PREMIOS MUJER 2024

Descansar en paz

Supongo que a nadie se le ha pasado la fecha de hoy sin recordar que no fue, no es y ya nunca será otro 11 de marzo cualquiera. Difícil olvidarlo. Para las víctimas directas y para sus familias, imposible. Pero además todos los medios de comunicación nos lo llevan recordando por lo menos durante una semana. Este es el décimo aniversario, trágico aniversario. Y dicho así parece que se queda corto el adjetivo, pero no creo que se le puedan poner palabras a lo que aquel día ocurrió. Cualquier  exceso o hipérbole se queda corto.

 

Todo el día de ayer estaba plagado de noticias, entrevistas en todos los medios de comunicación. Por mucho que se intentase, y me consta que algunas personas lo intentaron, no podías escapar a escuchar o ver algo relacionado con ello. Me explico, no es que no quisieran oírlo por falta de interés, sino por todo lo contrario. La noticia, el recuerdo, todavía les afecta demasiado, como si hubiese sido “ayer”. Así que no me puedo imaginar lo que para las víctimas y familias significa año tras año, y mucho menos ponerme en su lugar.

 

Se nos ha  pedido que recordásemos lo que estábamos haciendo ese 11 de marzo de 2004. Todos parecemos tener una gran memoria. Puede que no recordemos que hicimos este viernes pasado, o el 11 de marzo del año pasado, pero ese día ha quedado grabado a sangre en nuestras memorias. He de confesar que yo sólo recuerdo claramente estar trabajando y ya quedar en estado de shock. Madrid estaba muy lejos pero era como si estuviese aquí al lado. Recuerdo hablar y comentar la noticia todo el día, con todo el mundo, era tan real y al mismo tiempo tan “irreal”. Cuando la cifra de víctimas mortales y de heridos subía parecía ya desproporcionada, imposible más, al rato, ya era más.

 

Recuerdo haber pensado con asco de lo que éramos capaces los seres humanos. Porque, ¿eran humanos los que pusieron las bombas, verdad? ¿Qué se tiene en el corazón, en el alma, que te hace “capaz” de horror semejante? ¿Somos todos capaces de matar? Seguro. Aunque yo prefiero no pensarlo, me horroriza. Pero que alguien decida imaginar, pensar, planear, formar, dirigir y llevar a cabo algo semejante, llevándose no una –que ya sería demasiado-, ni dos o tres vidas humanas, sino cientos e incluso más, porque podían haber sido muchas más, se me escapa a la razón, a mi razón. Que seamos tan grandes para algunas cosas, tan capaces de las mayores gestas y gestos, de darnos con generosidad, tan dignos de admirar y luego “esto”…

 

Supongo que nadie tiene respuesta para ello, y aunque la haya a mi no me vale. Por eso no me extraña que ayer algún familiar de una víctima siga buscando respuestas, quiere “saber” para descansar, para que los muertos “descansen en paz”. Humildemente creo, aunque admito que puedo estar equivocada, que los muertos ya “descansan en paz”, los vivos, los vivos son los que no pueden, no podemos vivir en paz, porque hace diez años, y en cualquier año, unos monstruos disfrazados de alguien como tú y yo, nos demostraron que pueden romper, destrozar nuestra paz. ¿Cómo evitar seguir preguntando? ¿Por qué? ¿Por qué? Y algunos darán una respuesta y otros dirán que no la hay. Hablarán de mirar hacia delante, aprender de lo ocurrido, resignarnos…(que palabra tan detestable), perdonar… Perdonar, sería lo mejor, recordar pero sin rencor. Aunque no es algo que se pueda elegir. No me puedo poner en el lugar, en el corazón de esa madre, de ese padre, de esa hermana, de ese amigo para el que el 11 de marzo no es una noticia. Es su día a día. Seguir preguntándose por qué, es humano, lo inhumano es lo otro, y no me refiero a no recordar, sino a decidir  matar porque puedes.