PREMIOS MUJER 2024

Cincuenta años después

Hace cincuenta años nadie tenía ordenador, ni soñaba con tenerlo. Lo del teléfono móvil era inimaginable. Y lo de Internet más impensable aún. A duras penas si alguno podía tener en casa un teléfono de los de dar a la manivela y que había que dar voces para que oyeran al otro lado del cable. Los pocos televisores que había se veían en blanco y negro. Eran muy pocos los que tenían coche. Y así sucesivamente. En otro orden de cosas, lo normal era que si alguien se casaba era para toda la vida y que se tuvieran hijos. Los alumnos respetaban a los profesores. Parecía normal que la mayoría de los españoles fueran católicos, y los domingos iba a misa casi todo el mundo, incluidos los jóvenes. En realidad aun los fines de semana, a las doce de la noche y aun antes todo el mundo estaba en la cama.

Había por entonces un Papa, que más que Papa parecía un viejo cura de pueblo, y que tenía una enorme visión de futuro y sabía que las cosas iban a cambiar mucho, que la sociedad evolucionaría rápidamente y que la Iglesia no se podía quedar atrás, anclada en el pasado, sino actualizarse para seguir prestando un servicio a la humanidad. Este Papa se llamaba Juan XXIII, y hace ahora cincuenta años decidió convocar un concilio, el Concilio Vaticano II.

Cuando uno lee los documentos de este gran Concilio se da cuenta de que no han perdido actualidad; más aún, que se adelantaron a los tiempos actuales. Ciertamente, en honor a la verdad, el gran artífice que lo llevó adelante fue el nunca bastante recordado Pablo VI.

Quizá el paciente lector que ahora nos lee nos dirá que a él todas estas cosas le traen sin cuidado y que pasa de religión y, por supuesto, de la Iglesia. Lo cierto es que antes del Concilio, es decir, antes de que en la Iglesia se hiciera tan importante reforma y puesta al día, había bastante menos fobia o alergia a la religión que lo que hay hoy día. Pero lo más llamativo es que esas críticas se hacen como si la Iglesia no se hubiera renovado, como si el Concilio no hubiera existido. Lo cual es una pena, porque eso priva a muchos de recibir los enormes servicios que la Iglesia les ofrece. Precisamente en este momento de crisis general en el que todo el mundo anda perdido sería importante estar atentos a la voz sabia y certera de la Iglesia. Y no olvidemos que incluso en el orden material es tal vez la institución que más está haciendo para ayudar a los que son víctimas de la crisis. A pesar de todo, hay gente con muchos prejuicios e ideas fijas que no quiere reconocerlo.

Termino con una anécdota real. Hace algunos años, cuando apenas había agua corriente en las casas, el cura del pueblo consiguió que se hiciera la traída de aguas. Menuda obra social. Pues bien, uno de los vecinos dijo que prefería quedarse sin agua corriente. La razón fue ésta: “Yo cosas de curas no quiero”.

No vendría mal, que a los cincuenta años del Concilio Vaticano II, nos tomáramos la molestia de conocerlo un poco más, desterrando de nosotros tantos prejuicios como con frecuencia tenemos.