PREMIOS MUJER 2024

El librero Simón

El librero Simón, el fundador de una saga que ya lleva tres generaciones de libreros, tenía aspecto céltico, rubio, con un algo de germano del noroeste de España. Recuerdo su ademán vigoroso, su paciencia de buen vendedor y la gran dignidad con la que llevaba su negocio. Muchos años después, supe que aquel Simón había sido un atleta muy entusiasta, no sé si incluso boxeador, y que, retirado de los combates, aunque no de la gimnasia, derivó hacia la sosegada lucha de los libros. A difundirlos y a venderlos en una Puebla de Ponferrada en la que casi no había librerías, y donde Simón también vendía lo que a mí más me gustaba entonces, que eran los mapas de carreteras. Mapas para soñar con huir a alguna parte, no sabría decir entonces a cuál. Planos para imaginar ciudades, parques, ríos, catedrales, estadios, barriadas… Sabrosos documentos que alimentaban la ilusión de un tímido adolescente ponferradino.

 

Le compré muchos mapas a Simón padre y abuelo, sobre todo s de los baratos, y en concreto uno que costaba ocho pesetas, del que me hice con dos ediciones, por si se me estropeaba una. Desde entonces, siempre hay muchos mapas donde yo trabajo, y diría que mi despacho en Valencia es una orgía cartográfica de tales dimensiones que quienes vienen a visitarme creen hallarse en un gabinete de estado mayor o, más comúnmente, en el cuarto de un jefe de estación; un oficio que de niño me parecía el más hermoso que se podía tener en Ponferrada.

 

Simón fue un hombre que amó los libros y que amó el deporte. Su trabajo consistía en vender ficciones, que es la primera necesidad espiritual del ser humano, tal vez, también, la más persistente. Desde entonces nunca conocí, ni he vuelto a conocer a ningún librero que estuviera más próximo a esa sabiduría latina que propugna una mente sana en un cuerpo sano.

 

El negocio de Simón estaba en la calle Sierra Pampley, muy cerca de la avenida de España, y creo que era vecino de la afamada relojería de don Lisardo Diéguez. La de Simón era una tienda no muy grande, pero bien aprovechada. Yo me adentraba en ella con ese respeto que solo me inspiran las librerías. Y los libreros, para mí eran siempre personajes a los que tenía admiración porque su trabajo consistía en tener trato con lo que más me gustaba y me gusta: los libros. Por eso me acuerdo perfectamente de todos los libreros de la ciudad, y hasta de sus familias. Me refiero a los tiempos de los años sesenta y setenta fundamentalmente. Y es que aquellos comerciantes vendían ilusiones, sueños, historias. Alegrìas y también tristezas literarias.

 

Y por si fuera poco, Simón, después de cerrar su tienda cada tarde, se iba la gimnasio a templar sus músculos y su pasión por la educación física.

 

CÉSAR GAVELA