PREMIOS MUJER 2024

El rayo que no cesa

Siempre he defendido la honradez de los políticos; de todos los políticos, en general. También  cuando hablo con mis amigos de forma distendida, tomando unas cañas.

En la charla, siempre, en algún momento, hablamos de política, de políticos e, indefectiblemente, de corrupción.

Cuando llegamos a este punto, suelo argumentar que la política es una de las actividades más dignas a las que puede dedicarse el ser humano: trabajar para conseguir mejores condiciones de vida para sus conciudadanos,  y pongo como ejemplos, no a los políticos de postín, conocidos por todos, cargados de vanidad no sé muy bien por qué, que se pavonean y estiran el cuello cuando ven a un fotógrafo cerca, que hablan con palabras huecas y reparten sonrisas forzadas y saludos con sus manitas blandas y sudadas, sino a los políticos de verdad, alcaldes pedáneos, concejales y alcaldes de pueblos remotos, que dedican su tiempo y casi siempre su dinero a hacer más fácil la vida de sus vecinos. Personas queridas y respetadas por quienes conocen su dedicación. Mujeres y hombres que, después de una jornada laboral en su trabajo –del que viven– hurtan tiempo a su familia para dedicarse a eso,  a hacer política.

Y están de acuerdo conmigo. En efecto, me reconocen, hay algunos políticos que dignifican la profesión –si podemos llamarle así–, pero la inmensa mayoría acaban corrompiéndose. La inmensa mayoría acaba cediendo a la tentación  de un dinero fácil y seguro.

Y me ponen ejemplos, desde los históricos a los más cercanos en el tiempo. Y me cuentan de dónde venía Fulano, cuál era la situación económica de Mengano antes de dedicarse a la política.

Y me enumeran los pisos y locales que ha puesto a nombre de su suegra Perentano. Y se quitan la palabra unos a otros, y se interrumpen, y se atropellan pensando que no van a tener tiempo de decir todo lo que saben.

Suelo rebatirles sus argumentos a base de porcentajes: En las últimas elecciones municipales se eligieron 8000 alcaldes y 68000 concejales. De ellos, más del 90% no percibe ninguna remuneración. Esos son los Políticos con P mayúscula a los que me refería antes.

Las charletas, que suelen convertirse en debates, terminan de golpe, como habían comenzado y quedan congeladas a la espera del próximo día al pie de la barra de un bar.

Y yo me voy convencido de que soy el ganador moral, pero también con la certeza de que no he logrado convencer a mis amigos.

Y me queda un regusto amargo, porque cada día que pasa es más difícil confiar en la clase política.

¡Ay! ¡Ese rayo ni cesa ni se agota!