PREMIOS MUJER 2024

El revólver del crimen, una elección perfecta

Las conclusiones de los peritos policiales que inspeccionaron el arma y la munición son claras: El arma corresponde a la utilizada para el crimen y las pruebas de residuos tóxicos demostrarían que la utilizó Monserrat
Un agente de la Policía Nacional de Madrid, durante su testificación en la decimotercera jornada del juicio por el crimen de la presidenta de la Diputación de León (Javier Casares)

Monserrat, la asesina confesa de Isabel Carrasco, ni se inmutó ayer cuando los peritos policiales mostraron a los miembros el Jurado el revólver que utilizó para el crimen. No movió ni un músculo de la cara. Con las manos entrelazadas en el regazo, Monserrat siguió con la mirada el ir y el venir del revólver sin pestañear. Como si no fuera con ella. Como si fuera espectadora de un capítulo de la serie norteamericana CSI. Frialdad absoluta, como corresponde a una persona que ha aceptado su destino. Sabe que es culpable y lo acepta casi como un mandato de los dioses. Era ella o su hija, dijo en su día. Y así se comparta, con la misma frialdad con la que el día de su declaración en este juicio aseguró que no se arrepentía de haber matado a Isabel Carrasco a sangre fría y a quemarropa.

Las conclusiones de los peritos policiales que inspeccionaron el arma y la munición son claras: El arma corresponde a la utilizada para el crimen y las pruebas de residuos tóxicos demostrarían que la utilizó Monserrat. Las mismas pruebas avalan, asimismo, que el revólver fue una elección perfecta para un crimen de este tipo: pesa poco, es manejable, no necesita mucha práctica y a corta distancia es prácticamente infalible. Es un arma perfecta para una mujer y para un ataque a corta distancia. Un arma letal. Blanco y en botella.

El informe de la policía científica demostraría una clara premeditación y unos conocimientos mínimos a la hora de elegir el arma adecuada pada el crimen. Monserrat también tenía en casa de su hija Triana una pistola; pero, sin embargo, utilizó el revólver. Una elección mortalmente perfecta y adecuada. Un revólver no expulsa las vainas del cartucho, por lo que no deja pruebas. Y su uso es tan sencillo que hasta un niño podría dispararlo sin ningún problema. Ojo, lo dijeron los peritos.

Ante las pruebas tan contundentes, el abogado defensor mantiene su estrategia de salvar a Triana por el procedimiento ya sabido de sembrar dudas razonables entre los miembros del Jurado. Por eso se centró en marear la perdiz sobre el hallazgo de restos de pólvora procedentes de un arma de fuego en las botas y en unos guantes que se encontraron en casa de Triana. El defensor pretende convencer al Jurado de que se trata de una transferencia accidental de residuos de pólvora del bolso que Triana recogió en la puerta del garaje de la calle Lucas de Tuy, minutos después del asesinato, y que antes había arrojado su madre. El fiscal y las acusaciones sostienen, por el contrario, que esos restos de pólvora en guantes y en las botas de Triana pueden proceder de ensayos de tiro previos al asesinato. Si eso fuese así, se demostraría que Triana conocía los planes de su madre y que ella misma participó en los ensayos previos.

Terco como una mula con orejeras en una noria, el defensor preguntó a los peritos de la policía científica si su informe era infalible, para seguidamente asegurar que se habían equivocado en los apellidos de Triana. Y ya se sabe que si hay un error en un apellido, también lo puede haber en otras cuestiones más serias. Los científicos policiales dijeron, con rotundidad, que no. Que no hay posibilidad de error.

La segunda parte de la sesión de ayer se inició con la petición del defensor de Monserrat y de Triana de desplazar a los miembros del Jurado a las dependencias de la comisaría de León para visionar el despacho de la Unev (Policía que investiga los actos con violencia) para comprobar si está dividido en dos partes por una especie de tabique que no llega al techo, si se puede escuchar en una parte lo que se dice en la otra y cosas así. El defensor mantiene la tesis de que los famosos policías de Burgos obtuvieron la primera confesión inculpatoria de Monserrat y de Triana mediante engaños y, por lo tanto, quieren invalidarla. El magistrado presidente decidirá si el Jurado se traslada a la comisaria, si se hacen nuevas fotos, un vídeo o pruebas sonoras. Apuesten a que no se hará nada de nada.

La estrategia de esta insistencia es la de poner en evidencia que la instrucción de este caso se hizo mal desde el primer momento. La jueza de instrucción se equivocó al no hacer la reconstrucción de los hechos con las acusadas y de ese error vienen ahora todos estos malentendidos y contradicciones. Entre ellos, que los defensores saquen petróleo donde no la hay; es decir siembren dudas razonables donde sólo debió haber transparencia en un principio de haber hecho las cosas bien. Pero no se hicieron. ¿Quién y porqué urgió a cerrar rápidamente este caso sin haber completado bien la instrucción? Ah, la pregunta del millón.

Por eso, ayer, los policías peritos en informática no aportaron nada a ninguna de las partes. No pudieron hacerlo porque su trabajo se limitó a volcar el contenido de los teléfonos móviles, ordenadores y memorias usb de las acusadas sin conocer a quien pertenecían, por lo que difícilmente podían ubicar los datos encontrados en una u otra persona o en un lugar o en otro. Más grave fue el reconocimiento de estos policías de que no analizaron el teléfono móvil de Raquel Gago. Tampoco pudieron explicar, claro está, cómo unos fotos de Isabel Carrasco aparecen en el ordenador que una amiga le había dejado a Triana para que se lo arreglará.

Los peritos de la policía científica lo dejaron bien claro: “Nosotros analizamos y volcamos datos, no sabemos la procedencia”. Es decir, para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Un viaje en balde. Cómo el de los otros dos peritos que debían cerrar la sesión de ayer y que no llegaron a declarar porque la defensa de Monserrat y Triana había renunciado previamente a su testimonio.

Una falta de respeto absoluto porque el que estos policías viajen de Madrid a León cuesta dinero al erario público, ocasiona molestias de todo tipo y, además, desconcierta al Jurado. Y lo asombroso es que nadie se hace responsable de estos errores. Disparan, claro, con pólvora del rey. Así va el juicio. Así está la Justicia. Cada día se parece más a un circo.