Dice uno de mis primos que no le gusta vivir en la ciudad porque en ella nadie se saluda, todo el mundo va a su “bola”, con prisas, sin un “buenos días” o un “hola”, los vecinos de la misma escalera casi no se conocen y por la calle ni nos miramos, mucho menos hacer un gesto de saludo. Por eso él prefiere vivir en el pueblo, donde todos se conocen, saludan y se preocupan los unos de los otros. Claro que ahí mi tía, suya también, apostilla: “sí, desde luego que en los pueblos es donde más se critica y murmuramos unos de los otros, si estuviéramos más pendientes de lo que pasa en nuestra casa, o menos aburridos, no nos preocuparíamos tanto de la vida de los demás”. Bien, son modos de definir “preocuparnos unos de los otros o meternos donde no nos llaman o importa”.
En fin, puntos de vista a parte, yo no estoy del todo segura de la falta de educación, al menos en lo que a saludos se refiere. Os puedo asegurar que a mí me saludan mucho por la calle, sobre todo gente a la que no conozco absolutamente de nada. Y además van con mucha prisa, porque van en coche…
Ya puedo salir sin rumbo, simplemente a pasear, o con un destino claro, ya puede ser por la mañana o por la tarde, que al disponerme a cruzar por un paso de cebra es rara la ocasión en la que no me saludan, con la mano simplemente pero algo es algo. Una esperaría que fuese un conocido, pues no. Ni me suena su cara. Lo digo porque yo me suelo despistar con los nombres, no recordar exactamente a la persona, pero las caras no se me olvidan. Claro está me quedo un poco desconcertada pensando quién puede ser, procesando esa cara por si se me hubiese despistado, y cuando me doy cuenta ya se ha ido y quedo como una maleducada, no he respondido a su saludo.
Si no viene otro coche cruzo la calle, si viene otro espero. Este conductor a lo mejor no me saluda, pero hace un gesto de disculpa y pone cara de “lo siento” por no parar. Pobre, se ha visto obligado a infringir las normas de tráfico y seguir sin detenerse para que yo pudiese pasar por el paso de cebra, que ya he dicho en otras ocasiones, que, aunque se diga de “cebra”, es para los peatones.
Con un poco de suerte el siguiente no será tan “educado”, o simplemente no me “conocerá”, es decir no me ”saludará con la mano” y tampoco se “disculpará por no parar”, es decir recordará las normas de tráfico o de urbanidad y dejará pasar a esta sufrida peatona.
Y hasta aquí lo que tenía pensado escribir esta semana y que ya está escrito con tonillo guasón pero muy en serio, ahora me voy a poner seria de verdad. Sin segundas ni ironías. Este fin de semana, hacia las ocho de la tarde, noche ya, he cruzado al barrio de la estación por el paso subterráneo desde la avenida Reyes Católicos. Viene muy bien porque te ahorras un buen rodeo por el puente sobre las vías a la rotonda del Templario. El pasaje bastante bien, medianamente limpio y muy iluminado. Hasta que llegas a las escaleras que dan justo a la estación, parece que salieses a la boca del lobo. Peor, porque teniendo en cuenta de que sales de un trayecto muy iluminado, hasta que los ojos se te acostumbran a la falta de luz, vas a ciegas. Pero si eres anciano, con bastón y quieres bajar las empinadas escaleras, la cuestión se vuelve casi heroica, suicida más bien. Eso fue lo que me encontré al empezar a subir las escaleras, una persona mayor, de las que les gusta reunirse en la estación con sus amigos, sea por nostalgia de ver los trenes, por costumbre o porque están calentitos y a cubierto, o porque les da la gana, y que al regresar no lo tienen nada fácil. Le ofrecí mi ayuda para bajar, porque lo vi rodando por las escaleras, a pesar de que iba agarrado al pasamanos, y me dijo: “¡Lo que necesito es luz!” . Tenía toda la razón. Por favor que alguien se ocupe de hacer más seguros el acceso y la salida del subterráneo, ya que para eso se hizo, ¿no?, para evitar que la gente cruzase las vías. Bueno pues intentemos que nadie se rompa la crisma por falta de luz.