PREMIOS MUJER 2024

El error Ortega

El 15 de noviembre de 1930 en el diario El Sol de Madrid José Ortega y Gasset publicó un famoso artículo titulado “El error Berenguer”, que finalizaba con una disparatada invocación: “Delenda est Monarchia”.

Retrospectivamente, y valorando objetivamente las circunstancias históricas, sería apropiado más bien considerar a tal artículo “El error Ortega”, del que la historia ha hablado, contrariamente a lo que él pensaba, más que del error Berenguer. Aunque Ortega personalmente pronto rectificó (“No es esto, no es esto”, en Crisol, el 9 de septiembre de 1931), las consecuencias de su error y el de muchos otros fueron catastróficas para España y los españoles. (…)

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El delirio intelectual de creer que España estaba madura para una segunda República (“República de intelectuales” la calificó ingenuamente Azorín) y para una democracia liberal y constitucional, tras el desastroso precedente de la brevísima y caótica primera República en 1873, la pagarían los españoles con la más sangrienta Guerra Civil de su ya de por sí trágica historia.

Tan defensor de la “razón histórica”, tan conocedor y admirador de la lengua e instituciones romanas (y de personajes como Julio César), Ortega debería haber sido menos impaciente y más comprensivo con la denostada “Monarchia”, y con las razones históricas de ciertas dictaduras en algunos momentos críticos en la vida de las naciones. Quizás debería haber asimilado mejor o meditado un poco más sobre los escritos de Maquiavelo.

Luis María Ansón tiene razón cuando nos recuerda de manera recurrente, como hacía recientemente en La Razón, la correlación empírica entre monarquía constitucional y bienestar-prosperidad-calidad democrática en las sociedades contemporáneas.

Hay diferentes tipos de monarquismo, pero en resumen señalaría tres principales: en un extremo está el legitimista, de adhesión incondicional e irracional o sentimental; en el otro extremo está el instrumental, relativista, oportunista y aleatorio. En medio, que es mi caso, está el racional (sí, en el sentido orteguiano de la “razón histórica” que él despreció y abandonó en 1930), y que el orteguiano Julián Marías insinuó pero evitó desarrollar en su obra España inteligible. Razón histórica de las Españas (Madrid, 1985).

Es el monarquismo –racional, crítico y patriótico (también, por qué no, sentimental o emocional de otra manera) – que reconoce la razón de ser de la Monarquía como institución histórica al servicio de la Nación, institución creadora del Estado moderno, desde el Absolutismo hasta el Constitucionalismo, un producto selecto y exclusivo de la Civilización Occidental, preservado en algunos países mientras en otros han optado por la República.

En todo caso convendría no confundir la institución (la Monarquía) con las personas o familias que la ostentan, por elección o por herencia (las Dinastías).

Durante mis últimos años de profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense solía decirle a mis alumnos, un poco en broma con un guiño maquiavélico y en cierto modo orteguiano (razón de Estado y razón histórica), que yo me sentía monárquico en España y republicano en los Estados Unidos.

Aunque en mi juventud participé en la oposición antifranquista, no recuerdo haberme posicionado nunca contra la Monarquía. De hecho, mis amigos en la Universidad, antes de mi compromiso político con el PSI/PSP de Tierno y Morodo, fueron monárquicos juanistas del “círculo Ansón”, como Santiago Chamorro y González-Tablas (futuro marqués de González-Tablas), y especialmente Juan Parra Villate (entonces conde de Valmaseda, actualmente duque de Tarancón), más en una línea de compromiso juanista-juancarlista, tal como se fraguaría realmente con el final del franquismo.

Durante el proceso histórico de la Transición del autoritarismo a la democracia colaboré activamente con el grupo de Tierno y Morodo, entre 1968-1978, siendo elegido secretario de relaciones internacionales durante los últimos años (1976-1978), antes de la unificación con el PSOE.

Tierno y Morodo, aunque aliados del PCE como miembros de la Junta Democrática, eran (como la mayoría en el PSP) una especie de monárquicos instrumentales, posibilistas, colaborando con el Consejo de Don Juan de Borbón y Battenberg a favor de una Monarquía constitucional y parlamentaria. No sé si es cierto que Tierno una vez dijo que la Monarquía era la salida, si no la solución ante el franquismo.

Modestamente contribuí entonces a esta posición asistiendo a la última cena en Estoril (Portugal) de apoyo a Don Juan, junio de 1975, antes de la muerte de Franco, ya que a Tierno y a Morodo les habían retirado los pasaportes.

Lo cierto es que al crearse la Platajunta (fusión de la Junta Democrática y la Plataforma Democrática) el PSP era el único partido bisagra en las izquierdas que aceptaba la Monarquía, en el sentido juanista que con el tiempo se perfilaría definitivamente como juancarlista (Ley para Reforma Política de 1976, Renuncia de Don Juan en 1977, Constitución de 1978).

Ortega tuvo el valor de rectificar pronto (parcialmente), antes de un año tras haber abogado tontamente por la destrucción de la Monarquía. Incluso verá con lógica satisfacción el fin de la Guerra Civil (en carta al Dr. Marañón) y el advenimiento de la dictadura de Franco en abril de 1939.

Hoy muchos intelectuales “progres” (en algunos casos, pseudointelectuales, secesionistas, falsos “federalistas” o confederalistas, jacobinos, e izquierdistas totalitarios de todos los pelajes) quieren que la República gane a la Monarquía en una guerra civil mediática y puramente propagandística que perdieron realmente con violencia incivil, antidemocrática y las armas en los años 1930s (ellos, sus héroes o sus antepasados).

Resultado de su ignorante “memoria histórica”, no han aprendido nada del error Ortega.

Manuel Pastor Martínez en La Crítica