Me parece increíble estar escribiendo esta décima entrega de algo que comenzó siendo un mero entretenimiento provocado por la sorpresa del confinamiento. Lo hago mientras veo cómo explica el gobierno la necesidad de ampliar el estado de alarma por un mes, aunque proponga que sean quince días: para lo único que tiene votos. Ya veremos qué pasa dentro de dos semanas y si ha dado tiempo a reformar la Ley de Salud Pública, por ejemplo, para que se pueda utilizar con los mismos objetivos sin tener que seguir recurriendo a la excepción del estado de alarma. De plazo en plazo, Pedro Sánchez va a conseguir enlazar con las vacaciones parlamentarias: supondría casi medio año con el Parlamento bajo mínimos y con poderes extraordinarios que han incluido la suspensión de derechos básicos. Qué dirá el Tribunal Constitucional cuando tenga que zanjar esta discusión política y jurídica. Con un Parlamento de confinamiento, la temperatura no hace más que subir en las calles, los paseos se convierten en manifestaciones, silenciosas unas, otras cada vez más crispadas, azuzadas por algunos agitadores.
Para entonces estaremos ya solo preocupados por las consecuencias económicas de la segunda gran crisis del siglo. Vamos saliendo a una por década. Con eso tendremos bastante. Mejor no pensar que también estaremos asustados por posibles rebrotes de la pandemia o por secuelas raras de las que ahora se habla, pero de las que todavía no hay certeza.
Certezas son las que siguen faltando: vacuna para cuándo, disponible para todos o con preferencia para los que la consigan; nuevas oleadas de virus, posibles mutaciones; cambio de costumbres o normas restrictivas temporales que se cumplen a medias; rescate europeo con condiciones suaves o draconianas… muchas incógnitas. Quizá lo único que tenemos claro es que se prestará más atención a la salud pública, a las residencias de ancianos, que se desarrollará el teletrabajo y, lo peor, que quedan por delante unos años duros e inciertos.
Mientras tanto, solo paseos a hora fija, con o sin banderas, con o sin cacerolas. Y enmascarados, si es que conseguimos saber qué mascarilla hay que ponerse, cómo y dónde. O visitas al supermercado, con la disculpa de que hace falta pan, tratando de evitar los roces y mirando de reojo las tiendas cerradas que quizá no van a volver a abrir.
Mientras das pedales o andas queda recrearse pensando cuándo volveremos al Cubasol (el nombre que hemos adoptado el grupo de Astorga para nuestras videoreuniones del confinamiento). Según el CIS es lo primero que quiere hacer casi el 70 por ciento cuando pueda salir. Casi otro tanto ir de tiendas o de viaje. Lo de viaje, de momento parece que habrá que conformarse con volver a Peñalara o por el Teleno, pasear por el Albaicín o disfrutar en un chiringuito de Marbella o Tarifa. Claro que si te preguntan de dónde eres habrá que decir cualquier sitio menos Madrid. Y respuesta desoladora a otra pregunta de la encuesta de Tezanos: ¿Tiene usted prevista alguna compra más cuando se levante el estado el alarma? No, el 91,8 por ciento. Qué panorama. Para incluirse en el tercio de cartujos que responden que aguantarían el tiempo que fuera sin salir de casa.
Ángel M. Alonso Jarrín