A Jorge Rodríguez Pérez, la gente suele conocerlo por Jorge Lillo. Le viene de su abuelo, el doctor Pérez Lillo, y al ser de los de Ponferrada de toda la vida, le ha tocado heredarlo. Para los aficionados al tenis de la comarca del Bierzo, Lillo es un nombre propio por su labor como encordador, que ejerce desde mediados de los noventa. Pero no solamente en el Bierzo es reconocida su pericia en este menester, imprescindible para la práctica del tenis; de hecho, esta semana se encuentra en Madrid, trabajando en el Mutua Open por décima vez, encordando las raquetas de los mejores jugadores y jugadoras del mundo.
Por las manos de Jorge, a lo largo de su carrera profesional en torneos como el de Madrid pero también el Godó, Mallorca, campeonatos de España y muchos otros, han pasado raquetas como las de Serena Williams o Novak Djokovic, el ruso Medviedev (actual número dos del mundo) o Mike Bryan, uno de los mejores doblistas de la historia.
Jorge habla de su labor como de la de un mecánico de la Formula 1 aunque, explica, el modus operandi en el circuito de tenis es distinto a las carreras de coches. Allí, cada equipo tiene sus mecánicos; en un torneo como el Mutua, la empresa encargada del encordado de las raquetas, en esta ocasión en el Masters 1000 de Madrid será Babolat, contrata a una serie de personas (alrededor de una docena), entre ellas Jorge, que se ocupan de tener a punto las raquetas de todos los participantes.
El trabajo en el Master de Madrid no será poco pues, tras los Grand Slam, los Masters 1000 son los torneos más importantes y concurridos pero, además, el de Madrid se celebra tanto en categoría masculina como en femenina, lo que dobla, respecto a otros torneos de la misma categoría, el volumen de trabajo de los encordadores. “En Madrid, ves cosas que no ves en otros torneos”, nos cuenta Jorge Lillo.
Encordando a los mejores
El encordado de raquetas en un torneo como el Mutua Madrid Open funciona de la siguiente manera, nos explica este ponferradino: el jugador trae sus raquetas y explicita características y hora de entrega en la recepción, de la que se encargan dos personas. Son ellos, los tenistas, los que aportan el cordaje que quieren, en una bobina. Todo esto se deja en la recepción y se lleva a la sala donde están los encordadores, una decena, y sus máquinas. Una vez allí, se le entrega al profesional al que se le ha asignado ocuparse del material de tal jugador o jugadora y se encuerda.
Cada inscrito en el cuadro tendrá el mismo encordador y la misma máquina a lo largo de toda la competición, para que las condiciones en las que encuentre la raqueta sean exactamente las que busca, sin que se noten diferencias de una raqueta a otra, de un día a otro o incluso de un torneo a otro.
Después, otro pinta el logo y se almacena, hasta que se entrega o vienen a buscarlo, de lo que se ocupan nuevamente los de recepción y entrega. Al final del torneo, o del periplo de cada cual, los jugadores pasarán por Caja, donde se les abonará su premio (según la ronda que hayan alcanzando), descontándoseles los servicios prestados, tanto este de encordado (unos 25 euros por raqueta) como otros tales como lavandería, comidas, asistencia del fisioterapeuta, etcétera.
Recepción y entrega, encordadores y los encargados de pintar los logos son un equipo y aunque van variando y hay gente nueva respecto al año anterior, más o menos se conocen. Lillo cuenta que uno de sus compañeros en Madrid ha hecho tres Roland Garros y dos Wimbledon, lo que da muestra del nivel pues, explica Jorge, “ir a Wimbledon es muy complicado”.
Los repetidos golpeos y el roce con la pelota terminan por romper el cordaje de una raqueta de tenis. Esto empieza ocurrir, generalmente, a partir de un nivel intermedio de juego, cuando se ha aprendido a imprimir efectos, sobre todo el liftado. En el nivel profesional, nos cuenta Lillo, el encordado debe ser capaz de repetir las condiciones que busca el competidor y en un torneo como el Mutua Open, donde los jugadores “se juegan mucho dinero desde el primer partido”, explica, las raquetas se preparan minuciosamente para un entrenamiento y seguramente se vuelvan a encordar para el siguiente, no digamos de cara a afrontar el partido.
Por lo general, los jugadores encuerdan 2, 4 u 8 raquetas diarias, aunque en un torneo de las dimensiones del Master 1000 de Madrid, alguna gran figura puede encargar 8 por la mañana y otras 8 por la tarde. De media, una raqueta se suele encordar a 25 kilos (el peso -aunque hoy las máquinas son electrónicas- que se pone en el brazo con el que se tensa la cuerda). En su andadura, Lillo se ha encontrado con manías y peculiaridades verdaderamente extravagantes, como la de encordar a 11 kilos a un conocido jugador y que su contrario estuviera jugando con 34, “una locura para los dos”, nos cuenta.
Jorge Lillo, una figura del deporte en Ponferrada
Desde que en 2002 fue a su primer Campeonato de España (a trabajar de encordador) hasta, esta, su décima participación el el Mutua Madrid Open, han pasado 20 años y muchas raquetas por las manos de Jorge Lillo. Pero para llegar a ocuparse de las de los profesionales, ya había empezado cerca de 10 años antes en la tienda de Ovi Sport, que luego fue Intersport, en la calle Ave María de Ponferrada.
En este negocio, donde aprendió de un representante de una marca de raquetas a encordar, fue descubriendo y desarrollando su pericia aunque curiosamente, nos cuenta, su hermano se había dedicado ya a encordar, este en Guiana Sport, otra de las tiendas de deportes que forman parte ya de la historia de la ciudad de Ponferrada.
En aquella época, “se ponían 5 tripas al mes”, nos dice Jorge. La tripa es el tipo de cordaje de máxima calidad, con el mayor tacto, también el que más rápido se rompe. Un cordaje así, señala Lillo, puede costar a partir de 60 euros (más mano de obra).
Sin comercio por internet ni grandes superficies especializadas en deportes (Lillo recuerda que a finales de los ‘90 fue a Asturias a conocer, tras su apertura, una de estas), Ovi Sport se fue convirtiendo en la tienda de los aficionados al tenis. “Se vendía mucho y se trabajaba muy bien”, recuerda Jorge, para quien de aquella “no había otra tienda en Ponferrada con tanto material [de tenis]”, aunque de memoria puede citar que había máquina encordadora, además de la suya, tanto en Delta como en Marqués.
Tras ello vino aquella oportunidad de la mano de Babolat para el Campeonato de España, en Majadahonda en 2002, su primera incursión en la élite del tenis como encordador. Después, encadenaría dos años en el Mutua Madrid Open y uno en el Godó, trabajando para Technifibre; y a partir de ese momento, trabajó seis años para Wilson, en los que, entre otros, se encargó del Torneo de Estoril.
Gracias al buen hacer de sus manos, este berciano lleva dos décadas entre los fogones de las élites del tenis mundial, como un mecánico preciso y eficiente que hace posible el despliegue espectacular de los jugadores y jugadoras en pista, del que tanto disfruta el público. Durante estos 20 años tiempo, ha podido conocer desde dentro los avatares del circuito, ha tratado con jugadores, entrenadores y demás profesionales que se mueven al primer nivel, como él, en el mundo del tenis.
Encordando desde el Bierzo para todo el mundo
Jorge Lillo ha sido y es un testigo privilegiado de dos décadas gloriosas del tenis español. Por ejemplo: recuerda, en un torneo del Espinar, “un chavalín del que todos hablaban, que había que ir a verlo” por cómo corría, por cómo pegaba a la bola. Tres o cuatro años después, estando encordando en el Godó, se encontró que ese chavalín se había transformado físicamente y ahora era un gigantón al que todos conocemos como Rafa Nadal.
Pero a pesar de moverse entre las bambalinas del tenis mundial, Jorge Lillo, que es de Ponferrada de toda la vida, es un tipo humilde y discreto. Los que le conocen, saben que es una persona responsable, profesional y rigurosa. Puede haber tenido la semana anterior entre sus manos la raqueta de una top ten, pero si le encargan encordar la de un guaje de la escuela municipal que ha roto cuerdas por primera vez, este va a recibir el cordaje nuevo puesto con el mismo mimo que se habría dedicado a una estrella del deporte.
Porque este encordador, de Ponferrada de toda la vida, es, como se dice, muy de los suyos. De hecho, además de mentar competiciones de máximo nivel y grandes nombres de fama mundial, destaca entre los momentos de su carrera como encordador uno muy especial. Se trata el Mutua de 2018, cuando, en categoría cadete, participó la berciana Raquel Villán.
“En un torneo profesional, encuerdas tantas raquetas de gente que no conoces, ¡y resulta que un día puedes encordar las de Raquel!”, recuerda Jorge Lillo con ilusión. “Fue muy chulo que Raquel estuviera en Madrid”, recuerda; “y se le trató como si llegara Roger Federer”. Como un número uno, como muchos aficionados bercianos, gracias a Jorge Lillo, “llevó las raquetas en perfecto estado”.