Vaya por delante mi convicción y práctica de que uno debe escribir –fuera de la literatura de ficción, que es barra libre– solamente de lo que conoce y en los términos estrictos de lo que conoce y puede demostrar. Esto también va por un “individuo” (término que él emplea para referirse a mí y yo se lo dedico ahora “sin acritud”) que comentó mi artículo “La Guillotina y 50.068 leoneses”, comentario que ha quedado “ad aeternum” en la red, y sea esta mi única respuesta, pendiente por cierto desde entonces.
He visto y escuchado estos días y casualmente las declaraciones y entrevistas de Juan Luis Cebrián en diferentes medios, con ocasión del lanzamiento de su último libro –qué sana envidia de lanzamiento para tantos y tantos autores, entre los que me incluyo sin remilgos, que para sí lo quisieran–, en las que, para su decepción y cabreo manifiesto, a los periodistas les interesaban más sus vinculaciones con los papeles de Panamá y sus relaciones de amistad e intercambio de petroleras con su contaminado amigo iraní Zandi –amigo que lo es también de Felipe González–, que el contenido de su libro, dedicado a su larga experiencia periodística. ¡Tan cabreado estaba que comparó el interés de los periodistas por su patrimonio personal con el interés por saber el número de veces que se masturbaba en la intimidad! (Esto fue en la SER o en Onda Cero, no recuerdo bien).
El caso es que una de sus afirmaciones, hecha desde la serenidad aparente de sus canas, me hizo saltar del asiento por su falsedad manifiesta –lo digo con claridad a los efectos oportunos: falsedad manifiesta–. Se refería a que El País siempre había sido y es independiente de cualquier partido político.
Salto de párrafo porque no creo que deba insistir con argumentaciones sobre un hecho que hasta los niños de las autonomías desconocedoras de los asuntos de España deben conocer de sobra: la vinculación histórica de El País, de forma quizá no demostrable ante un tribunal pero más real que la vida misma, con el Partido Socialista Obrero Español, y eso desde sus inicios.
Y por poner una guinda acorde con el principio de este artículo, referiré una anécdota personal que, aunque han pasado más de treinta años, creo que no tiene desperdicio.
Andaba yo un día de cháchara en su despacho del ayuntamiento de Madrid con uno de los altos cargos “invisibles”[1] –al mismo tiempo preboste del PSOE[2] y en cierto modo amigo desde hacía varios años–, cuando en medio de la conversación exhibe una carta y me espeta: “Oye, aquí ¿qué es lo que quieres decir?” Pude identificar la misiva como mía y, lógicamente, una vez repuesto de la sorpresa de que estuviera en sus manos, le di las explicaciones oportunas. A continuación me dijo reflexivo: “De acuerdo. Daré instrucciones al periódico para que la recojan y la publiquen”. Los diálogos son aproximados pero ciertos en su fondo y sentido.
Mi carta era una “carta al director” que había dirigido al diario El País unos días antes de lo relatado protestando por unas determinadas falsedades publicadas por ese periódico del que, por cierto, a la sazón era director Juan Luis Cebrián.
No reproduzco aquí el contenido de la carta en cuestión, así como tampoco los artículos relacionados publicados por El País, al carecer de interés en el asunto que estoy tratando y que es la fiabilidad o desmemoria de Juan Luis Cebrián en su nueva vida de repartidor de andanzas periodísticas limpias como la patena de dependencias políticas, faltaría más.
De todos modos, si alguien quiere escudriñar sobre el asunto, por la magia de la tecnología y sin demasiado arte buscador puede consultarlos todos hoy en la red, que no en aquella época tan oscura y desconocida a lo que se ve. Cosas de la digitalización de las hemerotecas…
Juan Manuel Martínez Valdueza
12 de diciembre de 2016
[1] Altos cargos del PSOE con despacho en las instituciones que, sin pertenecer formalmente a ellas, servía al control político de los cargos electos o nombrados en las mismas.
[2] Feliciano Páez-Camino y Vázquez, en aquellos momentos (diciembre de 1980) presidente de la Federación Socialista Madrileña y dos años después senador del PSOE por Madrid, junto a José Prat y José Federico de Carvajal. Desde su despacho fui testigo de no una sino de muchas broncas en directo y por teléfono al alcalde-florero Enrique Tierno Galván, que se las hacía pasar canutas al PSOE. Por cierto, una de las puertas interiores del despacho de Páez daba directamente al de Joaquín Leguina, concejal electo y Secretario General de la misma Federación Socialista Madrileña. ¡Qué cosas!