Si ya me lo parecía a mí. Por fin la causa de mi gusto por las matemáticas desde jovencito ha quedado clara y eso gracias a mis posmodernos gobernantes que, tan jóvenes ellos también –eso creen–, con el derroche de desparpajo que les otorga la posesión de la única verdad –el peso transfigurador de los votos–, nos acercan un poco más a su nirvana físico-intelectual dotando a las femeninas pero al tiempo masculinas y machistas matemáticas de la perspectiva de género de la que al parecer carecen.
Devaneos aparte tal parece que nuestra civilización, formas de entender la vida, experiencias y pensamiento no son nada y están necesitados –urgentemente necesitados– de ser cuestionados y condimentados con adanistas y delirantes especias, tan molonas ellas y tan absurdas, además de totalitarias por su componente obligatorio e inquisidor.
El matemático soviético Nicolai Piskunov, mi admirado Piskunov, que pasó a mejor vida no hace todavía cincuenta años, responsable en parte de consolidar mi sumisión a la magia de las matemáticas como bien conocen mis amigos más próximos, en un alarde de sencillez y coherencia inicia su magnífico tratado sobre “Cálculo Diferencial e Integral” con las palabras: «Uno de los conceptos fundamentales de las matemáticas es el número. El concepto de número surgió en la antigüedad, ampliándose y generalizándose con el tiempo».
Tras más de mil páginas razonando pacientemente sobre los límites y la continuidad de las funciones; las derivadas y diferenciales; las funciones derivables, sus teoremas y análisis, amén de las de varias variables; la curvatura de las curvas; los números complejos y los polinomios; las aplicaciones del cálculo diferencial a la geometría del espacio; las integrales indefinidas y definidas: sus aplicaciones geométricas y mecánicas; las ecuaciones diferenciales; las integrales múltiples, las curvilíneas y las de superficie; las series, la de Fourier y las aplicaciones físicas; el cálculo operacional y sus aplicaciones… termina Nicolai Piskunov su paseo por el mundo del cálculo matemático con su “Teorema del retardo”.
Este teorema resume en sí mismo la espiritualidad del pensamiento matemático girando en torno a la nada, al cero, al absolutamente cero, a lo que es idénticamente igual a cero, mostrando y demostrando, como teorema que es, el camino mágico, el paso a paso en expresiones formales de lo que la razón de otra forma es incapaz de entender.
A la vista de lo que realmente son las matemáticas digo yo que quizá Nicolai Piskunov al plantear su teorema no hacía sino anticiparse a la aparición de este torrente de mendrugos empeñados en –a falta de mayor conocimiento y sensatez– ponerle un chorrito de género (femenino) a sus series, curvas y funciones, mandándoles un sofisticado pero sencillo mensaje que demuestra, en todo caso, su inanidad (la de los mendrugos, por si no queda claro). Eso sí, matemáticamente.
Un artículo tan largo que se podía reducir a una frase: “me gustan las matemáticas y detesto a la izquierda “. Si acaso se podría añadir una coma y un “además no entiendo qué es la discriminación de la mujer en la ciencia”. O incluso, por extenderse un poco más, añadir “la identificación de mujer con minifalda me quedó sembrada, ¿eh?
O lo que es lo mismo: os aplasto con mi prosa pedante y pseudo culta para que deis por sentado mi incuestionable e irrebatible opinión, que es seguida y compartida por los que le conocen … o eso cree.