PREMIOS MUJER 2024

Memorias de un cura rural

Este fin de semana he comprendido eso que leemos en los evangelios sobre el buen pastor: “Aquel que conoce a sus ovejas y las llama por su nombre”. Tal vez sería más correcto decir que lo he experimentado, vivido y hasta celebrado.

Empezaré con una pregunta: ¿cuántos de nosotros, bueno yo no, de vosotros podéis decir que habéis estado cincuenta años en el mismo puesto de trabajo y en el mismo sitio? ¿Cuántos? Eso me parecía, uno o ninguno. Que yo conozca sólo este hombre, de oídas alguno más, pero que conozca solamente Don Buenaventura,  don Ventura para amigos y feligreses, sus ovejas. Y lo uno no excluye lo otro.

Después de casi sesenta años de sacerdocio, cincuenta de ellos –y un mes- en el mismo pueblo, Borrenes, se va. No deja de ser sacerdote, pero necesita descansar, tomarse las cosas con más calma, dejar de estar en primera línea. Vuelve al pueblo de nacimiento, un pueblo en el que tiene sus raíces, sus recuerdos familiares, sus comienzos, tal vez lo que le hizo empezar a ser lo que ha sido toda su vida. Pero me atrevo a decir que en Borrenes, y otros pueblos de los alrededores a los que atendió en su labor pastoral, deja, se deja a sí mismo. Tal vez regrese a sus orígenes, pero su “vida” son estos pueblos de El Bierzo, porque en ellos se “desgastó, envejeció”, celebró y también sufrió.

Personalmente conocí a don Ventura no hace mucho, para el tiempo que él lleva pastoreando por estos lares, hará unos nueve años. Han bastado y a la vez me han sabido a poco. Bastado, para tener la sensación de llevar toda una vida conociéndolo, para aprender de él, para disfrutar con él, para sufrir con él. Sabido a poco, porque siempre tienes la sensación de no tener bastante, de estar ante una fuente de sabiduría, entrega y amor inagotables. Con él se podía hablar de lo divino y lo humano, para acabar llegando a la conclusión, o al descubrimiento, de que Dios estaba en todo, también en aquello aparentemente prosaico. Lo mismo te mostraba a Dios, que te enseñaba a buscar setas –toda una autoridad en la materia-, como a continuación te daba una clase magistral de la pesca de cangrejos. Siempre me despedí de él deseando más, tener más tiempo para charlar, para escucharle hablar de todo. Todo.

Un hombre del siglo pasado, muy del siglo pasado, y con un pensamiento nada caducado, muy de hoy también. Accesible a todos, niños, mayores, muy mayores. Esto lo pude comprobar en su despedida. Se acercaron cantidad de personas, todos habían sido sus “ovejas”, en algunos casos era curioso ver tres generaciones: los abuelos, los padres, los hijos, y en algún caso ya biznietos. A todos los llamaba por su nombre, a todos tenía un “cariño mío”, a todos era imposible sentir cuál era su preferida, mejor dicho, creo que todos, todas sus ovejas, nos fuimos sintiendo que “éramos su preferida”. Nos íbamos consoladas, sanadas, sin saber muy bien por qué. Su presencia, su voz, su mirada te hacía sentir especial siempre para él.

No cabe duda de que no es lo mismo ser cura rural que serlo en la ciudad, lo mismo sirve para el resto de las personas. En los pueblos las relaciones son casi siempre de familia, todos se conocen y todos están dispuestos a prestarte su ayuda. Por supuesto hay excepciones, pero a veces es tan insignificante, tan única, que favorece en lugar de ensombrecer. Don Ventura se ganó, por expresarlo de alguna manera, el afecto de todo un pueblo, de varios pueblos. Se los ganó dándose, no quitándoles nada, cuidó a sus ovejas entregándose y no aprovechándose de ellas, no exprimiéndolas, como también se dice en la Escritura. Es un buen pastor. Por eso deja a sus feligreses tristes por su partida, contentos por haberle tenido, y también viendo con agrado su merecido descaso. Sienten su partida, pero no se sienten abandonados por él.

Recordando una de sus muchas anécdotas sobre su vida en el seminario, me viene a la memoria la que contaba sobre sus logros como atleta –sigue teniendo toda la planta-, era un buenísimo futbolista, tan bueno que uno muy famoso de la época de sus años mozos quiso hacerlo profesional y que dejase el seminario y su vocación. Su respuesta fue negativa. Él ya había hecho su elección, o mejor dicho ya Otro le había elegido y él aceptado su proposición. Prefirió ser atleta de Cristo, de la Iglesia. Como san Pablo, ha sabido correr, no detrás de un balón, si no detrás de las almas que le fueron encomendadas, ha combatido por esos rebaños…tiene merecida su corona, o su copa. Egoístamente prefiero que todavía le quede mucho por correr.

Con vuestro permiso, hoy me siento agradecida a Dios por haberle conocido, por haberle escuchado, por haber disfrutado de algunas tardes con él. Es una de esas personas que te hacen sentir  “mejor persona”.

Lo cierto es que nunca se irá del todo, aquí seguirá lo mejor de él…y si no, siempre podrá venir de visita o nosotros ir a visitarle a él.