¿Debería el Barça ser excluido de las competiciones deportivas españolas? ¿Expulsado de las mismas? ¿Amonestado? ¿Reconvenido quizá? He aquí la cuestión que se plantean muchos españoles –la verdad es que no sé cuántos pero quiero suponer que más que pocos por eso de la coherencia– desde hace bastantes años, y más específicamente desde que el club que es “más que un club” se convirtió en el abanderado de hecho de la pulsión independentista de Cataluña en choque frontal con España.
Cada pocos días sus mensajes directos, específicos –que ya lo subliminal no es necesario en democracia– penetran hasta el último rincón de España –y de una parte importante del mundo– acompañando, eso sí, a las evoluciones en el campo o en la cancha de sus estrellas españolas, argentinas o de donde sean, las mejores siempre, que de eso no hay duda.
Y cada pocos días desde las gradas del Nou Camp –también desde otras pero menos– se insulta, se ofende y se maltratan los símbolos que representan a la nación española: con especial énfasis su bandera y la Corona.
De acuerdo en que la simpatía y casi identificación con el Barça históricamente ha sido un componente más de la progresía española, que identificaba la simpatía y casi identificación con el Real Madrid cosa de carcas y franquistas, dejando a un lado las lícitas preferencias por los clubes locales de cada cual.
Pero hoy… cuando el deporte es más cosa del IBEX y de las finanzas internacionales incluido el omnipresente petrodólar…, consentir, tolerar y compartir esta permanente fanfarria ofensiva aprovechando el tirón de las estrellas es cuando menos impúdico si no una bajada de pantalones apoteósica dejando al aire la poca o mucha dignidad que a cada uno le pueda quedar.
¿Debería el Barça ser excluido de las competiciones deportivas españolas? Desde luego que sí.
¿Expulsado de las mismas? Sin ninguna duda en tanto se mantengan las acciones extradeportivas contra millones de españoles, incluidos los seguidores del Barça dentro y fuera del territorio catalán, sean o no independentistas, que allá cada cual que para eso vivimos en un país libre que además es un Estado de Derecho de los de verdad, que hay pocos.
¿Amonestado? No serviría de nada. ¿Reconvenido quizá? Ya lo hacen algunos eminentes seguidores culés que todos ustedes conocen y tampoco ha servido de nada.
Aunque si lo piensan, la razón de la pasividad que implica la no aplicación de un antivirus edecuado a este tipo de troyanos puede estar –no me sorprendería– en el desajuste económico que su aplicación significaría para unas cuantas economías de altura, entes o no entes, que están en otra cosa. Digo yo.
Juan M. Martínez Valdueza
24 de septiembre de 2017