Vivimos en un mundo acosado por muchos miedos e incertidumbres. Hay demasiados frentes abiertos en todos los ámbitos, lo que genera mucho pesimismo sobre el futuro a corto plazo. No hay nada más que echar un vistazo hoy mismo a los medios digitales o a las televisiones. Parecen noticieros de sucesos.
Hay miedo a que la xenofobia se instale en el corazón de Europa, tal y como sucedió hace ya casi un siglo. La extrema derecha celebra su fuerte avance en las elecciones en varios estados de Alemania, mientras Europa es incapaz de dar una solución al problema de los miles de refugiados que llaman a su puerta. Se atisba un portazo por miedo a perder los privilegios sociales y económicos de la vieja Europa y a desestabilizar las bases del estado de bienestar. Hasta Rajoy tiene miedo de acudir al Congreso de los Diputados para explicar la postura que España va a defender en la cumbre europea sobre los refugiados. Es decir, ya nos da miedo hasta de ejercer la democracia.
Hay miedo a que los atentados de este fin de semana en Turquía y en Costa de Marfil, con víctimas europeas, se acerque aún más al centro de Europa, destruyendo el principio de la libertad de circulación de personas, uno de los pilares básicos de la Unión Europea. Hay miedo a que Gran Bretaña diga no en su referéndum y abandone Europa, destruyendo así del todo el sueño del gran país de países, cuyo principal éxito ha sido evitar las causas que en el siglo XX causaron dos guerras mundiales.
Hay miedo a que un radical extremista como Trump gane las elecciones presidenciales en Estados Unidos y resucite el espíritu racista de “América para los americanos” y reactive la guerra fría y la desconexión con Europa.
Por haber miedo lo hay hasta en España, donde la quiebra del bipartidismo tradicional impide a los partidos políticos sentarse a la mesa y negociar, sin líneas rojas, la formación de un Gobierno estable en Madrid. Hay miedo a hacer frente a los posibles cabreros del Ibex 35 y a las amenazas independentistas catalanas; es decir, hay miedo a asumir que la sociedad española ha cambiado y que ahora hay que ser tajantes contra los corruptos, los desequilibrios económicos y los poderes fácticos, que aún existen. Hay miedo a reconocer la realidad y a actuar en consecuencia. Hay miedo a ejercer la libertad dentro de los partidos políticos y favorecer las listas abiertas, las primarias y las opiniones contrapuestas. Hay miedo al debate.
Y, aquí, en el entorno más cercano, hay hasta miedo para conmemorar con sentido crítico los 25 años de la aprobación del Consejo Comarcal del Bierzo y reconocer que ha sido un gran fracaso porque no se han cumplido las expectativas, porque El Bierzo no tiene una autentica capacidad de autogobierno, porque la vida de los bercianos no ha mejorado en nada con la comarca y porque hasta el Consejo, después de tantos años, sigue mendigando una sede estable y una estructura fija de funcionamiento. Hay miedo a reaccionar ante la reestructuración del territorio que está elaborando la Junta de Castilla y León, que terminará por sepultar el sueño comarcalizador berciano y ahondará en las causas de la crisis económica, la despoblación del territorio y el envejecimiento de sus gentes.
Hay miedo hasta para expresar la indignación que supone que ex diputados nacionales y senadores vayan a cobrar indemnizaciones millonarias porque no encuentran trabajo en sus respectivas profesiones. Entre ellos, el leonés Alfredo Prada, abogado de renombre. Muchos de estos parlamentarios, con piso en Madrid, han venido cobrando durante años un extra por desplazamiento desde las provincias por las que habían sido elegidos. Unos fraudes más que alientan la desconexión de los ciudadanos con sus políticos.