El ser humano es egoísta por naturaleza. Todos lo somos de una manera u otra. Yo lo soy. Solemos pensar que todo el mal de este mundo nos pasa a nosotros. Que somos el centro del universo y que nadie nos comprende, preocupados por cosas absurdas casi todo el tiempo, pasando por alto aspectos verdaderamente importantes.
Nos levantamos de la cama pensando en que llegamos tarde al instituto, al trabajo, a llevar a los niños al colegio… Nos esforzamos por ser alguien, mejorar en lo personal y avanzar en lo profesional, a veces a costa de los demás. Vivimos en una carrera de fondo constante en la que lo único importante es llegar, sin siquiera mirar alrededor. Yo soy una de esas personas que vive constantemente agobiada por todo lo que tiene que hacer, deseando el lunes que sea viernes y el domingo que lleguen pronto las próximas vacaciones. El trabajo, la familia, los amigos… Nos sumimos en una realidad que no siempre da la importancia que se merece a lo que de verdad es importante.
Hace un mes mi madre ingresaba de urgencia en el hospital y la noticia me calló como un jarro de agua fría. Cuando esa misma situación se repite hasta en tres ocasiones en un espacio corto de tiempo los mil porqués y lo injusto que me parecía empezaron a rondar mi mente. Y después la realidad me golpeó, porque si algo bueno tienen los hospitales es que te dan la oportunidad de conocer a mucha gente, muy rápido y a fondo.
El primer paciente que conocí, una persona de avanzada edad, falleció a los pocos días de abandonar el centro sanitario e irse a su casa. El segundo, también una persona anciana, se había fracturado varias costillas en una caída fortuita en su vivienda. Vivía sola y sus familiares tardaron varios días en darse cuenta de que pasaba algo, ir a buscarla y llevarla al médico. Pero sin duda, el tercer caso y más reciente fue el que me propinó la bofetada de realidad que venía necesitando.
Para preservar su intimidad diré que se trata de una señora de más de ochenta años, con su marido también mayor, y varios hijos. Con un tono de voz amable, como el de quien está agradecido a la vida sólo por vivirla, nos contó que lleva ya seis años luchando contra una Leucemia y que el pasado viernes fue intervenida a consecuencia de un segundo cáncer. Le extirparon el pecho derecho el Día Mundial Contra el Cáncer de Mama. Pero cuando su esposo la llama por teléfono para preguntarle qué tal, ella le dice que está bien, que no se le ocurra ir a verla porque en un par de días se ha ido a casa con él. “A ver si por venir al hospital te va a pasar algo a ti”, le regañaba cariñosa, porque “todavía no ha llegado mi hora”, tranquilizaba a sus hijos. Y ahí mi egoísmo tocó fondo.
Además de preocuparnos por ir a trabajar, por medrar en la vida y ser alguien el día de mañana deberíamos aprender a dar a cada cosa la importancia que merece hoy. A diferenciar que hay obstáculos que la vida te pone y hay que superarlos pero otros muchos nos los buscamos e imponemos nosotros mismos. Deberíamos aprender a relativizar. Que el universo no somos nosotros, que puede que hasta haya vida en otros planetas. Así el mundo sería un lugar menos hostil y egoísta y todos seríamos un poco más realistas y felices.