Tengo entendido que se ha hecho una encuesta a los franceses sobre la colaboración para ayudar a los damnificados de la gran catástrofe del huracán de Filipinas. Parece ser que el 60 % dijo que no se les debería ayudar. Lo triste de estos casos es que nos acostumbremos a verlos en la televisión, cómodamente, desde nuestro sofá, sin preocuparnos demasiado por el sufrimiento ajeno. Pero, ¿qué pasaría si fuéramos nosotros los afectados?
Se da la circunstancia de que este tipo de calamidades casi siempre suelen ocurrir entre los más pobres. Y ello puede llevarnos a pensar que nosotros estamos libres de que nos ocurran semejantes desastres. Lo que de ninguna manera podemos pensar es que ellos son peores que nosotros, o que nosotros somos mejores que ellos. No estamos libres de que a nosotros nos pueda ocurrir algo semejante o peor.
Que España está pasando una gran crisis nadie lo duda. Pero seríamos demasiado ingenuos si pensáramos que esta crisis es solamente económica o que ya no habría problema si la crisis económica desapareciera. La crisis es mucho más amplia y profunda, y el desastre económico y laboral es solo una consecuencia de una crisis moral mucho más grave.
Lo más preocupante de todo es el abandono masivo de Dios. Alguien dirá que eso no tiene nada que ver, pero ahí está la raíz de la mayoría de los males que nos asolan, a nosotros y al resto del mundo. A Dios no le puede resultar indiferente el pecado de la humanidad.
En el libro del Apocalipsis se habla de la “gran tribulación” y algunos grupos religiosos hablan de ella constantemente, anunciando momentos muy difíciles para la humanidad. Independientemente de la exageración con que puedan interpretarse los textos bíblicos, de una manera un tanto fundamentalista, no los podemos tomar a broma.
Para quienes sufren estas graves catástrofes naturales lo ocurrido bien puede llamarse “gran tribulación”. Cuando el profeta Jonás dijo a los habitantes de Nínive que o cambiaban de vida o la ciudad sería arrasada, los ninivitas lo tomaron en serio e iniciaron un serio proceso de penitencia y conversión. Mucho me temo que a nosotros nos va a pasar lo mismo: o cambiamos o nos cambian. Dios es bueno y misericordioso, pero de Dios nadie se ríe.
Más de una vez, por citar algún ejemplo, he podido contemplar el lamentable espectáculo de cientos y cientos de jóvenes, en las noches de los fines de semana, casi hacinados, en torno a los centros de diversión, en las zonas de copas… Para estas multitudes el domingo ya no tiene ningún sentido religioso. Es tan solo un día para dormir y espantar la borrachera. Tanto en el orden espiritual como en el meramente humano, esto tiene poco futuro o aventura un futuro preocupante.
No quisiera ser profeta de calamidades, como diría Juan XXIII, pero éste y otros muchos hechos nos hacen temer lo peor. Ya profetizó alguien que el siglo XXI será religioso o no será. O cambiamos, o nos cambian.