Hace muchos, muchos años, los españoles de todo pelaje y “nacionalidad” se jugaban el tipo por el mundo conocido y más aún por el desconocido, en un alarde de valor y capacidad de sufrimiento que hoy día cuesta comprender, estando como estamos ya en la curva de salida de una era que termina, que en muchos aspectos ya ha terminado y que, si no lo ha hecho en todos, lo hará sin duda cuando unos pocos miles o millones que aún quedamos “ultimemos” o nos “ultimen”, como diría mi amigo Nino, “el abuelo Nino”, Irundino Pellitero “el de Valdevimbre”, que fue a parar a Bercianos del Páramo hace décadas y que allí sigue.
También es cierto que no todos esos españoles de antaño los tenían bien puestos, como es el caso del tal Esteban Gómez[1], piloto de la nao “San Antonio”, una de las cinco de la expedición de Magallanes que, incluso después de la sedición de tres de los capitanes y su implacable castigo –uno descuartizado, otro apuñalado y otro abandonado en la nada– aprovechó la ocasión para encadenar al nuevo capitán, Álvaro de Mezquita, y poner rumbo a España abandonando la expedición.
[Mientras escribo estas líneas el número de muertos en el atentado terrorista de Barcelona, hace unos minutos, va subiendo y mi ánimo se va desplomando. Me cuesta seguir pero debo hacerlo para no ceder mi libertad a estos salvajes posmodernos que, con el buenismo de una sociedad adormecida, son parte muy importante de este cambio de era al que acabo de hacer referencia].
Pues bien, desde que la expedición de Magallanes continúa ya superado el abismo de ese fin del mundo al sur de todo y encarado el Pacífico el 28 de noviembre de 1520, tras casi setenta días de extraordinarias penurias, el 6 de marzo de 1521 llegan a unas islas que terminan llamando“las islas de Los Ladrones” por “la incorregible actitud depredadora de los indígenas”[2]. Islas que, con el nombre de Islas Marianas, vivieron en español durante siglos hasta que, tras la derrota inmisericorde de España frente a los Estados Unidos y la clase política española finisecular en frente común, que no sé yo quién influyó más en esta derrota, fueron usurpadas por los americanos con la legalidad del Tratado de París unas, y otras vendidas por un puñado de monedas a los alemanes.
La primera gran isla en ser descubierta y abordada por los expedicionarios españoles fue la isla de Guaján, la más meridional de Las Marianas, que hoy conocemos por Guam y que está en el ojo del huracán de ese retrasado con cara de guasa y dientes de misil que gobierna la tristeza de Corea del Norte.
La isla de Guam. La que no ha pasado a la historia como la primera tierra española del Pacífico lejano sino por las batallitas de japoneses y americanos en la Segunda Guerra Mundial, eso sí, hechos estos muy dignos de tener en cuenta, faltaría más.
Mi recuerdo hoy para Guaján, una pena más de nuestra Historia, en un día que va avanzando al son de estos muslimes desnortados, poniendo muertos en las Ramblas barcelonesas donde solamente debería haber flores.
Juan M. Martínez Valdueza
17 de agosto de 2017
[1] Curiosamente este cobardica de origen portugués que no se atrevió a seguir en la expedición sencillamente por miedo a los elementos de la naturaleza, después de estar un tiempo en la cárcel en Sevilla, y una vez incorporado al negocio de los descubrimientos, por cuenta de Carlos V cartografió la costa este de los Estados Unidos, que hasta llegó a llamarse a su mitad norte “La Tierra de Esteban Gómez”, para morir trece años después (en 1538) asesinado por los indígenas en el río Paraguay en el curso de otra expedición.
[2] Sigo el relato del magnífico libro “Islario español del Pacífico”, de Amancio Landín Carrasco, que forma parte de mi biblioteca desde 1984 y que fue publicado por el Instituto de Cooperación Iberoamericana en esa fecha.