Anatomía de una discordia, el nuevo libro de Víctor del Reguero, se adentra en la intrahistoria de un pequeño espacio, Palacios del Sil, para radiografiar los acontecimientos que llevaron a uno de sus más conocidos vecinos de hace un siglo a morir en los campos de exterminio nazis. El subtítulo del volumen, ‘De Palacios del Sil al campo de Mauthausen’, da pistas de su contenido: una minuciosa radiografía de la vida, la sociedad y los avatares de un pueblo y una época, acompañando al relato múltiples documentos inéditos y fotografías de los protagonistas.
“Un libro en el que la microhistoria se engarza con la historia del mundo”, sintetiza el autor en la introducción, que resume la consecuencia de la discordia que se incubó y terminó por estallar en 1936 con la rebelión militar que dio paso a la guerra, como una derrota común en la que el final inevitable fue la destrucción de sus protagonistas. El libro, editado por La Memoria del Norte, recorre el tránsito de una sociedad rural a la industrialización provocada por el inicio de las explotaciones mineras, la apertura del ferrocarril y el estallido demográfico que provocó la afluencia masiva de obreros, contexto en el que se produjo la transformación de la zona hacia la modernidad a lo largo del primer tercio del pasado siglo. A través de 392 páginas, la historia evoluciona desde este pequeño rincón de la montaña de León, que en 1935 tenía unos 2.500 habitantes, a los campos de exterminio del nazismo.
Elpidio González, hilo conductor
El relato se traza a través de la figura de Elpidio González González, nacido en el pueblo en 1905, hijo del secretario municipal e industrial próspero en actividades tan diversas como la venta de patatas a gran escala, la fabricación de mantequilla o el transporte de mercancías. Dotado de una inteligencia natural, vivió como tantos el desencanto de su generación ante la deriva tomada por la monarquía, y a la altura de 1931 asumió el papel de líder de los republicanos de la zona.
Una condición que le convirtió en enemigo de un grupo de vecinos de tendencia derechista y monárquica, cuyo cabeza era el médico José Sabugo, protagonizando ambos algunos encontronazos a raíz de la caza junto con sus afines. El capítulo más extenso y que da título al libro, ‘Anatomía de una discordia’, es una crónica minuciosa de los orígenes de las desavenencias incubadas en la etapa final de la dictadura de Primo de Rivera, con un especial detenimiento ese conflicto, el de la caza, que marcó todos los aspectos de la vida local. Los montes de la zona albergaban una de las reservas cinegéticas más importantes de la Cordillera Cantábrica, lo que era un objeto codiciado. Junto a ello, se da cuenta de los encontronazos de todo tipo que fueron surgiendo al calor de la evolución de los acontecimientos y, al final, los episodios de violencia que se vivieron entre los antagonistas políticos durante el año previo al estallido de la guerra.
En el pormenorizado relato no falta una crónica del avance del espectro político, con las elecciones de 1931 que ganaron los monárquicos en su primera convocatoria y en la segunda fueron empatadas por monárquicos y republicanos, aunque los primeros conservaron el poder local. Los republicanos mantendrían el pulso durante el periodo, ya fuera trabajando por conseguir los puestos del juzgado municipal, sobre el que se ofrecen muestras de su instrumentalización por parte de ambos sectores, ya fuera con actos como embadurnar de excrementos de vaca los carteles de Acción Popular días antes de las elecciones de febrero de 1936, mientras del otro lado los derechistas se organizaron en torno a la Juventud de Acción Popular, que tuvo en Palacios del Sil una de sus organizaciones más importantes en la provincia. La victoria de esas elecciones de febrero de 1936, las últimas de la etapa republicana, llevó al gobierno al Frente Popular y convirtió a Elpidio González en alcalde. Ejerció el cargo entre el 25 de marzo y la sublevación del 18 de julio de 1936, durante apenas cuatro meses. Fue el último alcalde republicano de la localidad.
La siembra de la muerte
Con el estallido de la guerra, en las dos semanas largas que transcurrieron desde que el golpe de Estado se impuso en León y Ponferrada hasta la llegada de las tropas a la zona, en la primera semana de agosto, varios derechistas fueron detenidos y llevados a Asturias, donde terminaron asesinados: los más conocidos, el médico José Sabugo, su cuñado Constantino Magadán y el maestro Nicanor García.
Entretanto, los republicanos se refugiaron en los montes para escapar desde allí a Asturias. Entre ellos estaban Elpidio González y sus familiares. El relato detallado de su evacuación a través de las brañas y el Puerto de Leitariegos, en dirección a Somiedo, su llegada a Gijón y su dispersión al cabo de poco tiempo: él y su hermana se fueron a vivir al concejo de Morcín, ya que fue nombrado allí secretario municipal; su hermano pequeño, Lucio, que estaba a punto de terminar la carrera de Derecho, tuvo destino como fiscal en el Tribunal Popular Especial de Guerra de La Manjoya, cerca de Oviedo, y más tarde de la Auditoría de Guerra de Gijón; otros familiares se quedaron en Gijón y otros se fueron a Santander. Entre estos estaba Virgilia González, prima de Elpidio González, con la que había tenido en 1932 a la que sería su única hija.
El relato sigue sus pasos con el derrumbamiento del frente asturiano en el otoño de 1937, la huida por mar a Francia y de allí a Cataluña, de donde en 1939 alcanzó a cruzar la frontera. Una suerte que no tuvieron sus hermanos, siendo ambos detenidos para terminar uno de ellos, el pequeño, fusilado en 1941 en Madrid. También su padre, Joaquín González, murió cuando estaba preso y con la salud muy deteriorada en la Prisión Provincial de León. No fueron los únicos: el libro ofrece un perfil de medio centenar de detenidos, paseados, ejecutados, desaparecidos, condenados y muertos en las cárceles del régimen, muchos de los cuales aparecen con su fotografía.
Esa geografía humana da a ver que el volumen no solo se centra en una persona o una familia, sino que retrata a toda la sociedad local y sus protagonistas, tanto antes como después del conflicto, sin rehuir relatar también las represalias practicadas y alentadas por algunos personajes como el entonces secretario municipal José García Pérez. Él y otros conformaron la Falange en la zona, junto con varios gallegos llegados con las tropas, dando paso a todos los cambios que trajo la guerra y la instauración del nuevo régimen: exaltación patriótica, implantación de lo militar y lo religioso en todos los prismas de la vida, los cambios producidos en las escuelas con la reposición de los crucifijos y la depuración de muchos maestros, o las suscripciones que obligaban a los vecindarios a pagar en metálico, aportar ropas para el ejército o desprenderse de víveres, patatas o ganado a favor del bando sublevado.
Deportado a los campos nazis
A ese contexto de muerte no escapó el propio Elpidio González. Aunque permaneció refugiado en alguno de los campos de refugiados en Francia, al menos en Cognac y Angulema, al sudoeste del país, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión alemana le terminó convirtiendo en uno de los 927 ocupantes del famoso convoy que, en agosto de 1940, condujo hasta el campo de concentración de Mauthausen, en Austria, a los que fueron primeros españoles deportados al régimen nazi.
Ingresado el 24 de agosto de 1940 en Mauthasen como prisionero, ese día se convirtió en el número 4.180, con el triángulo azul de los apátridas con la “S” con que se distinguía a los españoles. Durante un año, como tantos miles de compañeros de cautiverio, prestaría mano de obra esclava (muy seguramente en la cantera de la que los testimonios y memorias de prisioneros brindan estremecedores testimonios) hasta que, con la salud muy deteriorada, fue trasladado al campo de Gusen, al que iban a parar los impedidos y enfermos que, al no servir para trabajar, el III Reich consideraba “vidas indignas de vivirse”. Allí murió el 29 de septiembre de 1941, siendo su cuerpo incinerado en los famosos crematorios del propio campo.
El autor concluye el volumen con ese triste final, bajo el título “humo de cenizas y polvo de olvido”, y hace un guiño a la que fue única superviviente de la familia, su hermana Araceli González, que a su salida de la cárcel de Ponferrada se casó con otro preso y puso a varios de sus hijos los nombres de su padre y sus hermanos, los que la guerra le había arrebatado.