PREMIOS MUJER 2024

La posición de los intelectuales en la Guerra Civil

Nuestra guerra civil tuvo como una de sus perniciosas consecuencias que las mejores cabezas pensantes de la patria vieran de una u otra manera su trayectoria creativa interrumpida. No se suele tener en cuenta el coste en materia de conocimiento y creación literaria que tienen las guerras. No es que sea una cuestión que le importe a mucha gente y desde luego en esta nuestra querida España aún menos.

No obstante, sí merece una reflexión por pequeña que sea, las vicisitudes de algunos de los literatos que sufrieron en sus carnes la contienda. No se trata de hacer valoraciones fáciles sobre su posicionamiento a favor o en contra de uno de los dos bandos de la contienda. Se trata de describir cómo vivieron y sintieron la grave situación de una España desgarrada por el odio y la falta de entendimiento.

Una intelectual, actualmente menos conocida y aún menos leída que sus coetáneos fue doña Concha Espina, premio nacional de literatura y candidata al Nobel dos veces. Antimarxista convencida apoyó el alzamiento militar contra la República. Colaboradora durante la guerra del ABC editado en Sevilla, su pluma sirvió de aliento a la causa nacional.

Miguel Hernández… Poesía y sentimiento de las entonces denominadas clases populares. Pastor de oficio, de natural inteligencia cultivada en los jesuitas, no pudo continuar sus estudios porque su padre lo reclamó para ayudar con su pastoreo a la economía familiar. Iniciada la Guerra Civil, se alista voluntario en el Quinto Regimiento para cavar trincheras. Asciende a comisario de Cultura en el Batallón del Campesino. Dicen quienes le conocieron que era hombre de mucha integridad y cordial con todo el mundo. Cae prisionero, se le condena a muerte y se le conmuta la pena. Finalmente muere de tuberculosis.

José María Pemán fue además de un intelectual un hombre de acción. Desde el frente arenga a la España Nacional y sus tropas. Falangista y abogado, entendía España como una unidad de destino y reserva espiritual de Occidente. Ayudó a Unamuno a salir airoso (de aquella manera) cuando con motivo del 12 de octubre en Salamanca no se le ocurrió otra cosa que decirle al general Millán Astray aquello de “Venceréis pero no convenceréis”. La que se lió fue gorda y Pemán se interpuso entre el general y el bueno de Unamuno que también los tuvo, con perdón, como el caballo de Espartero. Contrario a la unificación con los Carlistas, no obstante se mantuvo fiel a su causa.

Antonio Machado. Hombre bueno, así descrito por todos. Republicano fiel  lo que le llevó a colgar la bandera republicana en el balcón del ayuntamiento de Segovia el 14 de abril de 1931. Uno de los máximos exponentes de la poesía en lengua castellana. Profundamente enamorado de la que fue su mujer, Leonor, su muerte marcó el resto de su vida y obra. Esto le sume en un gran dolor y depresión. Fumador empedernido y amigo del vino. Cultiva la amistad de los más destacados intelectuales de la época como Juan Ramón Jiménez. La guerra le obliga a vivir de ciudad en ciudad según avanzan los nacionales. Trabaja duro para apoyar a la República con sus escritos. Enfermo, fallece en el pueblo francés de Collioure acompañado de su madre de 88 años que fallece tres días después.

Manuel Machado. Hermano del anterior. El levantamiento lo pilla en Burgos. Intenta volver a Madrid donde residía sin conseguirlo. Apoyó al bando nacional. Algunos dicen que de forma interesada y porque no le quedó más remedio. La verdad, estando en Burgos por aquellos días, ciertamente no tuvo muchas opciones. Toda su gloria literaria se vio relegada por la figura de su hermano. Miembro de la Real Academia de la Lengua fue tratado con consideración por el régimen de Franco. Actualmente existen muchas dudas de su sincera adhesión al mismo.

Algunos intelectuales optaron por un alejamiento de ambos contendientes y se refugiaron en su propio mundo. Fue el caso de Salvador de Madariaga. Hombre cosmopolita  y políglota, liberal y federalista trabajó para la República. Pese a ello estaba muy preocupado con el denominado ya por entonces “problema catalán”, el nacionalismo vasco y los movimientos revolucionarios. Todo ello fue motivo de un progresivo alejamiento de las autoridades republicanas. Cuando estalla la Guerra Civil abandona España y se va a Oxford, lugar que consideraba su segunda casa. Su obra “España, ensayo de historia contemporánea” está considerada como una de los mejores análisis sobre los problemas del país. Fue implacable con ambos bandos durante la contienda. Europeísta convencido, falleció en Suiza.

Una posición semejante adoptó Vicente Aleixandre. Aunque apoyó a la República en sus inicios y al comienzo del conflicto colaboró en ediciones literarias apoyando al bando republicano, no fue especialmente activo. A medida que la República perdía territorio, Aleixandre al contrario que muchos de sus colegas decidió no exiliarse y se fue a vivir a su casa de la sierra madrileña. Allí permaneció hasta el final del conflicto y continuó hasta  el día de su muerte en 1984. Recibió el Premio Nobel en 1977 y fue académico de la  Real Academia de la Lengua.