Cuarenta años sin padre, sin hermano, sin hijo o sin marido. Cuarenta años sin ellos, sin los diez mineros que aquel 17 de octubre de 1979 perdían la vida en la capa trece del pozo María, en Caboalles de Abajo, en uno de los accidentes más trágicos de la historia de la minería de la provincia. Once huérfanos, seis viudas y el insoportable dolor de aquellas madres que contra natura enterraron a sus hijos. Los diez del pozo María; Alfredo Prieto, José Ouviña, Arselí Fernández, Emilio Pinillas, Manuel Gómez, Adolfo Real, Otilio Álvarez, Basilio Uría, Manuel González y Antonio Restrepo, tenían entre diecinueve y cuarenta y seis años y una vida por delante.
Todo comenzó alrededor de las 19:30 horas de aquel miércoles cuando un enorme estruendo invadía el pozo María, propiedad de la empresa Minero Siderúrgica de Ponferrada. Tras el fortísimo ruido los mineros de ese turno intentaban llegar por todos los medios a la zona. Los esfuerzos eran en vano, los gases y el polvo acumulado, además de las altísimas temperaturas, impedían adentrarse al lugar. Comenzaba así la operación de rescate que se prolongó durante dos días.
No fue hasta las dos de la madrugada cuando se logró rescatar los tres primeros cuerpos. En ese momento, toda esperanza de encontrar al resto de compañeros con vida se disipó. Mientras, la bocamina del pozo María se llenó de centenares de personas: familiares, amigos y compañeros que vivieron las horas con auténtica agonía. El fatídico final paralizó a la comarca de Laciana. Los comercios y los colegios cerraron sus puertas, se decretaron dos días de luto en el sector, y más de quince mil personas, tal y como publicó ‘El País’, asistieron al funeral de Caboalles de Abajo, el más multitudinario, ya que la mayor parte de las víctimas eran de esta localidad. Incluso los Reyes de España enviaron desde Suecia un telegrama a los familiares de los mineros fallecidos mostrando sus condolencias.
Pero el accidente del pozo María, además de ser el más trágico de la comarca, estuvo teñido por la polémica. Patronal y sindicatos chocaron de frente respecto a las causas de la catástrofe. El informe oficial hablaba de hundimiento, seguido de una explosión de grisú, que provocó más derrumbes y la presencia de monóxido de carbono en la galería, mientras que las centrales sindicales afirmaban rotundamente que los diez mineros habían fallecido a causa de una explosión de grisú y apuntaban a graves deficiencias en los sistemas de seguridad.
Es más, los sindicatos sostenían taxativamente, tal y como publicó ‘El País’, que la explosión del grisú se produjo debido a la deficiente ventilación de la galería sobre la que ya habían sido presentadas varias denuncias por el comité de empresa, tras otras dos pequeñas explosiones ocurridas desde finales de 1977. Y no solo eso sino que además insistieron en el hecho de que los cadáveres presentaban claros signos de quemaduras e incluso algunos de ellos se hallaban completamente carbonizados.
Al final el tiempo ha ido silenciando lo que para los sindicatos y sus propios compañeros era una verdad a voces: que una explosión de grisú, provocada por las deficientes condiciones de seguridad, sesgó la vida de diez familias, hace hoy cuarenta años.
Los huérfanos del Pozo María
Aprendieron a vivir desde pequeños sin la figura paterna que la mina les arrebató despiadadamente. Once niños se quedaron huérfanos ese fatídico 17 de octubre. José Luis Real Saavedra fue uno de ellos. Con cuatro años perdió a aquel hombre que en el 127 lo cogía en sus rodillas para que condujera. El último recuerdo que conserva es el beso de despedida que le dio al cristal del ataúd. El resto lo sabe por todo aquello que su madre narró durante años. “Mi padre le había dicho que en la mina hacía un calor que no era normal. Se veía venir”. También descubrió por ella que en la iglesia, el día del funeral, había un fuerte olor a quemado y además tiene claro que “todo el mundo sabía que fue una explosión de grisú pero nunca se reconoció como tal. La empresa no se portó bien con ellos”.
Cree además que, a pesar de que el accidente en el valle de Laciana lo recuerdan todos los vecinos, “al final son los silenciados del pozo María”. “Fue una negligencia, y hay que decirlo, no hay que taparlo”, continúa diciendo a la vez que añade que “se intentó ocultar por las consecuencias dramáticas que hubiera supuesto la verdad”.
Palabras de gratitud ha tenido para todos aquellos que participaron en las tareas de rescate. “Siempre estaré eternamente agradecido” pero reconoce no entender “por qué si había brigadas preparadas para entrar en la mina, y estaba todo organizado, con las medidas de seguridad oportunas, se empezó a mirar qué brigada entraba, si la de aquí o la de allá” y a la vez se pregunta “¿que más da que sea de un sindicato que de otro? Al final, en estas situaciones, las centrales sindicales se tienen que tender la mano y más cuando hay gente que está atrapada en un pozo”.
Caprichoso destino, por cierto, el que reunió ese día y a esa hora a varios mineros que no tendrían que haber estado en ese turno. Fue el caso de su padre, quien relevó a un compañero para que acudiese a su cita con el dentista. “Era lo más normal, ayudarse unos a otros en el tajo. Fijo que algún compañero también hizo cosas con las que él salió beneficiado otras veces”, reconoce Real Saavedra quien, además, ha querido tener palabras de agradecimiento para su familia y los vecinos del barrio de Las Trapiechas -Caboalles de Abajo-. “Ayudaron muchísimo a mi madre en todo, estuvieron al pie del cañón siempre” porque tal y como relata José Luis Real “la indemnización económica no ayuda tanto. Mi madre se quedó sola con dos niños pequeños, así que, obviamente, se puso a trabajar en una granja de pollos y también gracias a la ayuda de esta gente salió adelante”.
Ayuda es la que, precisamente, no recibieron ni él ni su hermano por parte de la empresa. “Después del accidente, prometieron colocaciones en la mina para nosotros cuando fuésemos mayores, que nunca llegaron” y aunque considera que “por ser hijo de un minero fallecido no tendría que tener más derecho que cualquier otra persona para entrar en el tajo, ya que lo comprometieron, pues al menos que lo hubiesen cumplido. Me sentí engañado”.
Después de haber perdido a su padre en accidente de mina admite que nunca tuvo miedo de trabajar en el sector. “Solo trabajé en subcontratas y no durante mucho tiempo. Te da respeto pero miedo nunca sentí”. Es más, confiesa que siempre ha tenido un vínculo especial con la minería. “Todos los problemas por los que han atravesado los mineros los sentía como propios aunque no perteneciera al sector. Al final te involucras”. De eso se encargó tanto su madre, como su hermano mayor, “porque nunca han dejado de recordarme de donde vengo, quien era mi padre y lo que pasó”.
Actos en memoria de las víctimas
Para rendir tributo a las víctimas, la cofradía del Cristo de los Mineros, la asociación cultural Inculca y la parroquia de Caboalles de Abajo -con la colaboración de la Junta Vecinal- han organizado una serie de actos conmemorativos que tendrán lugar el sábado día 19. La jornada comenzará a las 11:00 horas con la recepción de familiares y autoridades en la iglesia de Santa María de Caboalles. A continuación se oficiará una Misa en memoria de los fallecidos y tras ella, tendrá lugar la visita al monumento al minero, donde se realizará una ofrenda floral en homenaje a las víctimas.
Posteriormente Leticia Cabo y María del Mar García interpretarán instrumentalmente la obra ‘Amazing Grace’ . La jornada concluirá con el himno a Santa Bárbara que será cantado por el coro parroquial de Villaseca, el coro de la Escuela de Música, el coro parroquial de Caboalles de Abajo, la coral ‘La Ceranda’ y la coral ‘Santa Bárbara’.