siglo IV se convirtió en norma en la Iglesia Católica.

El bautismo es también una fiesta pues en el mundo católico , una forma de dar la bienvenida al niño, lo que se celebra con más o menos parafernalia. Es algo público porque se realiza normalmente durante el transcurso de la Misa, a veces de forma colectiva con varios niños. En mi pueblo es tradición que los padrinos, al salir de la iglesia, arroje a los presentes caramelos. No sólo se trata del regocijo por un miembro más de la Iglesia, sino que tiene ese carácter social de bienvenida. Es un acto social y público pero que no tiene nada que ver con el Estado: aquí hay una distinción clara entre ambas esferas.

No me parece que eso sea igual en la propuesta del Ayuntamiento de Arganza. Entiendo que los no creyentes o que los católicos ahora desafectos con la Iglesia busquen algún tipo de sustituto para este tipo de ritos de paso, especialmente el del nacimiento e imposición del nombre al niño. No lo considero una estupidez, incluso creo positivo que la gente quiera expresar su alegría por el nacimiento de un hijo; pero no creo que se deba utilizar un nombre tan caracterizado como el de bautismo para una práctica que no lo es, ni el Ayuntamiento tiene ningún pito que tocar en ello, aunque sí me parece bien que sea una ceremonia pública entre amigos y familiares.