PREMIOS MUJER 2024

La agonía del carbón

En la foto todos sonríen y parecen contentos, pero desconozco qué les hace sonreír y, aún menos, porqué están tan contentos. Los sindicatos, la patronal Carbunión y el ministerio de Industria firmaban el martes el Acuerdo Marco de Actuación de la Minería del Carbón 2013-2018. Quizá sonríen porque cada parte ha logrado algunas de sus pretensiones que, a estas alturas son pocas y particulares. El Ministerio, sobre todo el contestado ministro José M. Soria,  cree que así ha logrado durante varios años tranquilidad y sosiego en las cuencas; los empresarios porque siguen beneficiándose de unas ayudas que luego aplicarán a lo que les venga en gana, por ejemplo comprar carbón extranjero o invertirlo en otros negocios y países más rentables; los sindicatos, en fin, porque aún creen que ellos son los pergeñadores del acuerdo,  que son los que han salvado del paro a cuatro mil mineros que aún trabajan en las minas.

Sin embargo, el acuerdo al que han llegado después de dos años de negociaciones, huelgas, marchas y manifestaciones solo prolonga la agonía de este sector, aunque quizá fuera mejor decir que los sindicatos, CC.OO., UGT Y USO,  han firmado el acta de defunción de la minería del carbón nacional. Lo justifican en que esto es lo que hay y que es el mejor acuerdo al que han podido llegar, dada la dureza del ministerio a soltar más dinero ante el miedo de que Bruselas, más tarde, pudiera rechazar el Plan. En el fondo los sindicatos, después de años de oír la misma cantinela sobre el fin de las ayudas al carbón, creen que, cuando transcurran los cinco que se han firmado, podrán venir otras nuevas, aunque ahora Bruselas no quiere oír ni hablar de esa cuestión. Europa afirma que solo las empresas que sean competitivas subsistirán, las demás tendrán que cerrar; los sindicatos creen que nuevas movilizaciones y marchas podrán prolongar este sinvivir.

El problema, por tanto, es de competitividad. La minería española y, en primer lugar la leonesa, no es competitiva; no pueden mantenerse indefinidamente las subvenciones. El mensaje liberal ha calado profundamente en la conciencia de los españoles, de los consumidores españoles, que aplauden el fin de las subvenciones porque, dicen, al final recaen sobre las espaldas de los contribuyentes, para que solo se beneficien algunos empresarios desaprensivos y unos mineros que son la aristocracia de los trabajadores por sus sueldos y prejubilaciones. La larga sombra de Margaret Thatcher aún se cierne sobre la minería europea: si no se puede competir hay que cerrar, que el papá Estado no da para más. Las colas de camiones, escoltados por la Guardia Civil, que transportan desde el puerto asturiano del Musel a las centrales térmicas el carbón extranjero, por delante de las barbas de los lacianiegos en paro, son consecuencias indeseadas pero necesarias. No hay culpables, solo procesos ineluctables.

¿No hay culpables? ¿Solo se trata de un problema de competitividad? Claro que hay culpables, aunque no se puedan negar los procesos; pero ni son ineluctables ni neutros, hay quien los anima y los dirige, por activa o por pasiva. El carbón ha dejado de ser rentable porque su uso ha disminuido drásticamente, eso es una verdad evidente. De hecho hoy prácticamente el carbón no sirve más que para quemar en las centrales térmicas que, por otro lado, desnacionalizadas, han logrado que el porcentaje del carbón nacional en la producción eléctrica, en el acuerdo firmado, se vaya a reducir al 7,5% del mix energético. Mantener explotaciones tan costosas para una producción tan exigua no resulta rentable ni posible. Por eso han cerrado la mayoría de las empresas mineras y las pocas que aún continúan no lo pueden hacer sin subvenciones.

Pero ese proceso que parece tan natural, ¿lo es completamente? ¿Nadie influyó en que fuera por esos derroteros? Pensemos en lo que supuso la minería del carbón en el siglo XX, por ejemplo en León. El carbón leonés alimentaba el consumo doméstico, pero sobre todo fue la principal fuente de energía y la materia prima de muchas industrias. Así, transformado en coque posibilitó la creación de una potente siderurgia en Vizcaya, Asturias y Sagunto, por citar sus principales centros. El carbón alimentó los ferrocarriles de vapor, las centrales térmicas, las cementeras, vidrieras y cerámicas; las fábricas de azúcar. Los miles de trabajadores de Hulleras de Sabero, la Vasco, MSP, Antracitas de Fabero, Gaiztarro, etc., hasta 20.000 en sus mejores tiempos, posibilitaron otros miles de empleos indirectos, dieron vida a los pueblos, atrajeron a emigrantes, crearon riqueza.

Por supuesto, el progreso económico obligó desde los años sesenta a utilizar otras fuentes de energía, como el petróleo y luego el gas, más limpias, más manejables en los hogares y fábricas. Pero el carbón aún se mantuvo pujante hasta nuestra entrada en la Unión Europea, la electrificación del ferrocarril, por ejemplo, utilizaba la electricidad producida, entre otras, por centrales térmicas alimentadas con carbón nacional. La crisis de la minería de carbón comenzó con el desmantelamiento de la siderurgia durante la etapa socialista de Felipe González, continuó con la privatización y luego desnacionalización de empresas eléctricas, como Endesa, en el gobierno de Rodríguez Zapatero, y se remató con los Planes del Carbón y el Hidroeléctrico Nacional. El primero al disminuir la producción y las ayudas al carbón, el segundo al reducir drásticamente el papel de la energía térmica en la producción eléctrica.

¿Todo esto tuvo que ser así? ¿Empresarios, sindicatos y políticos fueron simplemente espectadores en este proceso? Los que negociaron la entrada en la UE, ¿qué negociaron? La economía no es una fuerza ciega, un torrente violento que todo lo arrasa. Lo es cuando no se ponen diques, no se encauzan las aguas, no se dirigen hacia un fin que permita fructificar, por ejemplo, el campo. La economía es ciega cuando sobre la mesa no se pone el bien común, el bien de los pueblos y las personas, sino el interés privado de algunos malos empresarios, peores políticos y sindicalistas como estatuas de piedra.