PREMIOS MUJER 2024

José Alonso Silva, peregrino a Tierra Santa

Don José Alonso Silva fue natural de San Román de la Vega, donde nació en 1887. Estudió en el seminario de Astorga y fue ordenado sacerdote el 10 de julio de 1910. Después de unos meses como coadjutor en Villafranca, pasó buena parte de su vida pastoral en Cacabelos, lugar en el que permaneció desde 1911 hasta 1940. Desde ese año hasta su muerte, el 30 de julio de 1944, fue párroco de la iglesia de San Bartolomé de Astorga, pero se le enterró en Cacabelos por expreso deseo suyo. Son pocos los que lo recuerdan en la villa del Cúa, pero la Semana Santa, por lo que escribió sobre los Santos Lugares es un buen motivo para reivindicarlo.

 

Con motivo del Año Santo de 1925, Alonso Silva hizo un viaje de peregrinación a Tierra Santa del que escribió un diario, ampliado luego en un libro de 247 páginas, que publicó en Astorga en 1930, con el título de Tierra Santa. Lo escribió, nos dice, para satisfacer “la legítima curiosidad de mi familia y mis amigos” y animado por su interés en difundir aquellas tierras de misión entre sus feligreses y paisanos. Entonces, tras la caída del imperio otomano al acabar la primera guerra mundial, Palestina estaba bajo Mandato británico por encargo de la Sociedad de Naciones. La declaración Balfour provocaría, desde 1918, un éxodo de judíos a aquella tierra.

 

Más que un libro de viajes, Tierra Santa es una breve historia y una minuciosa descripción de los Santos Lugares, de las tierras que jalonaron el itinerario vital de Jesús, desde su nacimiento en Belén hasta su muerte en el Gólgota; de las iglesias que las distintas comunidades cristianas, desde Constantino hasta hoy, han alzado sobre aquellos lugares; de su estado actual, que a veces critica aceradamente por el abandono en que los encuentra; de las gentes que los habitan -musulmanes, judíos y cristianos-, señalando los pocos judíos y los muchos cristianos que había entonces en Palestina; y de otras muchas e interesantes noticias.

 

En suma, un libro muy bien escrito, breve, conciso, con muchos datos, y para el que utilizó una selecta bibliografía de los franciscanos Meistermann, Aracil, Gebhart, y otros. No pretende ser un libro de información turística, aunque lo es; pues constantemente repite que a Tierra Santa los cristianos no han de ir de turistas sino como peregrinos, como lo hace él.

 

A través de su lectura  podemos seguir el itinerario de don José y de los españoles que le acompañan. El viaje lo realizan en el mes de septiembre de 1925, en un barco que toman en Marsella: “En cuatro día y en magníficos barcos, que siguen esa ruta, se hace muy bien la travesía de Marsella a Alejandría; en unas doce horas de ferrocarril se llega de Alejandría a la misma Jersusalén”. Desde esta ciudad pueden visitarse Belén, Nazaret, Jericó, Tiberíades, etc. en automóvil.

 

El alojamiento es “inmejorable en las “Casas Novas”, que tienen los franciscanos en la mayoría de los lugares indicados”. Salpicando las coloristas descripciones de los edificios y lugares, hay alusiones a su estado de ánimo, a la emoción que le embarga cuando visita el Calvario y el Santo Sepulcro  o al decir la misa sobre su altar: “El 26 de septiembre tuve la dicha inmensa de celebrar en este altar el Santo Sacrificio. ¡Con que devoción, tan ferviente, se recita el Stabat Mater de la Misa de los Dolores, que es la que por privilegio se dice allí todos los días! (…) ¡Qué nunca se borre de mi memoria… de mi corazón!”.

 

Además de Tierra Santa, don José visita Egipto y Roma: “El viaje a Tierra Santa puede hacerse aún más interesante -y sobre todo- más ameno y más deleitable, visitando al paso (cómo es fácil y poco gravoso hacerlo) Atenas, Constantinopla, Egipto y Roma”. Nuestro párroco sólo visita Egipto (Alejandría y el Cairo) e Italia (Roma y Nápoles): “sin gran molestia y con un pequeño dispendio, a la ida y a al regreso de los Santos Lugares,  puede hacerse escala en Nápoles”, y visitar Pompeya y el Vesubio, que describe con precisión. En suma, un libro curioso, que aún se lee con gusto y nos invita a visitar nuestra Tierra Santa, como muchos años después haría siguiendo sus pasos.