Entre las grandes diferencias entre el hombre y el resto de los animales la más importante es que el hombre es un animal religioso. Es el único ser capaz de preguntarse por su origen y por su destino más allá de la muerte. La religión existe desde el momento en que los seres humanos se plantean estas grandes preguntas. En todas las culturas de la antigüedad siempre ha estado presente la religión: en los hombres primitivos, en Egipto, Grecia, Roma, Mesopotamia, India, América precolombina… Si en los libros de historia quitamos el elemento religioso, quedarán reducidos a la mínima expresión y no se entenderá casi nada.
En realidad hasta no hace muchos años el ateísmo o el agnosticismo era un fenómeno minoritario, si bien hoy día son muchas las personas que dicen que no creen. Aunque para ser más exactos nos da la impresión que más que no creer, tratan de vivir como si Dios no existiese. Lo cual se puede dar también entre los que se dicen creyentes. Es lo que se llama el ateísmo práctico. Quizá sea esta una de las razones por las que el ahora emérito papa Benedicto XVI decidió, hace algo más de un año, convocar un Año de la fe. Precisamente su clausura tendrá lugar el día 24 de noviembre.
No sabemos hasta qué punto ha dado todo el fruto que podríamos desear, pero estamos convencidos de que no ha sido un tiempo perdido. Además, la clausura no ha de suponer bajar la guardia, sino que hay que seguir en el empeño de que de la fe no decaiga en quienes la tienen y que la recuperen los que la hayan perdido. Fue la hija de un gran ateo, de Stalin, la que escribió que “no se puede vivir sin Dios en el corazón”. Está claro que sin Dios no vamos a ninguna parte, y que en estos momentos de crisis es cuando más lo necesitamos. El ateísmo no por ser un fenómeno de nuestros días o por estar generalizado es una conquista beneficiosa para el hombre moderno. Es como si dijéramos que el paro o la crisis económica son algo muy interesante porque están de moda. También está de moda entre los jóvenes drogarse y emborracharse, y no por eso podemos decir que sea algo bueno. Tampoco la decadencia de la fe es cosa buena.
Si lo que la fe cristiana nos propone es verdadero, es imperdonable desconocerlo y no tomarlo en serio. Y si alguien sospecha que es una mentira, lo lógico es que la estudie bien para asegurarse de que realmente lo es, porque en cosas que afectan a la salvación definitiva del ser humano no se puede uno precipitar irresponsablemente a rechazarlas sin más.
Si el lector de este artículo es persona de fe, de gracias a Dios por este don tan precioso y siga profundizando en ella. Y si no tiene fe, que la pida, que no se canse de buscar, que no cierre su corazón, que esté siempre abierto a la gracia. Porque, no lo olvidemos, el hombre es un animal religioso y no puede reprimir algo tan esencial como es su relación con el Creador.