PREMIOS MUJER 2024

Normalidad extraordinaria

Dicen que el vino de buena cuba no necesita bandera, o que, a fuerza de repetir mucho algo, uno acabe por sospechar de ello, de que algo oculta o que no es oro todo lo que reluce. Pues algo así me pasó a mi con tanto repetir hasta la saciedad, y más, que todo era “normal”, “con absoluta normalidad”, un “hecho normal”, “normal y austero”, “pompa y austeridad, con normalidad…”. Me estoy refiriendo al cambio de rey en nuestro país. ¿Qué es lo normal? ¿Lo que entendemos por habitual? Pues mira no todos los días, habitualmente, cambiamos de rey, o si quieres de gobernantes, porque entonces no hablaríamos de normal, sino de inestabilidad. Lo mires desde donde lo mires, ha sido un hecho histórico. Nos puede gustar más o menos, estar más o menos de acuerdo, pero ni era habitual, ni algo tan normal como las rebajas que llegan dos o más veces al año. La Revolución francesa fue un hecho histórico nada “normal”, a unos les gustó y a otros supongo que no tanto o nadita (por lo de sus cabezas), pero hay que ver cómo ha influido en la historia que le siguió, también en la de los que no eran o somos franceses. Sí, en la tuya y en la mía también. Es lo que tiene la historia, los hechos históricos, que en el momento de vivirlos nos pueden parecer irrelevantes, pero inciden en nuestras vidas, en lo cotidiano de nuestra historia personal. Por eso cambié de canal al oír que unos periodistas se “quejaban del tostón de tener que sufrir la proclamación y posterior recepción, de estar tanto tiempo”. Por mí que no lo hiciesen, me fui a otra cadena a escuchar unos momentos históricos narrados y transmitidos por profesionales de verdad conscientes de que “eso” es parte de nuestra historia, al igual que la de hace 60, 70 u 80 años atrás.

 

Me gusta la normalidad, pero también disfruto con lo extraordinario. Por eso estoy contentísima, a falta de otro adjetivo, que se me quedan todos cortos, de haber asistido el pasado sábado a la ordenación de un nuevo diácono en nuestra diócesis. Podría ser algo habitual, que pasase todos los años, y yo estaría igual de contenta, por eso de que es bueno de que la “familia crezca”. Pero en este caso llevábamos varios años sin ninguna ordenación en nuestra diócesis de Astorga, creo que seis años. Una larga sequía que transformó, lo que siempre hubiese sido una fiesta para la iglesia, para nuestra iglesia particular de Astorga, para todos nosotros, en una explosión de júbilo, en una celebración extraordinaria. Todavía más jubilosa para mí, por el cariño y amistad personal que me une al nuevo diácono. Me une a él, en primer lugar, la fe, la amistad y el haber compartido momentos buenos, y no tan buenos, en ese camino que supone descubrir la vocación, aceptarla y luchar por conservarla. Sentí que su camino se había entrelazado en muchos tramos con el mío, así que su meta era de algún modo también la mía. Nuestro equipo había ganado. Eso es extraordinario.

 

Cómo extraordinaria era su cara de felicidad. Imposible describirla. Sólo se me ocurre decir que irradiaba felicidad, estaba como iluminado, todo él era la expresión de alegría que define a todo cristiano. Su sonrisa daba más luz que todas las lámparas y velas de la catedral encendidas. No exagero, no es para menos. Su luz era, es, reflejo de la Gracia de Dios. Creo que fue el Santo Cura de Ars el que dijo: un sacerdote es “alguien extraordinario, tiene en sus manos, y con decir unas palabras, el poder de traer desde el cielo a Dios, para entregarlo a todos nosotros”. Andrés está en camino, el sábado dio su primer sí, en breve, eso esperamos, dará el sí definitivo en su ordenación sacerdotal.

 

Y como unas imágenes valen más que cien palabras, aunque tampoco expresan todo lo vivido, os dejo con algunos momentos extraordinarios en la vida de Andrés, en la de la Iglesia y por supuesto en la de los que allí estábamos.