PREMIOS MUJER 2024

De lo que no me arrepiento

Soy una soberbia, lo reconozco, y hacerlo no es ninguna virtud, simplemente no me queda más remedio reconocerlo, porque es bastante visible, no hay manera de que pase a través de él ignorándolo. Mi orgullo no pasa desapercibido ni siquiera para mí. Soy un orgullo con patas. Pero como todo tiene su límite, no soy de las que dicen: “No me arrepiento de nada, de todo se aprende”. De acuerdo con la segunda parte, de todo se aprende, hasta de lo que no “deberías” haber hecho. Pero tanto como no desear borrar alguna cosilla…

Pero, haciendo bandera de mi orgullito, voy a centrarme en esas “cosillas” de las que estoy, como no, orgullosa a rebosar de haberlas hecho, encantada de haberme conocido. ¿Me estoy pasando? ¿Os dije ya que soy un ORGULLO con patas? Pues eso.

La semana pasada, festividad de San José, día del padre, fue el primer San José sin papá. Ha pasado ya un año.

Bien, respiro hondo, me emociono un poco, un mucho, y sigo. No es una historia triste, sino de satisfacción, de tranquilidad, de cosas bien hechas, de “me alegro de haberlo hecho”.

Hace un año, también San José fue laborable -que manía de jugar al despiste con los festivos, ¡señor!, acaba una mareada…o a lo mejor es parte de la diversión y quieren sorprendernos, ¡yupi!-, ya estoy divagando, bien, decidí tomarme el día que me quedaba de vacaciones y no trabajar. Lo normal es que me coja esos días para hacer un viaje, convivencias, o aprovechar un puente. Pero esa vez no. Simplemente quería tiempo para hacer una tarta para papá, su favorita, aunque favoritas tenía muchas, era un goloso de mucho cuidado. Perfecto, tarta de bizcocho relleno de crema pastelera, “de crema de flan”, como él decía. Comimos juntos, aunque le costó un montón, lo poquito con mi ayuda, no tenía fuerzas. Así que fue la vida al revés, él que tantas veces tuvo que luchar conmigo para darme de comer, apurarme para que tragase el “bocado”, animarme y “engañarme” para que comiese un poquito más, llevarme el tenedor y la cuchara a la boca…chantajearme para que acabase la comida o sólo la mitad…así fue nuestra última comida juntos. Sólo que al revés. El premio: la tarta que le esperaba para celebrar el día del Padre.

Acabé sacando la tarta para que se comiese los últimos cinco bocaditos del plato. Se le abrieron los ojos, y se le iluminaron, hasta entonces estaban opacos, sin brillo. Hizo un intento por acabar, pero le dio la tos y yo decidí que ese era su día, así que si quería tarta eso es lo que iba a tener. La poca, o ninguna, gana que tuvo para lo anterior, se evaporó. Se “lanzó” sobre el trozo de bizcocho. Trozo más que generoso, a pesar del sentimiento de culpa que por un momento casi me hace darle la mitad, por si no le hacía bien, por su diabetes. Pero recordé el consejo de una médica (y amiga) que me había dicho que en su situación, la mejor medicina y cuidado era “disfrutar”. Él desde luego lo hizo, se chupó los dedos, yo también, de satisfacción viéndolo disfrutar. Sé que en la cena mi hermana tuvo la misma duda, y casi se enfada porque “para la comida no tiene ganas ni fuerza, pero para la tarta….” Mi consejo fue que aquel era su regalo. Dos días después papá murió. Suavecito y como ya os había dicho, en brazos de uno de sus hijos.

Fue el mejor DÍA DEL PADRE en años. Me alegro del día libre, de haber comido con él, de la tarta, de los roles cambiados. De otras cosas no estoy orgullosa, pero de esos días SÍ,  y además orgullosa de estarlo. Feliz Día del Padre en el cielo, papá.