Toda España ha sido una gran plaza mayor llena de abarrotadas terrazas de bares este pasado largo puente festivo. La provincia leonesa no ha sido una excepción. Hoteles, restaurantes y bares llenos, como si no hubiera un mañana, como antes de la gran crisis. Todos necesitamos salir, airearnos, evadirnos por unos días, cerrar los ojos y creer que el mundo que nos rodea es mejor que el que nos pinta la realidad. Luego, al regreso, entre atascos procesionales, los partes de la radio del coche nos devuelven a la realidad. Era un espejismo.
En León nos enredamos, perdón, nos liamos, en las pequeñas miserias que engordamos hasta crear cortinas de humo que distorsionan la realidad. Ahí está el futuro del teatro Emperador de la capital. Un muerto del que el Ayuntamiento no se ha acordado en los últimos años y ahora, que ha venido el ministro de Cultura a León, le entra prisa por exigir y reivindicar. Podía haberlo hecho el alcalde cara a cara con el ministro, pero no, prefirió enrocarse, desfilar en su imaginario con sones militares, olvidarse de su condición de anfitrión de la ciudad y retar al titular de Cultura a un duelo de titulares de prensa. Eso sí, ahora que conmemoramos el 40 aniversario de la Constitución todo son alusiones al diálogo, a la negociación, al consenso y la renuncia con generosidad. Valores todos ellos que se exponen en engolados discursos pero que ya no se practican. Cuarenta años después, no están de moda.
Andalucía sigue siendo el laboratorio del renacimiento de la España de bloques. Mucho se ha hablado en todos los rincones de España en todas esas terrazas abarrotadas este pasado puente del resultado electoral andaluz. Y ya hay una conclusión unánime: Cataluña, sí, la situación catalana fue determinante en el resultado electoral andaluz. Independentismo más corrupción, inmigración, hastío, violencia pasiva y falta de medidas eficaces por parte de los gobernantes socialistas y populares han convertido el caso catalán en el determinante del futuro político español. Ya lo ha sido en Andalucía y lo va a ser en las elecciones autonómicas, municipales y europeas del próximo mes de mayo.
El PP, partido que ha sufrido un serio varapalo en las elecciones andaluzas, se dispone a formar gobierno, olvidando su machacona reivindicación de que gobierne siempre el partido más votado. Pasa lo mismo en el resto de los partidos. Ya no hay principios, ni líneas rojas o amarillas ni reglas nacionales. Ahora todo se mide en virtud de las fronteras autonómicas. La idea de España se desvanece y no es sólo culpa de los independentistas catalanes. Muchas decisiones del gobierno Rajoy y ahora del de Sánchez son auténticas fábricas de crear independentistas como churros. Da igual que los líderes independentistas sobrepasen diariamente los límites del ridículo, al otro lado, en frente, no hay alguien que contraponga una respuesta seria, rigurosa, contundente, legal y eficaz. ¿Qué hemos hecho con la democracia, cuarenta años después?
En fin, siempre nos quedarán las calles y la utópica ilusión de que debajo de los adoquines esté la arena de la playa. Ahora le toca el turno a los bercianos de salir a la calle para reivindicar un futuro que nadie, ningún partido, ha sabido o podido prever en los últimos veinte años. Sí, era previsible lo que está pasando en El Bierzo, pero nadie ha estado a la altura de las circunstancias. Por eso, lo que suceda en Cataluña también determinará el futuro de El Bierzo, y de León, de la España vacía del interior. No somos dueños de nuestro destino. Las abarrotadas terrazas de todos los bares de España en este pasado puente festivo sólo han sido un espejismo.