Con la misión denominada Chang’e 4 (Chang’e es la Diosa de la Luna en la mitología china), China ha conseguido alunizar en el lado oscuro de la luna. Hasta ahora ningún país había alcanzado el lado lejano o lado oculto de la Luna. ¿No es acaso el alunizaje chino la expresión más alucinante del despegue tecnológico de China? ¿Saldrá Europa de su perplejidad ante ello?
China es ya una potencia tecnológica en el mundo. China se ha convertido, basada en una política persistente, en una potencia tecnológica de primer orden. De las 50 mayores empresas tecnológicas de nueva creación -en sectores punteros a nivel mundial (llamadas startups o emergentes, y con un valor de al menos 1.000 millones de dólares)- 26 son chinas y 16 norteamericanas. Y curiosamente no hay ninguna europea. Pero el avance innovador chino no se reduce a las empresas del campo tecnológico, y es un hecho, reconocido mayoritariamente por las propias empresas europeas, que las empresas chinas son innovadoras en la misma medida o más que las europeas.
El gobierno chino ha aprobado recientemente un plan económico llamado “Made in China 2025” cuyo objetivo central es promover el ascenso de China en las cadenas tecnológicas de valor fortaleciendo su capacidad competitiva en el sector industrial de alto valor añadido de la economía mundial. Esta política de China, que impulsa de forma constante su avance tecnológico, se enfrenta a los intentos de Estados Unidos para dificultar tal avance. En algunos medios internacionales se ha llegado a interpretar que las actuales políticas proteccionistas de Estados Unidos decididas por el gobierno de Trump tiene como objetivo último impedir que China alcance el liderazgo tecnológico a nivel mundial amenazando la actual hegemonía estadounidense, aunque coyunturalmente tales políticas proteccionistas también intentan modificar el déficit comercial a favor del Estados Unidos.
El principal desafío en la actualidad para la hegemonía norteamericana es la emergencia de China. Y es el motor más significativo que está acelerando este periodo de transición caracterizado por el ocaso imperial de la superpotencia norteamericana y la emergencia de los “reinos combatientes”, nuevos centros de poder que escapan al dominio hegemonista. La emergencia de China, que llega ya al ámbito político y con influencia global, también aparece en el terreno tecnológico y tiene obviamente un importante impacto en Europa, para perplejidad de sus burguesías monopolistas.
En el seno de las clases dominantes europeas, y también en sus centros de pensamiento, este ascenso a una posición de liderazgo tecnológico de China ha generado la necesidad de valorar sus implicaciones. Les ha llevado a preguntarse no solo por las consecuencias a nivel mundial sino principalmente por el riesgo, para los países europeos, de perder el control sobre ciertas tecnologías; les ha obligado a considerar qué políticas debería adoptar la Unión Europea, por ejemplo, ante las compras de empresas tecnológicas europeas por parte de empresas chinas; si se deberían poner trabas a tales compras. Actualmente no hay una política común.
La situación actual en la Unión Europea es una actitud muy receptiva a la inversión extranjera directa, e incluso entre sus Estados miembros existe competencia para conseguirla, incluyendo al inversión china. Esto ha llevado a que solo doce de los 28 países de la UE supervisen, y puedan vetar, inversiones de tales características por motivos de interés nacional. Entre los 12 países se encuentran Alemania y Francia que están intentando crear un sistema europeo de supervisión de inversiones. La inversión china en Europa ha pasado de 1.600 millones de euros en 2010 a 35.000 millones en 2016. Pero el problema estaría en las posibles implicaciones estratégicas y de seguridad nacional de esa inversión. Sin embargo, la dependencia económica, política y militar que Europa tiene de Estados Unidos hace que las burguesías monopolistas europeas no se planteen el mismo problema con respecto a las inversiones norteamericanas en empresas tecnológicas y estratégicas.
A raíz de la crisis económica de Estados Unidos en 2008 y de que la superpotencia norteamericana decidiese descargarla sobre sus “aliados” europeos, además de la continuidad de sus propias inversiones, las inversiones chinas en Europa crecieron de forma drástica, especialmente en empresas tecnológicas de las potencias económicas europeas, y en el caso de los países del sur y del este europeo en las de infraestructuras estratégicas.
Frente a la política del “virrey” alemán de descargar principalmente la crisis sobre los países europeos del sur, llegando en el caso de Grecia a la sádica asfixia financiera e intentar además hundir al gobierno independiente de Tsipras -en lo que Berlín ha fracasado-, China ha ofrecido a Grecia inversiones en infraestructuras portuarias que sientan condiciones para la recuperación económica del pueblo griego.
Quizá sería conveniente que en el seno de las burguesías monopolistas europeas se abriera un debate sobre qué base es la que asienta el ascenso tecnológico de China. Porque el problema reside en si se promueve un desarrollo económico, político y militar de Europa no sometido a los intereses y las órdenes de Washington, o se sigue el camino de sumisión al imperio, que en su ocaso no deja de saquear a sus “aliados” europeos, incluyendo las últimas medidas proteccionistas y otras que vendrán.
La mayoría de los centros de pensamiento europeos reconocen que China lleva décadas creciendo económicamente con un ritmo de tasas altas, lo que se ha llegado a calificar como la mayor revolución económica de la historia de la humanidad. Igualmente estos analistas señalan que este crecimiento se debe fundamentalmente a la iniciativa del propio gobierno (que dirige el Partido Comunista) que ha establecido una firme dirección sobre la economía, basada la existencia de un potente sector estatal.
Un ascenso de China que han tenido que aceptar a pesar de que les genera un conflicto cognitivo entre la realidad que ven y su posición ideológica de burguesía monopolista. Porque la realidad china pone en cuestión la “teoría”, según su punto de vista burgués, “de que China, país con un régimen político autoritario, estaría seriamente limitada para desarrollar su capacidad tecnológica e innovadora”. Al contrario, la clave del persistente crecimiento chino está en la absoluta independencia del Estado socialista, y en la dirección del Partido Comunista de China sobre una economía firmemente anclada en el sector estatal.
Las burguesías monopolistas europeas, con la dominante alemana a la cabeza, se hayan perplejas ante la situación. Se encuentran ante el dilema de seguir sometidas al férreo dominio de la decadente superpotencia estadounidense, que además se dedica cada vez más a dividirlas, o dar pasos en ganar autonomía, entre ellos, potenciar un desarrollo tecnológico europeo.
¿Por qué no seguir el ejemplo de China? En los hechos, China ofrece un modelo de éxito, planteando “maximizar las fortalezas y los rasgos distintivos de cada país para contribuir al avance político de la humanidad”, y mostrando el camino de “una nueva opción para otros países y naciones que deseen acelerar su desarrollo preservando su independencia”.
¿Por qué no seguir los principios de “la promoción de relaciones interestatales basadas en el respeto y el beneficio mutuo; la oposición al hegemonismo, al expansionismo y a las relaciones internacionales basadas en una mentalidad beligerante; y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados”? ¿Por qué no defender que ningún país ejerza la hegemonía en su beneficio y a expensas de los intereses de otros países?
Todo ello, al debilitar la actual hegemonía norteamericana, favorecería el tránsito hacia un mundo multipolar.
Existe ya una cierta conciencia común y cada vez más extendida de que vivimos unos tiempos decisivos de cambio. Desde China se aboga por acabar con “la época en la que la comunidad internacional seguía siendo un sistema controlado por un único país, bajo el mando de políticas de fuerza o estabilidad hegemónica”. India establece que “ningún país puede ya en forma unilateral lidiar con los desafíos globales, por lo que un cambio en el orden internacional es inminente”. Y desde el propio Washington se reconoce que “el sistema unipolar inaugurado tras el final de la guerra fría, en el que EEUU se erigía como líder único e indiscutible ha dado paso al mundo en el que el poder está más distribuido”.
A lo que asistimos realmente es a un periodo, largo y complicado, entre el ocaso imperial de la superpotencia norteamericana y la emergencia de los “reinos combatientes”, nuevos centros de poder que escapan al dominio hegemonista. La cuestión en concreto es ¿qué camino quiere y puede tomar Europa?
Todo movimiento que fortalezca la lucha de los países europeos por su desarrollo autónomo favorecerá a sus pueblos, porque se enfrentará al dominio de los intereses de EEUU y así la intervención e influencia norteamericana sobre el viejo continente decrecerá.
Eduardo Madroñal Pedraza
Militante de Unificación Comunista de España