PREMIOS MUJER 2024

Regresar al campo

Hace dos años escribí un artículo en el que constataba un hecho: el mayor cultivo de patatas en muchos pueblos del Bierzo.
Hace dos años escribí un artículo en el que constataba un hecho: el mayor cultivo de patatas en muchos pueblos del Bierzo. Algunos sindicatos leoneses, como Asaja, hablaban entonces de la crisis de este cultivo, aunque otros, como Ugal,  creían que la variedad de patata que se cultiva en León se estaba librando de la crisis que sufría este tubérculo en otras provincias de Castilla y León, pues el 70 % de la producción se vendía con contratos agrarios a “Gus” y “Matutano”. No era este el problema que me interesaba entonces, sino el aumento del autoconsumo. Percibía, al menos en muchos pueblos del Bierzo, que había más tierras sembradas de patatas que otros años. Las razones de este hecho podían ser varias, pero una de ellas, sin duda, era la crisis económica, el paro y la carestía de la vida. Por esa razón, pensando en el autoconsumo, se cultivaban más patatas y otros cultivos de huerta que, embotados, permitirían a muchas familias, paliar los efectos de la crisis.

Hoy en que la pobreza crece de forma alarmante en España, se habla de dos hechos que, aunque cuantitativamente son poco importantes, parece que marcan un cambio cualitativo, una nueva tendencia respecto al campo y la agricultura, un tanto esperanzadora. El primero de estos se refiere al regreso desde la ciudad al campo de jóvenes y, al mismo tiempo, el aumento de éstos en trabajos como la agricultura y la ganadería. Lentamente, en un goteo constante, los datos oficiales de la Consejería de Agricultura de la Junta de Castilla y León hablan de jóvenes que buscan en el campo una solución al grave problema del desempleo. Este fenómeno se está detectando en todas las Comunidades Autónomas, pues en el campo los jóvenes encuentran viviendas más baratas, precios más asequibles, vida saludable y, en muchos casos, trabajo como agricultores y pastores. También hay incentivos regionales, aunque todavía escasos, para facilitar el trabajo de jóvenes en el campo. El fenómeno no es fácilmente cuantificable, pero si es evidente la tendencia, aunque las cifras aún no sean muy significativas.

Un segundo hecho se refiere a la experiencia novedosa de los Banco de Tierras, que algunas Comunidades Autónomas gestionan desde hace algunos años. Volver al campo no es fácil para jóvenes que no tienen detrás una familia propietaria de tierras. Sin embargo, existen muchas tierras abandonadas, tierras sin trabajar en la mayoría de los pueblos leoneses y bercianos. No hay que olvidar que la mecanización del campo desde los años sesenta del siglo XX provocó un éxodo masivo hacia las ciudades, con la despoblación consiguiente en el medio rural y el abandono de muchos campos. Aunque los medios mecánicos permitieron que menos gente trabajara más tierras -(no hay que olvidar que en los años cincuenta la población agraria superaba el 50% de toda la población activa, y hoy ese porcentaje no alcanza apenas el 5%)-, el hecho es que muchas tierras, tanto en la zonas de montaña como en el Bierzo Bajo, por poner el ejemplo de nuestra comarca, se abandonaron, quedaron “a poulo”, como se suele decir. Era realmente triste y desolador ver como la maleza invadía campos antaño fértiles y bien trabajados.

En este contexto, la creación de los Bancos de Tierras fue una idea excelente. Se trata de que los propietarios de terrenos en desuso los cedan o los pongan a disposición de los mencionados Bancos para su aprovechamiento por jóvenes emprendedores; los dueños no pierden la propiedad sino que la ceden por un periodo de tiempo entre cinco y treinta años, aunque pueden recuperarla cuando lo deseen. En Galicia la experiencia lleva cinco años y ya gestiona más de 1.000 fincas; también en Asturias ha sido muy positiva en estos últimos años; en ambos casos han sido los gobiernos regionales quienes los han promovido. En el Bierzo, impulsado por el Consejo Comarcal, esta experiencia sólo cuenta con unos meses de vida, pero el Banco ya gestiona más de 300 fincas en numerosos municipios y ya hay 50 solicitudes para trabajar en ellas. El camino está trazado y el rumba parece bueno Lógicamente se trata de un proyecto que exige mucho trabajo, pues convencer a la gente para que ceda temporalmente sus propiedades no parece nada fácil en una comarca donde la propiedad se defiende con tanto tesón; pero por eso, si cabe, es más importante la experiencia que se está llevando a cabo, y de la que todos pueden salir muy beneficiados.

Como he dicho antes, el proceso que vivió España en la segunda mitad del siglo XX fue el del abandono del campo y el éxodo rural; algo, por otra parte, inevitable porque la rentabilidad era muy baja lo que provocaba unas condiciones de vida campesina deplorables e incluso insufribles. Hubo algunos intentos de mejora a través de la mecanización del campo y del cooperativismo agrario, por ejemplo en el ámbito de la viña y el vino. Aunque era una práctica más antigua, en nuestra tierra el cooperativismo lo impulsó el franquismo como un aspecto de su política social. Desde los años sesenta se crearon las cooperativas de vinos de Camponaraya  y Cacabelos (1963), luego las de Villafranca (1964), Cabañas Raras (1965), Ponferrada (1966 y Arganza (1967). Estas no sólo mejoraron la condición social de los pequeños propietarios, fueron además el mejor aliciente para mejorar la calidad de los vinos bercianos y su comercialización, aunque no lograron frenar el éxodo rural.

Dicho éxodo, la mejora en la calidad de los vinos y la creación del Consejo de Denominación de Origen Bierzo provocaron una importante concentración del viñedo, a través de compras más que de una política de concentración parcelaria, que en el Bierzo tuvo poco éxito. Sin embargo, aunque reducida, sigue existiendo una importante pequeña propiedad, complemento de muchas economías familiares, sobre todo ahora con el paro y la crisis económica. Por eso aún es necesario el cooperativismo, aunque tiene que modernizarse tanto en la gestión de la producción como en la comercialización de los vinos. Los proyectos de fusión de cooperativas es positivo, y la Junta de Castilla y León apuesta por ello, aunque sigue habiendo algunas reticencias en determinadas cooperativas.

Algunos jóvenes han retomado sus viejas explotaciones familiares y, con cierto éxito, se han metido en el mundo del vino; pero hay otras muchas posibilidades en la agricultura, sobre todo en el ámbito de las frutas y las hortalizas. Quizá por eso, el Banco de Tierras pueden ser un importante aliciente, aunque serán necesarias muchas ayudas por parte de la Consejería de Agricultura y por los organismo europeos que, al parecen, quieren reducir el elevado paro juvenil. El campo nunca será una solución general, pero puede ser una buena alternativa para un pequeño porcentaje de jóvenes. La dinámica del proceso generará otros empleos posteriormente. De lo que se trata es que ese empleo, aunque minoritario, no sea sólo coyuntural. Para ello no sólo debe mejorarse la producción, mediante un cultivo más selectivo y esmerado, sino que se debe avanzar hacia fórmulas de comercialización más exigentes y competitivas. No sé si el modelo cooperativo sigue siendo una buena alternativa, pero quizá debería ensayarse de nuevo.