Cuando éramos imberbes la televisión bicanal emitía siempre por estas fechas un programa para todos los públicos con relatos sobre estos días tan señalados. A veces en formato dibujos, otras como películas; pero todas ellas con moraleja final encaminada a hacernos entender dónde residen los valores verdaderos de nuestra experiencia vital. Por aquellos años, caramba, me parece estar haciendo de narrador con voz en off de la serie Cuéntame, recuerdo que siempre en el colegio nos mandaban escribir redacciones o micro relatos que, previamente seleccionados, se presentaban al concurso de Cáritas Astorga, Caja León (cuando teníamos Caja) o parecidos. El caso es que mi fiel y buen compañero Pedro Ángel, siempre redactaba el mismo cuento, inspirado al milímetro en uno de esos pases televisivos. Nunca pasó el corte de los maestros. Pero él, curso tras curso, se empeñaba cabezonamente en volverlo a copiar y firmar. Él me preguntaba qué me parecía y que lo leyera, como esperando mi aprobación. Yo sonreía y decía que estaba bien escrito, pero nada más. No quería enojarle ni que perdiera la ilusión y el empeño cerril que ponía todos los años en lo mismo. Al final, me daba coraje cuando a un servidor le caía algún que otro modesto premio en forma de libros o pequeñas cantidades monetarias y a él nada de nada. Invitarle a la Mejillonera con unas patatas bravas y una coca cola zanjaba toda tensión entre nosotros.
Dirán que porqué hoy el periodista les narra todo esto. La razón viene dada por el empeño que pone todo el mundo en hacer planes especiales para estos días, el frufrú de las prisas que nos damos en los desplazamientos, las compras, los interminables mensajes que intercambiamos desde los diversos canales mediáticos que tenemos en la moderna sociedad contemporánea para felicitarnos las Pascuas, los excesos gástricos y etílicos… ¿Pero no estaremos haciendo como mi viejo amigo? Nos embarcamos testarudamente en una dinámica la mayor de las ocasiones huecas, perdiendo el verdadero sentido y valor de la ocasión.
Cuantos más lustros acumula mi Documento Nacional de Identidad aumenta proporcionalmente mi desdén por el envoltorio de estas fechas. Rompo mis costumbres y tradiciones que tengan algún sesgo de vacuidad. Ya no envío interminables tarjetones postales, ni me entrego al exceso de cualquier cosa tangible versus terrenal. Aprecio más y más la riqueza de tener gente a mi lado que me quiere, me aprecia o que simplemente se acuerda personalizadamente de mí. Saboreo y me entusiasman los belenes, me río en las sobremesas con los chistes, canto sin vergüenzas villancicos con mi hijo, disfruto con un simple torneo hogareño de parchís. Me emociono con las caras de los niños cuando estrenan sus juguetes el día seis de enero. Doy gracias al Gran Jefe por todo lo que me da cada 25 de diciembre. Pero sobre todo, pido que todos nosotros, ustedes que han llegado hasta este renglón y yo, no nos convirtamos en protagonistas autómatas del cuento invertido de cada Navidad. Que nuestra Navidad sea de cuento y no un cuento de Navidad.