Bucéfalo era el caballo favorito de Alejandro Magno, cuya figura aún brilla por su exitosa carrera de conquista y construcción de uno de los mayores imperios que la humanidad haya conocido. Cuentan que su padre, Filipo el Grande, estaba contemplando el intento de montura y doma de Bucéfalo pues se lo habían regalado como un caballo fuerte, no muy grande y de carácter digno de ser montado por un gran señor. Nadie era capaz de someter al equino y Alejandro, con su arrojo habitual, agarró de las crines a Bucéfalo y se subió cabalgando sin problema alguno. Todos se asombraron y Filipo declaró que ambos estaban destinados a reinar en comunión.
En el mundo actual, muchos altos ejecutivos y en escuelas de negocios se estudia y admira las tácticas y figura de Alejandro Magno. Al igual que muchos brokers utilizan un caro ejemplar encuadernado del Arte de la Guerra, manual mítico de los samuráis. Y es que este mundo se haya falto de líderes, de figuras que verdaderamente sirvan de ejemplo y estímulo al resto. Nobleza obliga.
Sin embargo, muchos de estos directivos se van separando de su verdadero equipo, el que ayuda y trabaja duro para mantener ese imperio. Bucéfalo, en muchas batallas, se narra que su determinación ante combates casi dados por perdidos con fiereza llevaba al joven rey hacia delante y daba la vuelta a la pugna hasta conseguir liderar la victoria en una cruenta lucha temeraria. La simbiosis jinete y su montura formaban un conjunto que se complementaban a la perfección. Algo así debería realizarse en las empresas y no pasar por alto a aquel empleado secundario que anónimamente ha atajado mil y un problemas en la casa. Bucéfalo metafóricamente es desde la encargada de la centralita hasta el número uno del escalafón empresarial.
Mal futuro se le augura a aquel emprendedor que construye, como Alejandro, un imperio sin fijar ciudades con buenas bases, al que descuida y no valora a sus mejores capitanes. El mayor capital en una sociedad es su capital humano. Alejandro, sin embargo, conocía bien a Bucéfalo, pues desde el primer día supo que el animal tenía pavor a su propia sombra y siempre procuraba atacar con el sol de frente, como aquel primer día de su doma.