PREMIOS MUJER 2024

Cuando un bosque se quema…

No es, según datos oficiales, el año de mayor número de incendios en lo que va de siglo, pero si el que más hectáreas se han quemado. Hasta ahora, y falta el otoño probablemente seco, se contabilizan 12.500 incendios que han calcinado 177.000 hectáreas. Lo más llamativo de los incendios de este 2012 es que algunos han sido de proporciones como no recordábamos, ni siquiera en el último cuarto del pasado siglo (pese a que en 1989 ardieron 390.000 hectáreas). Por ejemplo, el de Cortes de Pallás, en Valencia, arrasó 26.600 hectáreas, a las que deberíamos sumar otras 20.000 hectáreas de un segundo incendio, el de Tuéjar y Chuelva, en esa misma comunidad; en Cataluña, el del Alto Ampurdán, en Gerona, se llevó por delante 13.000 hectáreas; en Andalucía ardieron 8.000 hectáreas en la Costa del Sol, pero no fue el único. No es necesario seguir abrumando con cifras, sólo recordar, por su repercusión y colisión de competencias entre administraciones, los dos de Canarias, se calcinaron 5.000 hectáreas en Tenerife y otras 4.000 en La Gomera, ambos en parques nacionales.

También en nuestra Comunidad el año nos deja un rastro de incendios sin cuento, más de 900, muchos de los cuales igualmente de proporciones considerables, sobre todo en Zamora (8.122 hectáreas), Ávila (2.244 hectáreas) y León, provincia cuyos 334 incendios suponen más de 60% de la superficie quemada de toda Castilla y León, unas 20.000 hectáreas. Los incendios en León se extienden por casi todos los municipios que aún cuentan con montes y bosques, es decir, el noroeste, aunque fue el de Castrocontrigo, entre la Valdería y Cabrera, el más funesto, pues afectó a casi 12.000 hectáreas en doce pueblos de cinco municipios distintos. Como en el caso de Canarias, también aquí los incendios han afectado a zonas especialmente protegidas, como parques nacionales, pero sobre todo a bosques arbolados y no sólo a matorrales, como suele ser más frecuente.

La sequedad, el calor y los vientos son factores que favorecen los incendios, y este año ha sido seco, muy seco y hemos padecido un verano tórrido con temperaturas anormalmente altas. Esto es cierto; pero también hay en nuestro país una ancestral cultura del fuego. En nuestra zona, el fuego ha sido una práctica consuetudinaria para limpiar los montes de matorrales y lograr de este modo pastos veraniegos para el ganado. A veces a los pastores se les iba de la mano, lo que provocaba incendios de consecuencias imprevistas; pero hace mucho tiempo que no hay pastores, o que son poco representativos, ni tampoco se cree hoy que por ese medio se deba limpiar el bosque. Los recursos cinegéticos y micológicos, hoy los más importantes, se perjudican con esas quemas incontroladas del bosque. Hay por último, personas que profesan un odio atávico al bosque, aunque más frecuentemente pretenden descargar su odio, sus miedos o sus patológicas inclinaciones antisociales mediante la quema del monte.

Hay gente que odia el bosque, que teme al bosque; parece algo increíble pero así es. Debe de ser un resabio atávico de otros tiempos, cuando el bosque, aunque ofrecía recursos, era también habitáculo de fieras peligrosas, de espíritus malignos y demonios. Quizá en estos tiempos neopaganos algunos vean en las hogueras un reflejo y pervivencia de un culto al fuego, como el que los celtas celebraban en la fiesta de Beltene, cristianizada posteriormente como como fiesta de San Juan, fecha en que muchos la festajan con hogueras. Pero también hay personas que buscan sencillamente hacer mal y encuentran en los incendios, fáciles de realizar, un medio que provoca una alarma social. Por eso, el elevado número de incendios puede relacionarse con la crisis económica, pero no sólo por la falta de medios, de la que hablaremos luego, sino porque esa situación empuja a algunos, creyéndose impunes, a cometer este tipo de atentados y descargar así su odio y malestar sobre el conjunto de la sociedad.

Todos los expertos y los datos estadísticos explican hasta la saciedad que el número de incendios provocados por causas naturales -un rayo, el reflejo del sol sobre un cristal, etc.- son escasos y su proporción probablemente inferior al 5% del total. El resto se debe a la acción antrópica, al hombre. Hay muchos incendios debidos a negligencias humanas: quema de rastrojos, barbacoas, cigarros mal apagados; pero hay también un gran número que se debe a la acción premeditada de incendiarios. Respecto de éstos, los hay de tres tipos: pirómanos, que son personas que sufren algún trastorno psíquico y cuya incidencia en el número de incendios es pequeña, un 1% según los expertos; los que buscan algún beneficio directo (madereros, trabajadores forestales que temen perder o han perdido su trabajo, cazadores, especulación urbanística), que son el porcentaje mayor; y personas malvadas que no quieren más que causar un daño o alarma social, buscando, en algunos casos, alguna rentabilidad política.

Ante una tal gama de incendiarios es difícil dar con respuestas adecuadas, pues el que quiere provocar un fuego lo intenta una y otra vez, de ahí que los conatos de incendio sean aún más que los verdaderamente perpetrados. Para la mayoría de los ciudadanos nos bastan las campañas de concienciación del valor del bosque, porque sabemos lo fácil que es quemarlo si no ponemos un poco de nuestra parte, y las terribles consecuencias que pueden tener en los bienes y las vidas de las personas. En los años setenta se hizo célebre aquella apostilla, que algunos creían graciosa, a una campaña nacional de prevención de incendios: “cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema”, señor conde. Tal apostilla, además de falsa, pues la mayoría de los bosques son de titularidad pública o todos nos beneficiamos directa o indirectamente, era una majadería que, como siempre en este país, permitió a algunos justificar ciertos incendios. Hoy creo que está superado pues todos los ciudadanos de bien sabemos quiénes pagamos al final las consecuencias de esos desastres.

Para el resto de los personajes de los que hemos hablado todo esto no sirve de nada, sólo las penas y sanciones. Los pirómanos son enfermos que necesitan tratamiento psiquiátrico y por ello, los familiares o los conocidos de los mismos deberían alertar a las autoridades, para su vigilancia y prevención. Los otros tipos son delincuentes y como tal han de ser castigados sin contemplaciones. Todos los años se detienen por agentes del Seprona, a presuntos culpables -este año por ejemplo a casi 400 personas-; pero la mayoría se libra por falta de pruebas, pues nadie se atreve a denunciarlos, o simplemente con una sanción administrativa, una multa. Las penas de cárcel, de acuerdo con el Código Penal son elevadas (el art. 352 habla de uno a cinco años, pero el art. 351, cuando hay peligro para la vida humana, puede elevarse de diez a veinte años); pero la casuística y las excusas absolutorias las reducen en la práctica a casi nada. Los ejemplos de algunos celadores y agentes forestales, como el de Ancares, crean por ello alarma social. No creo necesario endurecer las penas, sino que haya menos subterfugios y que se cumplan. Sabemos que esto no basta pero tampoco puede salirle gratis a los incendiarios su crímenes.

Los incendios ocurren y, por tanto, no hay mejor política que la preventiva. Son malos tiempos por la crisis, pero también es cierto que muchas personas en paro, que cobran por ello, podrían, con incentivos pecuniarios, dedicarse a la limpieza del bosque. Los bosques limpios arden peor y por tanto arden menos. En ese sentido, algunas propuestas del gobierno de Rajoy me parece que van en el buen sentido, aunque haya muchos que se resistan a ese tipo de labores. Pero no es suficiente, hacen falta más medios y recursos. El gobierno dice que no ha hecho recortes en la política contraincendios; pero si se han hecho, y muchos, en la política de prevención de incendios, en algunos cosas de más del 50% en estos dos últimos años, como denuncian algunas organizaciones agrarias.

Esta puede ser una de las razones no del aumento del número de incendios pero si de sus consecuencias catastróficas. Además de prevenir hay que atacar con medios cuando se produce un incendio; por ello hacen falta recursos y planificación. Muchos incendios de este verano han arrasado miles de hectáreas bien por falta de medios, bien porque falta una unidad de mando y de coordinación. El gobierno dice que no ha habido recortes en esta materia, quizá no por parte del gobierno central en relación con los medios aéreos (avionetas, helicópteros), pero si lo ha habido en los gobiernos regionales. Hacen falta más recursos, pero sobre todo hace falta una política común y una mejor coordinación para el uso de los medios autonómicos y nacionales de que se dispone. La creación por parte del gobierno Zapatero de una Unidad Militar de Emergencia (UME) fue un acierto, pero no basta. Los dos grandes incendios de Canarias deben mucho a las disputas y retrasos por problemas sobre las competencias. Creo que en esto hay mucho trabajo por hacer.

Por último, hay zonas de bosque en las que los incendios no suelen ser frecuentes y donde sus consecuencias son menores. Me refiero a casos como el de la provincia de Soria, donde hay montes de gestión y aprovechamiento vecinal. ¿Por qué en nuestra provincia, con tantos bosques arbolados, no se copian este tipo de iniciativas? Son sin duda el mejor medio para proteger el bosque. La constitución este verano de una junta gestora para el aprovechamiento y gestión de los montes de Castropetre (Oencia) -unas 500 hectáreas de roble y castaños- es por ello una buena noticia. Se trata de un proyecto pionero en León, una especie de monte de socios, con antecedentes en Soria donde ha dado buenos resultados. Seguiremos atentos a esta iniciativa.