En el interior de su vehículo consolado por su compañera de turno aunque ni nos interese ni nos sirva para nada tal conocimiento, un tren supermoderno con su carga de confiados ciudadanos se precipita al interior de unas infernales llamas que esperaban a su paso desde antes de su partida.
El guion de la inesperada aventura podía haber sido de T. Y. Drake o de Kim Dong-bin, especialistas en terrorificar viajes en tren haciendo vivir a los pasajeros espeluznantes situaciones y a los espectadores de sus películas auténticas pesadillas, pero no. El guion ya estaba escrito por la ineficacia del “sistema”, conglomerado de millonarios (en euros) organismos y entidades que van desde el Gobierno de España y sus competenciales ministerios sobre la seguridad y la defensa, la protección civil, el medio ambiente, la meteorología, los transportes y la movilidad… hasta los mismos o casi organismos y entidades en su versión regional de la Generalidad valenciana pasando por empresas -Renfe, Adif y otras que no me sé- ayuntamientos, juntas vecinales o sus equivalentes, entidades comarcales, etc., etc.
A Dios gracias que la tragedia no fue apabullante -menos para algunos de los pasajeros con los que me solidarizo- y no tenemos sobre el tapete la cuerda de ataúdes y de llantos que pudo ser. Pero lo que sí tenemos es la indignación por la ineficacia del sistema que tanto da se deba a la mala praxis de algún funcionario o empleado como a cualquier otra razón que no puede pasar de excusa.
La responsabilidad es directamente del sistema, cuyo entramado es esencialmente político, y se deberá establecer qué organismo o entidad es el responsable directo por su ineficacia del episodio de terror sufrido en el tren de Valencia a Zaragoza, para a partir de ahí y siempre hacia arriba en todos sus escalones asumir responsabilidades políticas y penales las personas con nombres y apellidos que las dirijan.