PREMIOS MUJER 2024

¿Y no dimite nadie?

 

Las elecciones generales del 26J las ha ganado el PP. Claro y contundente. No ha logrado la mayoría absoluta pero ha obtenido 14 diputados más que en diciembre pasado. Un éxito y no sólo ante los adversarios sino, también, ante las encuestas. Vaya papelón el de las empresas de sondeos.

El resto de los partidos ha perdido. Han fracasado rotundamente. El PSOE ha roto de nuevo su suelo y ha perdido 5 escaños con respecto al ya desastroso resultado de diciembre. Ciudadanos se ha dejado 8 diputados. Y Unidos Podemos se ha quedado como estaba, pero ha perdido casi un millón de votos y la alianza no es que haya sumado sino que ha restado. Su fracaso, medido con las expectativas generadas por las encuestas, ha sido mayúsculo. Ni ha habido sorpresa (sorprasso, decían los politólogo) ni adelantamiento al PSOE por la izquierda ni nada de nada. Un batacazo en toda regla.

La debacle de IU-Podemos le permite al PSOE justificar su durísima derrota electoral, alegando que sigue siendo el partido hegemónico de la izquierda. Sí, de una izquierda convertida en ruinas y en miseria. Pedro Sánchez, por lo visto, prefiere administrar  la miseria antes que asumir responsabilidades de su enorme fracaso. Dos fracasos en seis meses. Todo un récord,

Porque, a la postre, de eso se trata. De asumir responsabilidades. En la noche electoral yo esperaba algo de autocrítica y de toma de decisiones valientes. Por ejemplo, que Pedro Sánchez dimitiera o, por lo menos, que pusiera su cargo a disposición  del Comité Federal de su partido. Haber evitado el ya tópico sorprasso no justifica la debacle socialista. Se trata, insisto, del peor resultado electoral de toda la historia del PSOE desde el inicio de la Transición. Esta derrota debería tener un coste, una crítica, una responsabilidad. Pero, no. Hasta parecen contentos en el PSOE con que IU-Podemos no les haya adelantado por la izquierda. Pobre y efímera justificación. La conclusión es clara: o el PSOE hace autocrítica, asume responsabilidades  y busca los mecanismos para regenerarse, o su desaparición será cuestión de tiempo.

Y lo mismo cabe decir de Ciudadanos, cuyo líder, Rivera, es incapaz de hacer la más mínima autocrítica. Han perdido 8 escaños y la posibilidad de ser determinante en la formación del nuevo gobierno. Y no vale refugiarse en que la Ley Electoral les ha perjudicado porque es la misma Ley de hace seis meses y de hace años. Ciudadanos ha cosechado un duro fracaso. Los votos que arrebataron al PP hace seis meses han vuelto a su origen y han sido incapaces de atraer votantes nuevos. ¿Va a dimitir Rivera? ¿Se va someter a una moción de confianza en el seno de su partido? ¿Va a poner su cargo a disposición del partido? Una cosa es criticar a los demás sus actitudes poco democráticas y otra ejercer la autocrítica.

¿Y qué decir de Pablo Iglesias, el líder de Unidos Podemos? El salvapatrias y redentor se ha quedado compuesto. Su fracaso ha sido estrepitoso y no vale refugiarse en que las encuestas le daban como el líder de la izquierda mejor situado para ganar las elecciones; es que él, y su alianza electoral, han jugado a eso, se han presentado como el mesías salvador de la democracia española y como él único capaz de regenerar no sólo a la izquierda sino a todo el sistema político español. Vaya chasco. Y, al igual que en el PSOE y en Ciudadanos, ni un amago de dimisión o de poner su  cargo a disposición del partido.

Le salva su sinceridad en la noche electoral, al presentarse con una cara de difuntos y reconocer que los resultados no habían sido los esperados. Pero no es suficiente. Su apuesta electoral, cargada de autosuficiencia y de soberbia, ha fracasado; y en democracia, el fracaso tiene sus consecuencias. Él, como teórico de la ciencia política, debería ser coherente y no caer en el vicio de la casta de ver la paja en el ojo ajeno y  no en el propio.

Ya sea por el voto útil, por el éxito de la estrategia de fomentar el voto del miedo o por los efectos del referéndum británico y la salida del Reino Unido de la Unión Europa, lo cierto es que la estrategia de Rajoy de mantenerse impasible como una esfinge ha dado su resultado. Increíble, pero cierto. Pero ahora tiene que moverse. No puede volver a decirle al Rey que no tiene los apoyos necesarios para formar gobierno. Su clara victoria electoral le obliga a dar un paso adelante y a intentar formar gobierno buscando apoyos o abstenciones del resto de los partidos constitucionalistas. Ese es el mensaje que ha recibido de sus electores y del que no puede sustraerse.

Rajoy está obligado a abandonar su proverbial dontacredismo. Es su momento. ¿Estará a la altura de las circunstancias? Pronto lo veremos.