“A la luz del cigarro voy al molino,
si el cigarro se apaga, morena, me voy al río.”
El autor anónimo –hasta donde yo sé, que es bien poco– de esta cancioncilla perfecta para pasar buenos ratos de los de antes y de los de ahora, que con ellos no puede ni la globalización, el autor, digo, de tener que escribirla ahora pienso yo que no lo tendría pero que nada fácil. ¿A la luz del móvil, o de la tableta? ¿Hacia qué molino? ¿Hacia alguno de los gigantes que pueblan nuestros montes, que al menos molinos, eso sí, son, aunque de viento? Y si la batería se acaba… ¿Hacia qué río? ¿Al que corre allá abajo en el profundo valle, lejos, muy lejos del gigante?
“A la Virgen del Carmen tres cosas pido,
la salud y el dinero, morena, y un buen marido.”
También lo tendría muy difícil para incluir en su canción las demandas de salud, dinero y amor en nuestro tiempo, siendo el Estado de Bienestar y las nuevas ideologías y tecnologías los encargados de proporcionar tales beneficios a sus laicos ciudadanos: Sanidad y Empleo y no la Virgen del Carmen, oiga. Y el buen marido… con la página web adecuada basta y si no, las mediaset y las atresmedia ya se ocupan.
“Que no fume tabaco ni beba vino,
que no vaya con otra, morena, sólo conmigo.”
Lo de mezclar fidelidad con vida sana, además de ser una utopía antes y ahora, no por ello menos deseada por hipótesis, casa o no casa según se mire. El autor en su momento lo tuvo claro: dos virtudes menores y una mayor igual a tres virtudes y se acabó. Hoy tendría que echar muchas cuentas y vérselas con la miríada de planteamientos y disquisiciones disponibles en cuanto a género y número se refiere. Y ¡ojo!, ya puede acertar a la primera, que las segundas oportunidades sí que son cosa del pasado remoto…
“Y la Virgen del Carmen lo ha concedido
fumador y borracho, morena, empedernido.”
El atractivo del truhan en la literatura viene de lejos, tema este con origen no en la ficción sino en la mismísima realidad… Eso sí, esa peculiar atracción se cura con la edad porque lo cierto es que esta no perdona: ni a ellas ni a ellos. Y claro, este final lo aborta la ficción al estilo del Tenorio ultimando, según le vaya a la historia, a él o a ella.
“A la luz del cigarro te vi la cara,
yo no he visto una rosa, morena, tan colorada.”
¡Ah la belleza! Menudo berenjenal si nos adentramos en él vía filosofía, arte, moda o cualquier otro camino reflexivo cuando no hay más cera que la que arde. Porque de la belleza de la mujer se trata, señores, y no de otra, y no creo que nadie tenga dudas: una mujer bella lo es aunque no quiera o quieran o no proceda o no convenga, que para no serlo no basta que lo quiera o quieran, proceda o convenga. Ella misma o los otros y otras, tan dados hoy a suponernos a todos daltónicos.
“A la orilla del río tengo mis bienes:
una gata y un gato, morena, con cascabeles.”
A estas alturas de la cancioncilla confieso que el autor desconocido ha conseguido hacerme un lío, ya que no sé si quien canta es él o ella o ello –ya ven que estoy al día–. Pero creo que da un poco lo mismo y esta estrofa me va. Y es que los gatos, injustamente asociados a la soledad de los mayores, encierran más misterio del que parece. Mi homenaje aquí a Basti, mi desaparecida gata negra con nombre de diosa, que supo defenderme de los malos, para mi sorpresa, antes de que para mí lo fueran. ¿Dónde andará?
“A robar corazones voy al molino,
porque la molinera, morena, me robó el mío.”
Y al final el amor, hoy tan denostado, que siempre gana y ganará. Y el que no lo crea, pues eso: que no lo crea. Allá él. Aunque si por amor entendemos lo que cantan los poetas, sobre todo los poetas de hoy –un hoy ya un poco viejo después de un siglo de dar la tabarra social militante a veces ripiosa y a veces no– corremos el grave riesgo de caer en ese pagano descreimiento.
Y como resulta que en el “poshumanismo” que nos toca vivir hasta parece que el amor es cosa también de fórmulas y probetas, por si acaso, antes de terminar esta reflexión sobre la cancioncilla popular leonesa, me permito recomendarles a ustedes uno de los tres mil sonetos de don Félix Lope de Vega Carpio –que seguro conocen– que se llama “Esto es amor”, del que reproduzco solamente el último verso:
“… esto es amor; quien lo probó lo sabe.”
Juan M. Martínez Valdueza
31 de agosto de 2017