La novedad para un niño o una niña, de entre nueve y 14 años, de vivir en otra familia y en un país extranjero durante un período de seis meses es una experiencia apasionante que no podrá olvidar nunca a lo largo de su vida. Además de conocer una nueva cultura, con unas costumbres y estilos de vida diferentes, representa una gran oportunidad para hacer amistades muy sólidas que durarán toda la vida.
El caso de María es uno más de los cientos de niños que cada año se deciden a vivir un intercambio de seis meses con una familia extranjera. Su primera experiencia internacional fue en Francia, donde conoció a la que durante un año iba a ser su nueva ‘hermana’, Sophie, con la que pasó seis meses en Marsella y otros seis en su casa de Madrid. Apenas se podía expresar en francés cuando llegó a su nuevo hogar aunque en el colegio había estudiado dos cursos esta asignatura como segunda lengua. Para ella, el primer mes resultó bastante difícil ya que casi no se enteraba de lo que la gente que le rodeaba le decía.
Sin embargo, tras las primeras cinco semanas, empezó a entender y a comunicarse. Su nueva ‘hermana’ y su familia le ayudaron mucho y lo mismo en la escuela donde fue muy bien acogida e hizo buenos amigos. También se sintió muy arropada por sus profesores que le animaban y felicitaban por sus progresos. A los tres meses, ya era una más, su comprensión era muy buena y los resultados y calificaciones finales fueron excelentes. Cuando regresó a España, comentó a su familia que “lo mejor para ella no era solo haber aprendido un nuevo idioma sino la propia experiencia de haber conocido una forma de vida que nunca había imaginado y de la que guardaba los mejores recuerdos”. Los seis meses siguientes fueron a la inversa, Sophie vino a su casa a Madrid y hoy son grandes amigas y, como ella misma reconoce, “son hermanas de corazón”.
Su segundo intercambio fue en Alemania y, aunque asegura que fue un poco más duro para ella puesto que el alemán le costó un poco más, sin embargo comenta que también guarda un gran recuerdo y, sobre todo, muchos amigos. A sus 14 años, habla perfectamente, francés, alemán, inglés -que es la asignatura que lleva estudiando en su colegio madrileño desde primero de primaria- y, por supuesto, español, que es su lengua materna.
Para todas aquellas familias que estén interesadas en que su hijo o hija haga un intercambio en los próximos meses, la organización Amicitia Mundi (www.amicitiamundi.com / Tel. 603 613 138) organiza el sábado 1 de diciembre en la localidad burgalesa de Aranda de Duero un encuentro con familias españolas que sientan curiosidad en conocer y potenciar esta gratificante experiencia. Una cita en la que los padres e hijos que han pasado o están viviendo ahora esta experiencia pueden compartir con las familias dispuestas a hacer un intercambio de estas características lo que significa enviar a sus hijos a otros hogares en el extranjero y, como no, también, dar a conocer la responsabilidad que supone acoger a uno de estos pequeños en tu casa como si realmente fuera tu hijo durante el medio año que es el tiempo forma parte de tu familia.
Una vez que los profesionales de la organización “emparejan” a los estudiantes, buscando la máxima compatibilidad posible entre los nuevos hermanos, se informa a las padres de la familia seleccionada para que se lo piensen, se decidan a iniciar este proceso, acepten a la persona y el país en el que van a enviar a su hijo. Posteriormente, la asociación ejerce una supervisión muy directa del estado del niño, de cómo se encuentra en su nuevo entorno familiar y escolar y trata de solucionar cualquier duda o cuestión que pueda surgir durante los 12 meses del intercambio.
Lo más habitual es que el hermano o hermana extranjero seleccionado sea de Francia o de Alemania, donde hay más familias concienciadas con esta realidad y una mentalidad más abierta, dado que en los países anglosajones existen más trabas tanto por parte de las familias que están acostumbradas a acoger a un niño previo pago, como por los centros escolares que suelen ser más reacios a trabajar con un estudiante extranjero durante los seis meses que dura la estancia.
Los problemas de que desconozca por completo el idioma del país al que los niños va a ir no son insalvables, al contrario, a estas edades tienen una gran intuición y responden muy bien a la nueva realidad. Después del primer mes, ya empiezan a entender, a comunicarse con cierta soltura y, progresivamente, se sienten perfectamente integrados siendo parte de la nueva familia y de su grupo de amigos y, especialmente, se manifiestan contentos y agradecidos por la oportunidad que han vivido con su nueva experiencia en un proceso que, además, conlleva una gran madurez personal e intelectual que es patente a su regreso tanto en su forma de pensar como de actuar.