Creo que el ser humano es, por naturaleza, bueno. Por supuesto que hay muchísima maldad en el mundo pero ¿nunca os habéis preguntado por qué unas personas son tan buenas y otras tan malas? Alguien me dijo una vez que creía que al nacer éramos todos iguales pero cuando íbamos viviendo a cada uno se le llenaba la vida de saquitos. A unos se les llenaba de saquitos de amor, de bondad, de ayuda y de alegría. Y a otros, en cambio…
Viajemos 3.700 kilómetros para entender este ejemplo a través de una guerra. Ucrania. Mientras un hombre cegado por el poder y por su propio ego arrasa un país entero matando gente, destrozando vidas y ciudades… Un hombre en Málaga alquila un autobús con sus ahorros para viajar a Ucrania y rescatar a 100 personas, dos gallegos ponen rumbo a este país con sus coches para traerlos a España, un grupo de empresarios bercianos destinan parte de su dinero a costear los billetes de avión de varios refugiados, una mujer acoge con los brazos abiertos en su casa a una familia con la que no sabe ni comunicarse, ciudadanos sin apenas recursos recogen comida, mantas y productos de primera necesidad para todos los que vayan a parar a nuestro país.
Pues estas son, nada más y nada menos, que las dos caras de una misma moneda.
Que sí, que en la tele, en las noticias, todo se ve muy negro. Parece que en el mundo solo hay violaciones, crímenes, guerras, bombardeos, robos… pero la vida es más que eso. Las personas son mucho más que eso. Detrás de cada mal gesto, hay cien buenos. Detrás de cada hombre que inicia una guerra, hay cientos de millones intentando hacer la paz.
Una bonita película de dibujos animados, nominada a los Óscar, pronunció una frase que se grabó a fuego en mi mente desde que la escuché: “Un sincero acto de generosidad siempre lleva a otro”. Y sí, confieso que lloré con esa película, pero es que creo en esa frase, creo en la bondad de las personas, en su empatía, en su sinceridad, en sus principios y valores. Y creo en el amor.