Se ha celebrado el debate sobre el estado de la nación. Pero ¿de qué nación se trataba?
De la nación oficial, de la minoría instalada en las instituciones, azotada por los escándalos de corrupción
en la presente legislatura, de la España fantasmagórica que decía Ortega, vacía e irreal en
sus discursos triunfantes o teñidos de negra espesura, falsa imagen de las dos Españas envuelta
en la dialéctica gobierno-oposición, que sólo sirve para reivindicar el supuesto derecho de unos y
otros a perpetuarse como la nación en el poder. El verdadero mito de las dos naciones está más vivo
que nunca. Frente a la España oficial, emerge y se opone a ella la nación del subsuelo, la España
real, vital e inquietante, ausente en el reciente debate parlamentario, pero dispuesta a encararse
de inmediato con los viejos partidos en la arena electoral.
La nueva política se anuncia de la mano de Podemos y Ciudadanos, las fuerzas emergentes
que buscan representar a la segunda España. Ambas formaciones tienen puntos en común, que
las hacen crecer con fuerza. Están sabiendo recoger el profundo desencanto social hacia los partidos
tradicionales y alzar la bandera de la regeneración política desde la cercanía a la ciudadanía,
manifestando con claridad su voluntad de escuchar y su capacidad de comunicar, que no es poco.
Lo hacen con estilos ciertamente diferentes, pero no son sólo diferencias de estilo las que
les separan. Mucho más de lo que puedan ofrecer PP y PSOE, o decirse entre ellos, lo que convendrá
dilucidar durante los próximos meses son los diferentes mensajes y movimientos de Podemos
y Ciudadanos, en el marco de las expectativas de la segunda España.
Aun sufriendo las consecuencias de una sobreexposición mediática, Podemos no ceja en su
ambición. La llamada marcha del cambio sobre Madrid sustituyó el lenguaje crítico hacia la ‘casta’
por la lucha contra los ‘privilegiados’, emulando a los héroes de 1808, el empoderamiento del
pueblo, la vuelta al poder constituyente, el principio de la soberanía nacional, la ruptura contra el
antiguo régimen. Todo un imaginario revolucionario y ‘patriota’, sensible y efectivo en la audiencia
afectada por la crisis y que hace resonancia con los nuevos poderes ‘crueles’ y ‘despóticos’, llámense
la Unión Europea, la Troika o el Gobierno del PP. La idea de un nuevo recomienzo se sobrepone a las oscuridades de
origen o de destino que puedan afectar a Podemos.
Es evidente que la triste actualidad del régimen venezolano, después de haber trascendido el caso Monedero, no favorece a Podemos, como tampoco sus estrategias dinamiteras para lograr la hegemonía de la izquierda, aunque
pretendan ocultarse apelando a la transversalidad. Podemos maneja bien el manual de guerrillas,
el de 1808 y el latinoamericano. Lo nuevo que propugna tiene bastante de viejo, pues viejas son
las estrategias de desbordamiento de poder y el asamblearismo post-sesentayochistas, que malamente
pueden resolver la actual crisis de representación política.
La lógica generacional, la sobreposición de las nuevas generaciones a una generación dominante,
como ha sido la de 1978 en España, empuja al deseo de pensarlo y hacerlo todo de nuevo. Pero no
está nada claro que por eso deba hacerse. Que alguien no haya participado en la redacción o votación
de una constitución no es un buen argumento para cambiarla.
Manipular con mayor o menor habilidad el sistema de representaciones
colectivas tiene un efecto movilizador y puede dar votos, pero no soluciona problemas.
Reduce más bien la política a propaganda y reabre el drama moral,
la pregunta acerca de la autenticidad de los nuevos actores, las ganas de arrebatarles a ellos
también la máscara. El foco recae igualmente sobre Ciudadanos y su discurso de regeneración, sobre
su capacidad de atraer a la vida pública en toda España a gentes ilusionadas, ejemplares y
comprometidas, y no simples arribistas. Su planteamiento, en todo caso, contrasta claramente
con Podemos. Ciudadanos aboga por la reforma permanente y no por la ruptura, no reniega de la
Transición y hasta recupera alguno de sus símbolos, el Adolfo Suárez del CDS obsesionado por
alcanzar el Centro puro…
¿Es Ciudadanos comparable con la operación reformista de mediados de los ochenta? ¿Puede
ser como entonces un lastre el origen catalán? Es evidente que Ciudadanos ha mostrado una actitud
decidida en Cataluña frente al maximalismo nacionalista, y no sobra precisamente en la actual
encrucijada, todo lo contrario, cualquier voluntad de conjugar con normalidad lo catalán y lo
español, sin necesidad de catalanizar ni españolizar a nadie, sino profundizando en los lazos de
una identidad compuesta consustancial a la propia cultura política de 1978. ¿Y en Navarra? En
Navarra, Podemos ha dado ya algunos pasos que pueden reducir significativamente la intención
de voto registrada por el Navarrómetro, tal vez porque no han sabido leerlo. Ciudadanos de momento
no está, aunque se le espera.
Juan María Sánchez-Prieto
profesor de Sociología en la Universidad Pública de Navarra