Los propósitos de año nuevo son las mentiras piadosas e hipócritas que nos repetimos cada 31 de diciembre para autoconvencernos de lo bien que nos ha ido y que los 365 próximos días trataremos de ser aún mejores.
Apuntarnos corriendo al gimnasio porque no podemos soportar la culpa de todo el turrón que nos hemos comido las últimas dos semanas, fardar de felicidad en familia, recobrar la solidaridad perdida donando juguetes y comida para aquellos que más lo necesitan, y ¿qué hacemos después? Para limpiar nuestras conciencias seguimos pagando varios meses la cuota deportiva aunque no nos hayan visto por allí ni el pelo, ignoramos la existencia de esos tíos y primos a los que nunca hemos tragado y nos vamos de rebajas a gastarnos los Reyes en cosas bonitas.
Ser mejor persona se debe cultivar cada día. Habrá días mejores y peores. Unos en los que te irás a la cama satisfecho y otros en los que desearías no haberte levantado, pero la vida es así. Cualquier momento es bueno para pararse a recapacitar. Valorar si estás yendo por el camino que deseas y cambiar el rumbo cuantas veces sea necesario. La felicidad empieza en uno mismo, deja de buscarla en los que te rodean o en los que se han marchado. Haz que cada minuto cuente y cada año sea tu año y deja de culpar a los números de tus desgracias porque los propósitos están para cumplirlos y no para olvidarlos al tercer día.