PREMIOS MUJER 2024

Hace no mucho tiempo…

Y lo digo porque he descubierto que eso de “el tiempo” es relativo, depende de lo que se ame…

Pues eso, hace no mucho tiempo nació en un pueblecito de montaña, humilde, sin nada relevante que reseñar, lleno de gente trabajadora y sencilla, un hombre, en ese momento bebé, que tampoco tenía nada de especial, como no fuese ser el último de seis hermanos, y nacer en plena guerra civil, con todas las dificultades que eso supuso para las familias de la época, sería pues, un niño de la posguerra. Pero eso nada tuvo tampoco de especial, era común a muchas, sino todas las familias de la época. Eso le hizo ser un “gran sufridor”, supo que dependía de él y su trabajo comer cada día, que no regalaban nada, salir adelante era producto de su sudor. Así desde muy jovencito, adolescente (aunque la palabra no debía existir por entonces), casi niño, sería pastor, minero, agricultor, camionero (con el tiempo), emigrante….Nada digno de mención, como muchos otros de su generación.

Y por supuesto también tuvo su lado romántico, encontró el gran amor de su vida en, cómo no, su pueblo, la última de ocho hermanos, pastora y la chica más guapa de la zona (eso me han dicho), otra luchadora como él, trabajadora, amante de las labores de aguja, las plantas y los animales. Por ella no volvió a Francia, y los dos decidieron formar una familia en su pueblo o en la ciudad cercana. Ninguno quería abandonar sus raíces, preferían estar cerca de la familia.

En dos años fueron padres por primera vez. Les costó no creáis, llegaron a pensar que no lo conseguirían, pues se casaron “mayores” para lo usual de por entonces. En fin que, fuese por lo que fuese, tal vez pensando que sería la primera y la última oportunidad, la hija sacó lo peor y lo mejor de ambos, así sería la “hija de los dos”, la de las “herencias familiares”, no siempre de agradecer….El que fuese una niña alegró profundamente a este hombre, nunca ocultó que “prefería” hijas. Sería para pasarse todo el tiempo preocupado, aunque más tarde, cuando aumentó la familia y vinieron niños también, su estado permanente era: “Estoy que me subo por las paredes por si les pasa algo a mis hijos”. Como podéis ver tampoco en esto era nada raro, ¿qué padre no se pasa la vida preocupado por sus hijos? Normalito.

Del temor a no tener hijos pasaron en unos poquitos de años, él y su mujer, a ser familia numerosa, cuatro hijos, dos chicas y dos chicas. Por entonces tampoco fue nada raro, las familias de cuatro todavía eran “normalitas”. Bueno, los últimos fueron mellizos y chico y chica, eso sí fue un poco menos frecuente, pero sin llegar a salir en los medios.

La situación económica se volvió un poco difícil, seis bocas para alimentar, así que este hombre se “deslomaba” trabajando para su familia, y su mujer también, cuidando y educando a su prole, pero sobre todo haciendo milagros con un sueldo poco suficiente, que estiraba y estiraba de manera que a sus hijos nunca les faltó comida en la mesa y a su marido la merienda que necesitaba llevar al trabajo para poder “trabajar y no desfallecer”. Tampoco es que llevase la fiambrera hasta los topes, pero siempre, no sé cómo, le sobraba una puntita del filete, de la empanada, del pan, del chorizo, de la manzana… o de lo que fuese, porque siempre sus hijos salían a recibirle a la puerta, como si hiciese un mes que no lo veían, preguntándole: “¿papá que nos traes?”. Y la respuesta invariable: “Nada, ¿qué queréis que os traiga del trabajo?”. Pues eso, algo que le hubiese “sobrado” de su merienda, ese “algo” por el que se peleaban medio en broma medio en serio sus hijos, ese “algo” que sabía más rico porque era de la merienda de su padre. Un premio.

Así transcurrió su vida, como tantas otras, sin grandes glorias, luchando por el día a día, por sacar a su familia adelante, casi sin descanso. Todo normal, nada extraordinario, haciendo lo que debía.

Pasados los sesenta años, con la jubilación, este hombre y su mujer, tuvieron un cierto descanso en sus “dolores” económicos. Ahora podían disfrutar, los hijos, ya mayores, deberían dejar de ser una preocupación, pero…¿y si les pasaba algo? Nada que no había forma de descansar tranquilo. Y su mujer, también lo tenía preocupado. Su salud no era buena, cada vez iba con mayor frecuencia al hospital. Pues eso, que él no era un héroe, y su carácter pagaba las consecuencias de sus “sinvivires”.

Y, cosas que tiene la vida, cuando mejor podían estar, el amor de su vida, su vida misma, se fue. Al cielo, cierto, pero para él, incluso cuando reñían, el cielo, su cielo era ella. Así que su único deseo fue seguirla cuanto más pronto mejor.

Cinco años tardó, si no hubiese sido por el empeño de sus hijos en retenerlo más tiempo con ellos, seguro que hubiese sido menos. Celebró su último día del padre aquí con sus hijos, disfrutó de uno de sus postres favoritos hecho por su hija, y mimos de todos, y dos días después fue a darle un gran abrazo a su esposa, a la que siempre quiso y quería, en presente, una vez que ella falleció. Seguramente ya habrán discutido por algo, si es que en el cielo se discute, ella era una gran discutidora, su hija, la de las “herencias”, lo heredó.

Su muerte fue un premio a tanta vida “normal”, dulce y en brazos de uno de sus hijos. En la medida que amó, así recibió amor. Fue muy corta su estancia, 75 años, muy breve para quienes le amaban.

Esta historia, real, no tiene nada de extraordinaria, especial o novelesca. Fue un hombre como otros tantos. Pero ese hombre fue mi padre y el de mis hermanos. Fue mi héroe particular. El hombre enamorado hasta los tuétanos de mi madre. El padre preocupado, por amor, por sus hijos hasta agobiar.

Fue poco el tiempo para estar con este hombre “extraordinario”. Hasta la vista papi. Te echamos de menos.